Domingo, 9 de marzo de 2008 | Hoy
NOTA DE TAPA
Por Hugo Salas
Mucho y poco se sabe aún acerca de Fernando Pessoa, enigmático poeta portugués que, cubriéndose tras múltiples máscaras, dejó tras de sí un corpus prácticamente imposible de unificar. Además de la obra publicada en vida, ya fuera bajo su propio nombre o el de alguno de sus heterónimos, legó a la posteridad un baúl con 25.426 páginas que al día de hoy continúan clasificándose; entre ellas, por el momento, han podido identificarse unas 75 voces distintas (la más célebre la de Bernardo Soares, a quien atribuye su autobiográfico Libro del desasosiego). Tal peculiaridad —o mejor, la coincidencia de esta peculiaridad con ciertas concepciones “débiles” pero paradójicamente hegemónicas de la literatura, sobre la autoría y la subjetividad— lo ha convertido en objeto de distintas incursiones críticas, más o menos afortunadas.
En tal contexto, la aparición de Fernando Pessoa. Poesía, heterónimos y astrología puede generar una doble resistencia: ser “uno más sobre Pessoa” y, para colmo, de astrología. Por si fuera poco, la autora no viene del campo literario sino, justamente, de eso que ella misma —en su habitual columna dentro de los programas radiales de Liliana López Foresi— denomina “astrología sin horóscopos” (vicisitud adversa en tanto últimamente, dentro del ámbito donde “no importa quién habla”, eso mismo parece importar cada vez más). De cualquier manera, toda impresión negativa se diluye (o debería) al tomar contacto con el texto, uno de los objetos más curiosos y frescos dentro de la producción crítica actual.
“Yo no llegué a Pessoa, él llegó hasta mí”, confía Silvia Ceres al hablar de la génesis de su trabajo, haciendo gala de esa particular confianza en la sobredeterminación que, sabe, el otro espera encontrar en alguien que se dedica a su profesión. “Tiempo atrás viajé a Lisboa. Sabía de este poeta lo mínimo que sabe cualquier persona con cierta información, no era un escritor que me atrapara particularmente. Sin embargo, por encargo de un amigo que sí era un gran lector, me encuentro en la Casa Pessoa con algo que a mí me sorprende sobremanera: su carta natal, construida por él mismo, a escala de un metro de diámetro. Junto a ella, las de Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Alvaro de Campos, la fundación de Portugal y el momento de venta del primer número de la revista Orpheu.”
Ese encuentro fortuito sería el germen de una larga investigación que aún no termina, pero que tiene en el libro su primer concreción, un curioso rastreo biográfico-astrológico-literario que, como reconoce Rogelio de Souza Quiroga en el prólogo, es extraño que nadie hubiera emprendido hasta el momento, habida cuenta del marcado interés del poeta por esta práctica. Según Ceres, “ocurre que hay dos puntos muy incómodos para la gente que viene del campo de la literatura. Uno es la cercanía de Pessoa con el esoterismo en general, su conocimiento astrológico, y otro sus opiniones políticas, francamente impresentables. Son temas que se tratan de costado, como meras excentricidades. Sin embargo Cardoso, un astrólogo de Lisboa que dice ser pariente lejano de Pessoa, calcula que alrededor del diez por ciento de las páginas del baúl son sólo de astrología, una especie de tratado o manual en varios tomos bajo el heterónimo Raphael Baldaya. Entre otras cosas, por ejemplo, Pessoa siguió toda la guerra mundial astrológicamente, con más de 300 cartas calculadas y sus correspondientes informes. Yo desde el primer momento sospeché que era algo más que un mero aficionado, porque su partida de nacimiento da las 15.20 como hora de nacimiento y él la rectifica a 15.11, un trabajo que no es para cualquiera”.
El comentario impone un breve paréntesis, que aquellos más enterados sabrán obviar. Se llama rectificación a una ardua práctica que, a partir de la confrontación de una serie de sucesos acaecidos en la vida de una persona con distintas cartas natales y sus correspondientes revoluciones solares, procura confirmar o modificar, para hacer más exacta y precisa, su hora de nacimiento. El hecho de que Pessoa pudiera realizarla indica, efectivamente, que sus conocimientos distaban de ser rudimentarios.
