Domingo, 9 de marzo de 2008 | Hoy
STRAUSS
Liberal clásico y helenista erudito, Leo Strauss ha sufrido una de las típicas apropiaciones indebidas del neoconservadurismo.
Por Jorge Pinedo
El renacimiento del racionalismo político clásico
Leo Strauss
Amorrortu
373 páginas
Reduccionismo o mera indigencia intelectual, algo de malicia, el truco es añejo. Consiste en tomar un autor, recortarlo, arrancarlo del contexto (el histórico, el de su propia obra) y hacerlo decir lo que no dice, quitarle lo que le sobra, agregarle lo que le falta. Ahora le tocó el turno al filósofo alemán-norteamericano Leo Strauss (1899-1973) y la primera pirueta de los halcones fue, donde dice “raciona-lismo” leer “pragmatismo” y de ahí, su ruta: el sostén intelectual del neoconservadurismo estaba en marcha con Francis Fukuyama, Allan Bloom, Richard Perle, John Ashcroft y Paul Wolfowitz, entre tantos, al timón.
Desmitificar tamaño marco “teórico” torna oportuna la flamante edición del muestrario de ensayos y conferencias de Strauss realizado por su discípulo Thomas L. Plange, impecablemente traducido por Amelia Aguado bajo la supervisión de Horacio Pons. Selección representativa dotada de una generosa introducción a cargo del compilador, que pone en caja la perspectiva de este pensador liberal a la vieja usanza, helenista erudito, medievalista crítico, alumno de Hermann Cohen y Martín Heidegger, profesor en su tierra natal, en Inglaterra y en la Universidad de Chicago. Libro introductorio a la filosofía de Leo Strauss, El renacimiento del racionalismo político clásico agrega a su propio valor la incitación de lecturas adicionales al otorgar tanto referencias como pistas que abarcan de los presocráticos a la actualidad.
Interlocutor inquieto y crítico tanto de Berlín como de Lukács, Strauss abastece su argumentación adversa a todo nihilismo en “la incapacidad de asumir una postura a favor de la civilización y contra el canibalismo”. Tarea que asume desde el liberalismo clásico, entendido como “la concepción de que la sociedad política existe, sobre todo, para la protección de los derechos del hombre, los derechos que todo ser humano posee, cualesquiera sean sus dotes naturales o sus logros, por no hablar de gracia divina”.
Convencido de la necesidad de diálogo entre fe y filosofía —que metaforiza con Jerusalén y Atenas— a partir de desentrañar ese imposible mediante la acción en la práctica política, toma posición pivoteando sobre la Historia: “Jenofonte no es muy inteligente, por no decir que es tonto. Tiene la mentalidad de un coronel retirado y no la de un filósofo. Lo atraen mucho más los perros, los caballos, las batallas y las evocaciones de las batallas que la verdad”. De argumentación implacable, Strauss insiste en la revisión epistemológica al alentar la labor interdisciplinaria mediante el desmantelamiento de las oposiciones, sin ocultar su propio espíritu rousseauniano: “En el comienzo no había griegos y, en consecuencia, tampoco distinción entre griegos y bárbaros. En el comienzo, en la completa inquietud o movimiento inicial, todos los hombres eran, sin discriminación, bárbaros”.
Nada más alejado al espíritu de los neoconservadores del occidente contemporáneo que este repertorio de entrelazamiento de ideas, apto a fin de caer en la cuenta de que no todo lo que reluce es napalm.
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