Domingo, 17 de febrero de 2008 | Hoy
CINEASTA Y DOCUMENTALISTA, GUSTAVO FONTáN TRANSITA LA DESOLACIóN EN LOS CUENTOS GANADORES DE UN CONCURSO LITERARIO.
Por Ezequiel Acuña
Pasto del fuego
Gustavo Fontán
Primer Premio Cuarto Concurso de Narrativa Macedonio Fernández
63 páginas
Suele ser una buena señal cuando un cuento o, como en este caso, un libro de cuentos, demanda una relectura. Sobre todo si frente a la necesidad de volver sobre el texto se descubre que el argumento de los relatos es sencillo y por momentos secundario, como si otro tipo de energía se apropiara de la fuerza de la narración, algo más allá de la materialidad detrás de las palabras y más cercano al entramado de significados, a la resonancia de las imágenes. Pasto del fuego es uno de esos libros que se constituyen sobre la idea de que la escritura es una forma de búsqueda; y, sin embargo, en sus cuentos parece habitar la certeza de que, al final, no habrá otro resultado posible más que la nostalgia y la pérdida de todo absoluto. Porque, en este caso, el alma es la confirmación eterna de todo aquello que es efímero y el dolor, una forma de concebir el cuerpo, la consecuencia de los deseos insatisfechos.
Con una licenciatura en Letras, Gustavo Fontán carga con la experiencia que le ha dado el cine, tarea que ocupa la mayor parte de su repertorio artístico, pero que no lo ha desligado por completo del ámbito de la literatura. Su trabajo como director y guionista de documentales experimentales sobre escritores argentinos y dos libros de cuentos publicados anteriormente, Los días vacíos y La voz del sospechoso, lo presentan como un artista consciente de las influencias literarias que atraviesan su obra. Y es que en Pasto del fuego se hace evidente la metafísica de Macedonio Fernández, una puesta en escena del absurdo en donde el realismo se presenta en forma de mapas que no sirven para orientarse y calles de Buenos Aires que quedan perdidas en la cronología nebulosa de un día lluvioso. Bajo una mirada que desdibuja los límites de la realidad, las descripciones de la ciudad muestran un desierto sospechoso y profano. Como una crónica del desamparo, los personajes transitan por pensiones que se desmoronan, sabedores de que no hay hogar posible para ellos. Los cuentos de Fontán son fragmentarios y tendientes al caos, relatos que invocan la desolación como un destino inevitable.
Pasto del fuego, ganador del IV Concurso Nacional Macedonio Fernández de Narrativa, mantiene la atención puesta en el devenir como una meta que nunca se alcanza. Todo es presente, incluso los recuerdos de un pasado lejano, como si todo sucediera al mismo tiempo y la memoria fuera una acción más. El libro se sostiene en la unidad de los relatos, en la recreación de una atmósfera inquietante. Y aunque a veces la prosa poética acapara la narración con un hermetismo demasiado cerrado sobre sí mismo, los cuentos comparten la escritura prolija y cuidada, la intención de lograr esa experiencia del desasosiego que recorre el libro. Como si todo sucediera durante la serenidad gris y envolvente que debería preceder al Apocalipsis.
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