“Supongo que manejaba una astrología preeminentemente británica. Por aquella época, en Europa existe un campo teórico más o menos unificado, que tiene que ver con la herencia de los árabes recuperada durante el Renacimiento, pero con variantes nacionales. En el caso inglés, el conocimiento queda recluido dentro de ghettos, como el de la masonería y los rosacruces, de los que adquiere algo de club privado, secreto. No hay que olvidar que Pessoa habla el inglés tanto mejor que su lengua materna, y además es severamente anglófilo en sus ideas sobre la monarquía lusitana. No obstante, pude conseguir algunos facsímiles de un trabajo suyo donde aborda la problemática de los aspectos, cuestión que tiene que ver con el ángulo que se forma entre los planetas, desde una mirada matemática en la que creo entrever la influencia de los pitagóricos. Después de todo, es un señor con una gran fascinación por la Cábala. Ese famoso baúl, del que nunca terminan de salir voces y escritos que arman y desarman su obra de manera incesante, no deja de parecerme la gran broma de un furibundo cabalista.”
El interés del trabajo de Silvia Ceres va más allá del mero redescubrimiento de una faceta ignorada o incómoda de la biografía del personaje. Desde ese mismo saber, tan preciado para Pessoa, construye una hipótesis sobre el surgimiento de los tres heterónimos más significativos: Ricardo Reis, Alvaro de Campos y Alberto Caeiro. “Mientras tomaba contacto con su biografía, me llamó la atención que al referirse a estas tres voces, que es a las que les arma una biografía muy detallada, su carta natal, en algún momento incluso llega a decir que va a dar a conocer sus fotografías, cada vez que habla de ellos da una fecha muy precisa de aparición: la noche del 8 de marzo de 1914. Y con Pessoa a mí siempre me queda la sensación de que por detrás de ese aire melancólico de señor torturado, hay alguien que hace un guiño y se escapa con una sonrisa, no es casual que le gusten tanto los acertijos y las novelas policiales. Entonces, frente a tanta insistencia, me dispuse a ver qué le estaba pasando astrológicamente esa noche. La hipótesis a la que pude arribar es que Pessoa tiene un aparato psíquico muy frágil, esto se deriva de su carta natal, y en ese momento, según los distintos cálculos astrológicos posibles, esa fragilidad está crispada al límite. A diferencia de quienes ven una conducta patológica en estas escisiones que son los heterónimos, yo creo que en lugar de quebrarse hacia adentro, Pessoa se quiebra hacia afuera, se multiplica en la diversidad, y en la medida en que puede poner esas voces afuera, mantiene cohesionado algo adentro que le permite seguir produciendo”.
A lo largo de Fernando Pessoa. Poesía, heterónimos y astrología, esta hipótesis se despliega en múltiples cálculos, desplazamientos, cartas, revoluciones solares y lunares que generan por sí mismos una trama densa y apasionante. Como la propia autora se apresura a señalar: “si todas estas coincidencias y concordancias están tramadas por Pessoa —cosa que no descarto, porque con él no se puede descartar nada—, si esa fecha es una broma u otra construcción, no sólo era un eximio astrólogo, sino que además ¡qué bien tramaba!”.
A partir de allí, en un inusitado movimiento hermenéutico, Silvia Ceres busca en las cartas natales que Pessoa traza para esos tres grandes heterónimos no meramente una nota biográfica, sino las claves de la poética de esas distintas voces. “Me desesperaba entender por qué elige esas cartas, esas fechas, esas horas, y gasté toneladas de papel haciendo hipótesis, probando la posición de la luna, de Mercurio hasta que, casi al borde de la desesperación, advierto que hay algo con los ascendentes que me está dando una pista. Mientras que el propio Pessoa tiene un ascendente en escorpio, el signo fijo de Agua, da a Alvaro de Campos, el más lejano de su propia voz, un ascendente en Tauro, que es el signo fijo de Tierra. A Reis, en acuario, el signo fijo de Aire y a Alberto Caeiro, el helenista moderno, en Leo, signo fijo de Fuego. A partir de allí, yo sigo esta pista como una corazonada, sin tener dónde apoyarme, hasta que tiempo después encuentro, en sus escritos personales, el propósito de dedicarse al estudio de los cuatro evangelios. Teniendo en cuenta la relación que existe entre los evangelios, la iniciación en el rito masónico y por lo general todo el conocimiento esotérico, me pareció una hipótesis muy aceptable.”
