Domingo, 25 de noviembre de 2007 | Hoy
NOTA DE TAPA
Por Gabriel Lerman
Las palabras de la política, de la literatura, de la historia, en suma, la circulación o construcción de discursos acerca del momento cultural han ingresado en una suerte de parcelamiento institucional donde ciertas esferas designan el carácter legítimo de determinados prismas, demarcan temas, afinan enfoques. En gran parte, el motor de ese dispositivo genera separaciones tajantes entre campos de incumbencia: una tesis se escribe para la comunidad científica, una nota periodística para un conjunto difuso o segmentado de lectores, un discurso político se fabrica para capturar cierta masa de votantes según la indicación de la encuestología vigente; una novela se escribe o bien para impresionar a algún gueto literario o bien para conquistar un supuesto nicho de mercado. Es más que probable que ese fenómeno de especialización continúe y se profundice, habida cuenta de una cantidad de exigencias del mundo científico y cultural, de las reglas del mercado, de la mundialización de la mayoría de los ítem sociales. Lo que no podrá impedirse, seguramente, es que cada tanto surjan proyectos intelectuales individuales o colectivos que crucen a contrapelo las fronteras establecidas y propongan la reapertura de zonas que la prescripción dominante ha cancelado, que acudan a repertorios bibliográficos y fuentes desdeñadas, y sobre todo que produzcan escisiones donde no se esperan, acaso una posición disruptiva, más cercana al exabrupto que al devenir adocenado del último newsletter que aterrizó en la bandeja de entrada del outlook.
En su libro Las cuestiones, el ensayista y escritor Nicolás Casullo sale el cruce de lo que considera los principales ejes del debate político cultural del momento en Argentina y la región, y lo hace de un modo que colocan a esta obra, si existiera un ranking, en lo más alto, quizá como uno de los libros de ideas más logrado de los últimos tiempos.
Director de la revista Pensamiento de los Confines y de la Maestría en Comunicación y Cultura de la UBA, Casullo produce un abordaje de la actualidad política, para el caso argentino en particular desde la asunción de Kirchner pero sobre todo en referencia a los liderazgos recientes de América latina, donde el llamado populismo, lejos de pensarse como una categoría móvil que nombra la desviación, el deterioro, el agujero negro de la política, se rescata como la cantera sobresaliente a partir de la cual la política revive, se repara, se cura, va al encuentro nuevamente del sujeto por antonomasia de la política: el pueblo.
En ese camino, Casullo no vacila un instante en cruzar a intelectuales europeos y latinoamericanos que han batallado denodadamente para demonizar al populismo, restituyendo el lenguaje de las ideas y las tradiciones políticas y culturales, al sitio y junto a quienes han tenido lugar: las luchas populares, la construcción de procesos estatales incluyentes, la militancia sindical y revolucionaria, los impulsos de reforma social. La escritura de Casullo es personal, y sobre todo sintomática de un intento por pensar desde la periferia. En su discurso se vive con intensidad el desajuste con un mundo universitario globalizado, y sin ubicarse ni en los antípodas ni en la negación, se abstiene de absorber la conceptualización que la fiaca o las nuevas estrategias de exclusión prescriben.
Casullo discute con la idea política aséptica que parece haberse instalado cierta lectura de Hannah Arendt donde la política se autonomiza del entramado social del cual surgen los individuos, de las matrices histórico culturales del pensamiento político, y es bautizada en un mundo celeste, pacífico, incontaminado, aparentemente decisorio. Por el contrario, Casullo piensa el modo en que la política, recolocada nuevamente por el populismo latinoamericano en el ojo de la tormenta masiva, recupera su creatividad, su capacidad aluvional y transformadora. En verdad, mientras que la idea arendtiana ha sido útil para pensar la acción política de individuos y movimientos sociales en tiempos de fragmentación y aislamiento extremo de la disidencia respecto de los largos procesos de desmonte estatal, parecería quedar estéril frente a un momento político de la región en que poderosos movimientos que atraviesan grupos sociales intentan reinstalar relaciones de soberanía entre los Estados y sus pueblos, apelando a distinto tipo y grado de reformas, donde predomina la construcción de liderazgos plebiscitarios, esto es, nuevamente, caudillos populares.
Es curioso que el liberalismo político se ofusque gravemente en estos tiempos vociferando por la república y por institucionalidades perdidas en estados nacionales sistemáticamente quebrados y atrofiados por la década del 90, y juzgue con una amargura atávica los vínculos entre la política y los pobres. Casullo prefiere no hablar de clientelismo, de aparato bonaerense, de corleonismo, porque supone que la transformación del deterioro institucional y el exorcismo del bestiario político no vendrá por la bondad vacía de quienes pregonan la pulcritud institucional sino, por el contrario, por una nueva imbricación del mundo popular con sus reivindicaciones, con sus luchas y sus líderes, con sus dolores locales y regionales.
En el capítulo sobre populismo usted hace una intervención muy fuerte, donde reaviva el debate político actual.
–Sí, yo trabajo la problemática populista primero porque emerge en América latina en esta última coyuntura. Segundo porque va a generar una muy visible confrontación con los poderes del mercado, con los organismos internacionales, con los voceros más calificados de lo que podríamos llamar este triunfo neoliberal. El populismo adquiere una importancia diferente a la que había adquirido en otras épocas porque se convierte en una mala palabra, en un momento donde el mundo de Occidente parece como adocenado, como domesticado, como incapacitado para pensar una reaparición de lo político, está proponiendo una serie de elementos dignos de ser tomados porque creo que es la única creatividad política real que está existiendo en este momento en América latina.
