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Domingo, 9 de marzo de 2008

EL EXTRANJERO

La playa embrujada

En los últimos tiempos, Stephen King ha empezado a hacer equilibrio entre “escribir bien” y “dar miedo”. Ya sucedió con Lisey y vuelve a suceder ahora con Duma Key. Y si bien los fans pueden volver a sentirse perturbados, se trata de una excelente novela con sobrevivientes y náufragos.

 Por Rodrigo Fresán

Duma Key
Stephen King
Scribner
611 páginas

Así son las cosas: del mismo modo en que –histórica y popularmente– los policiales más venerados suelen ser aquellos en los que no se sospecha la identidad del asesino hasta la última página o las novelas de ciencia ficción más mentadas son esas en las que la imaginación desenfrenada de entonces resultó en el fiel pronóstico de la falta de imaginación del ahora, los clásicos del terror suelen medirse por su capacidad para hacer temblar al lector.

Es un error, claro, pero la vida es dura y los dictados de los géneros son impiadosos. Después, además, están el estilo, el manejo del tiempo dramático, ciertas maniobras formales y todo eso.

Pero –insisto– ya se sabe: lo que en el fondo y no tanto quiere y necesita el fan es saltar cada vez que cruje un escalón o se golpea una puerta mientras sostiene ese libro en sus manos.

Lo que nos lleva a preguntarnos cuándo fue la última vez que el antes mencionado Stephen King dio –nos dio– miedo en serio. En lo personal, ahí está en mi top-five El resplandor (una Gran Novela Americana, se la mire por donde se la mire), Cementerio de animales (astuta revisión de “La pata de mono” de W.W. Jacobs), La zona muerta (con el héroe más trágico en toda su obra), Salem’s Lot (esa lograda importación de Drácula a las tierras del Big Mac) y Misery (carta de amor/odio del escritor a sus cada vez más exigentes seguidores). Es decir: hace mucho tiempo. Y en todas ellas, el susto corre a la par de la calidad de la prosa.

Pero lo curioso es que, de un tiempo a esta parte –si dejamos de lado ese pastiche-gore que es Cell–, King parece más preocupado por escribir mejor que por aterrorizar bien. Ya se veía claramente en su anterior La historia de Lisey (novela favorita de King entre las suyas) donde las abundantes partes realistas eran mucho más apasionantes que los un tanto forzados casi interludios fantásticos, interrumpiendo aquello sobre lo que sí le interesaba escribir: los placeres y peligros que mueven a los engranajes en la máquina de la imaginación.

En Duma Key –que podría configurar un díptico junto a Lisey– el síntoma no sólo se repite sino que se potencia; y esto ha provocado algunas protestas entre los más dedicados seguidores del monstruo: que es muy lenta y que los horrores tan sólo llegan en su trepidante (y un tanto súbitamente acelerada) tercera parte. De acuerdo, pero para el súbdito de King que se inclina ante el rey desde sus comienzos y firma esto, la sensación es, otra vez, como en Lisey, diferente y atendible. En Duma Key, cuando King parece decidir que ha llegado el momento de derramar la sangre, la tensión y la atención decaen, y se extraña la muy lenta y profunda y detallada introducción realista al espanto.

De ahí que –tan bien escrita y descripta– resulte mucho más interesante la historia de cómo el exitoso constructor Edgar Freemantle pierde en un accidente automovilístico su brazo derecho primero (evidentemente el Gran Miedo de King desde que fuera atropellado en 1999) y su perfecto matrimonio después, la amorosa relación con sus hijas, el modo en que se cuentan los efectos residuales del trauma y su ardua rehabilitación, y la mudanza a una casa en la playa de Duma Key, Florida, donde el protagonista descubre un raro y profético talento para el dibujo y la pintura, conoce a la muy especial anciana Elizabeth Eastlake y al muy querible ex abogado Wireman, y aquí vienen los sapos gigantes y bienvenidos a la playa embrujada. Y la verdad que es una muy buena novela, pero mucho temor no produce. Lo que no ha impedido que Duma Key ascienda a los primeros puestos de las listas de best sellers, despachando muchos más ejemplares que los que suele vender el magistral Peter Straub, quien acaba de publicar un muy recomendable libro de relatos y otro de ensayos. Y dicen los rumores que Straub –quien escribiera El talismán y Casa negra junto a King– se encuentra avanzando, a la espera de su socio, en una tercera parte que cerrará la trilogía de Jack Sawyer.

Mientras tanto, Duma Key (cuya génesis es un relato titulado “Memory”, que puede leerse en el apartado que la librería virtual Amazon dedica a la no-vela, o al final de la reciente edición en paperback de Blaze, muy buena y “descubierta” novela de Richard Bachman, alter ego de King) termina siendo no “una de terror” sino una novela donde lo sobrenatural no es otra cosa que el telón de fondo donde proyectar una historia de tres supervivientes que han vislumbrado lo que hay del otro lado. Supervivientes como King. En realidad, Duma Key es “una de náufragos”. El relato de seres que intentan desespe-radamente regresar a tierra firme afe-rrándose al madero de una memoria frágil. Esa memoria que va y viene sobre las frías olas de una de esas tormentas tropicales que arrastran nues-tros débiles y nada irrompibles cuerpos y sentimientos hasta destrozarlos y hundirlos en el oscuro fondo de un océano sin retorno.

Y eso sí que da miedo de verdad.

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