El caso de Pessoa no es el único. Es bien conocido el interés que manifiestan por la teosofía y otras prácticas ocultistas numerosos escritores de su época; sin ir más lejos, en las letras argentinas suele citarse el caso de Leopoldo Lugones, que llega a incluir en Las fuerzas extrañas (1906) su “Ensayo de una cosmogonía en diez lecciones”. Sin embargo, la mención no pasa del anecdotario. “Es muy interesante”, advierte Ceres, “porque estamos muy posmodernos, tenemos discursos muy fracturados, hay lugar para innumerables hipótesis, pero esto no alcanza para quebrar con un paradigma fuertemente racionalista, muy circunscripto a determinados modelos de lo correcto y lo poco válido, esa dictadura de la ciencia, como la llamó Feyerabend, que determina el límite entre lo que es serio y lo que no. La astrología queda del lado de lo que no”.
Las causas, aventura, son múltiples. “Hasta hace un par de siglos, la astrología era un conocimiento del que disponía cualquier hombre culto. Con mayor o menor profundidad, era parte de la enciclopedia. Cuando algunos astrólogos buscan legitimarse señalando que Kepler sabía de astrología, olvidan que en realidad su saber era el mismo de cualquier persona formada en su época, no tenemos ningún indicio que nos permita inferir que le interesara especialmente. Perdido ese lugar, la astrología queda relegada al circuito de los medios de comunicación, situación que habla más de los medios de comunicación que de la astrología. También yo, si estuviera del lado de quien sólo conoce la astrología por el horóscopo del diario, por lo que ha dicho algún colega un poquito imbécil o poco informado en algún programa de televisión, sentiría la misma animadversión. Ahora bien, no estaría mal detenerse un segundo y pensar que si la astrología aparece como una producción del hombre, a lo largo de los siglos y en diferentes culturas, o bien los antiguos vivían equivocados (porque eran viejos y tontos) o quizás en ella puedan encontrarse ciertos parámetros útiles”.
Sin embargo, dispara, la culpa no es sólo de los prejuicios externos. “Los astrólogos somos sumamente responsables de esto. Hacemos poco por transmitir las múltiples posibilidades de este conocimiento, justamente en una época donde los paradigmas están en crisis, los puntos de referencia son pocos, frágiles, y la realidad nos supera. En semejante contexto, tener un código para poder pensar el mundo no viene mal. A fin de cuentas, al decir de Lévi-Strauss, el hombre sólo puede pensar a través de sistemas, y la astrología ha demostrado ser un sistema eficaz a través de milenios. Lejos de mí querer convencer a quien diga que no cree. Me parece fantástico, yo tampoco creo; un sistema de pensamiento no es algo en qué creer, es una herramienta que puede ser operativa o no para cada uno. Este, por si fuera poco, tiene otra virtud: es entretenido, porque maneja múltiples niveles de significación.”
“Curiosamente”, apunta a modo de reflexión final, “se prefieren los discursos que aplanan. El personaje paradigmático, en el caso de Pessoa, sería el de su autotitulado biógrafo oficial, Joao Gaspar Simoes, que no hace más que acartonarlo y lanzar interpretaciones psicoanalíticas horribles. Todo lo que le ocurrió a Pessoa es porque amaba mucho a su mamá y se le estropeó la tramitación del Edipo cuando ella volvió a casarse. ¿Qué explica eso? A mucha gente se le complica la tramitación del Edipo, y de ahí no sale un poeta. Sale un señor con el Edipo trabucado, nada más. Esta falta de sutileza no sólo está lejos de la literatura sino también del psicoanálisis, discurso con el que los astrólogos tenemos que estar muy agradecidos porque, sin saberlo, ha sido un aliado fantástico. La idea de que el hombre está dominado por un inconsciente que no sabemos dónde está, del que sólo tenemos conocimiento a través de algunas manifestaciones, abrió una puerta muy interesante. De hecho, cuando se habla de la posible vinculación entre psicoanálisis y astrología suele hablarse de Jung; sin embargo, todo el mundo se saltea que en el seminario sobre la angustia, Lacan tiene una llamada al pie que reza: “uso la palabra casas en su dimensión astrológica”. Y esto es muy curioso, porque si uno lo piensa un poco, en esa noción de estructura tan fuerte sobre la que va a gravitar todo su pensamiento, es posible leer una fuerte influencia astrológica. A mí, honestamente, me parece mucho más interesante que la producción de Jung, al que le interesaban los mitos, lo oculto y todo un sector muy vasto, dentro del cual la astrología sólo aparece de refilón”.
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