Domingo, 25 de noviembre de 2007 | Hoy
CRUCES
Versiones literarias de los Evangelios.
Por Mauro Libertella
Hay textos que están cristalizados en una lectura. Libros, relatos o poemas que el tiempo y las generaciones de lectores han ido encasillando y que sólo un cambio radical en las formas de leer podrían renovar. El caso paradigmático, de manual, es por supuesto el de los Evangelios. Los Evangelios son, diría cualquiera al que se le pregunte, textos dogmáticos, doctrinales. Sólo un polemista o un utopista alucinado diría que los relatos de Marcos, Mateo, Lucas y Juan son literatura pura, a secas. Sin embargo, quien quiera puede forzar un poco los límites impuestos por siglos de religión cristiana y leer esas escrituras buscando ahí el deleite exquisito de una prosa extraña. Eso se planteó el escritor catalán J. F. Mira, y no le tembló el pulso a la hora de llevar esa inquietud a la práctica y perpetrar una traducción puramente literaria de los Evangelios. Son innumerables las encrucijadas que una empresa de esta índole debe sortear. Remitámonos, entonces, a las básicas. Mira asegura en el prólogo que una primera cuestión que tuvo que encarar, acaso la radical, ha sido depurar al texto de connotaciones agregadas por el tiempo y las tradiciones canónicas. Por ejemplo, conceptos como “gracia”, tan arraigados en el imaginario planetario de una religión, tenían que ser traducidos con otra carga, pues sólo minando una a una esas cristalizaciones los Evangelios podían revivir como literatura. Pero no se trata sólo de detalles léxicos: Mira intervino el libro en su dimensión estructural, para conferirle una soltura casi de novela. Así, dio vuelta el orden de algunos evangelios, con la idea de que la narración se encadene, y suprimió la minuciosa división en versículos, de modo que en perspectiva resulte una narración no tan cortada y con más aire.
La propuesta de Mira permite encarar desde otra óptica la vieja y superada discusión por la forma y el contenido. ¿Se puede prescindir del mensaje de un libro que debería revelar una verdad trascendental, y perderse en sus formas? Yendo un poco más lejos: ¿se puede leer un libro como Mi lucha, de Adolf Hitler, para ver si escribía bien? Toda una corriente de lectura diría que sí, que por supuesto. Cada caso puede ser largamente discutido, desde ya, pero lo cierto es que los Evangelios tienen un valor literario asombroso. Mira dice que “son únicos y originales: la ‘forma evangelio’ es una creación casi sin precedentes (y sin continuación, si los consideramos como algún rigor), del mismo modo que no tiene precedentes ni equivalentes, por lo menos en la tradición mediterránea y europea, un personaje como su protagonista”.
Muchos estudiosos del tema dicen que lo que atraía a los primeros lectores de estos textos no era lo que allí se consignaba sino más bien el estilo, la cadencia de la narración. Después, claro, las cosas fueron cambiando. Llegaron las ediciones revisadas por el Vaticano, y los que leían los Evangelios desde lo literario se encontraron con que todas las traducciones eran sospechosamente ortodoxas. Para intentar dar vuelta, aunque sea desde la modestia de una traducción, esa realidad de siglos, llega la “versión literaria” de J. F. Mira.
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