Creatividad política yo le llamo aparición a través de lo político, para discutir qué es la democracia, qué son las instituciones, qué es el modelo económico en relación al Estado, cuál es el papel del Estado, por qué hay que plantearse otra vez la categoría de pueblo, cuáles son los enemigos exteriores, de qué manera la globalización afecta o no afecta, es decir repone otra vez toda la discusión mientras encontrás una suerte de social democracia muy adocenada y una izquierda absolutamente acotada de la historia, por lo menos en la Argentina, que ya no puede volver a vincular el movimiento social con el acontecimiento político, con la problemática del poder, entonces me parece que el populismo irrumpe de una manera muy interesante.
¿Pensaba hace unos años que la reaparición de la política podía darse a través del populismo?
–No. Estábamos viviendo una suerte de crisis prolongada donde se iba simplemente hacia una variable de desintegración. Hay que recordar más o menos la década del ‘90 para darnos cuenta de que ese fue un momento donde había una suerte de pensamiento único, de únicos oráculos que nos decían de lo inexorable de la variable y ahí estaba produciéndose una coyuntura de enorme confusión pero no se podía decir más. El menemismo representó una variable de América latina que es lo efectivo de un populismo liberal, ahí es donde se calla la boca todo el liberalismo de todas las cosas que está acusando ahora, pero también ahí podemos decir que hubo por lo menos un populismo liberal. Cuando el proceso llamado revolucionario latinoamericano entra en su ocaso, cuando concluyen también las dictaduras que asolaron el continente, aparece la izquierda y empezamos a debatir desde distintas perspectivas la posibilidad de una reconstitución del peronismo, en términos democráticos y reformistas, podríamos decir culturalmente situados en una historia, y la izquierda que plantea también la unidad de un movimiento pero donde empieza a cuestionar la esencia estatalista y todo lo que significa en términos de dominio sobre las propias masas. Ahí se produce un debate muy fuerte, estoy hablando en ese momento de una revista que sacamos en México, Controversia, en donde hay un grupo de gente que apuesta a la reconstitución de un peronismo en el orden de lo que había sido el peronismo tanto en el primer gobierno como en la resistencia, y hay otro sector que apuesta más bien a una suerte de movimientismo socialista más crítico del Estado. Los dos nos equivocamos. Nosotros nos reencontramos en la Argentina al regreso del exilio con un peronismo lamentable, miserabilizado, que va a tener veinte o veinte pico de años absolutamente irrecuperables y también ese proyecto que podríamos llamar más de corte liberal, socialista, que creo que el que más se acerca para representarlo en un momento es Alfonsín, donde también hay gente de la propia revista Controversia, que está muy cerca de él discutiendo esas ideas.
¿Cómo se dio la experiencia de la revista Controversia?
–Esa experiencia se da entre 1979 y 1981, en México, donde nos juntamos un grupo que venía de la izquierda peronista que ya venía reflexionando hacía un año y medio o dos, y un grupo socialista que a su vez venía reflexionando por su lado. México fue un exilio más político que económico. Éramos amigos, estábamos en la misma casa de solidaridad, y en un momento hablando con Pancho Aricó, con Jorge Tula, llegamos a la idea de que sería interesante sacar una revista que tuviese como objetivo analizar críticamente la derrota, las vanguardias, volver a repensar un mundo que estaba cambiando no solamente en América latina sino en Europa, el comunismo, las nuevas izquierdas, las crisis del marxismo, el fin del populismo, el fin de las vanguardias armadas. Entonces sale esa revista que tiene como uno de sus ejes centrales el debate, a lo largo de los catorce números, del tema populismo y antipopulismo, así como tiene otra serie de variables de críticas a la vanguardia, crítica a la violencia, relación sindicato y política, y que conforma un grupo de socialistas y peronistas que durante dos años y medio hacemos un muy interesante y lindo encuentro con reuniones de redacción semanales. Éramos como diez o doce en donde discutimos y al mismo tiempo vamos escribiendo en un clima que cuando llegamos al país era imposible de que volviese a reproducirse. Eso nos permitió el exilio que, dentro de todos los sinsabores que tuvo, de golpe permitió una experiencia de primera línea entre dos variables que venían de los campos revolucionarios y caminaban hacia un planteo democrático y popular
¿Qué sería el populismo hoy, que vendría a ofrecer?
–Es lo que queda frente una situación en donde lo que se pretende es despolitizar y en donde la derecha entra de lleno y hoy podríamos decir que forma parte de un sentido común que dice que la política es mala palabra. Y donde la izquierda antiglobalización obedece totalmente a la premisa básica de lo que llamaríamos el neoliberalismo imperante, que es estar lo más distante la política de la resolución y plantear que todo lo logrado en la historia de Occidente, o sea democracia, sindicatos no fue cuestión de la política, cuando fueron todas luchas sociales evidentes, que llegaron a lograr la propia democracia que hoy defiende el republicanismo. Entonces frente a estos distanciamientos donde tanto la derecha cultural que hoy es hegemónica, como la izquierda que hoy es más radicalizada, ven en el estado nada más que la sombra de Stalin o de Hitler, el populismo aparece recuperando nuevamente la relación política y sociedad diariamente. Aparece evidentemente tratando de restablecer una relación entre lo político, lo social y lo estatal, las instituciones y la democracia, que evidentemente disgusta de manera profunda porque politiza todo otra vez. El populismo creo que viene a romper con esto, de una manera desprolija y desarreglada, sin saber muy bien a donde termina yendo con un estado nuevamente interviniente que vuelva a regular las cosas y lo hace descompaginadamente, pero vuelve a reponer la política. Yo creo que esto es de fondo lo “imperdonable” del populismo.
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