Domingo, 13 de abril de 2008 | Hoy
PALAHNIUK
En la nueva novela de Chuck Palahniuk emerge la rabia como forma de la rebeldía. Mitad Tom Sawyer, mitad James Dean, Rant es contado por voces de testigos que lo recuerdan y lo vuelven mítico.
Por Martín Pérez
Rant
Chuck Palahniuk
Mondadori
316 páginas
Un agujero en el piso es, para Rant, un lugar donde meter la mano. Algo que se puede decir también de Chuck Palahniuk, autor de Rant, la vida de un asesino, el octavo libro de una carrera que comenzó con otro agujero donde invitaba al lector a meter la mano, El club de la pelea. Porque hay escritores para los que un agujero es como el sombrero de un mago, en el que se mete la mano para sacar un conejo. Pero los conejos en los agujeros de Rant tienen miedo, y están escondidos bien en el fondo de su madriguera. Y cuando sienten que una mano los busca, lejos de dejarse sacar para los aplausos, se defienden. Y muerden. Porque eso es lo que sucede en las historias de Palahniuk. Sus sombreros de mago son como esos agujeros que tanto seducen a Rant. Hay que meter la mano sin saber lo que se puede llegar a encontrar ahí. Meterla hasta el fondo, y esperar la mordida.
Así es como Rant, el rebelde protagonista de esta novela, ha terminado por ser el paciente cero del regreso de la rabia al mundo moderno. Dejándose morder por cualquier alimaña que deambule por los agujeros de su Middleton natal, un lugar a cuatro largos días de viaje de cualquier lado, Rant es la imagen del rebelde social puesta al día, mitad Tom Sawyer y mitad James Dean, pero al frente de una historia digna de una novela de iniciación con aires de ciencia ficción, como si fuese el mejor protagonista de una novela de Frederick Brown o de Alfred Bester. Lo primero que aparece en la trama es el cartel de enemigo público número uno, para pasar a construir su historia a partir de voces ajenas, como si se tratase de un gran reportaje en el que los testigos cuentan la delicada y explosiva construcción de ese peligro.
Según Palahniuk, Rant está contada por las voces de supuestos testigos para poder ir al grano, sin preocuparse por las transiciones. Pero tantas voces divergentes, aun ficcionales, por momentos no hacen más que ralentar la acción, en vez de acelerarla. Como si Palahniuk, en las voces de sus testigos, se regodease en cada detalle que agrega al relato. De los tres estadios de la historia de Rant, el de su infancia es el más dinámico y divertido. Capaz de saber quién es la dueña de una toallita femenina tirada a la basura con sólo olerla desde lejos, Rant es un cruzado contra la hipocresía de Middleton, destruyendo la economía del pueblo a través de la fábula del hada de los dientes, y llegando a rebelar al estudiantado local hasta que las autoridades le pagan para que se vaya lo más lejos posible.
La gran ciudad es su siguiente destino, y es ahí cuando Palahniuk abandona un poco a Rant, para contar cómo el mundo está dividido entre diurnos y nocturnos, y el micromundo de los Choquejuerguistas. A la manera del Club de la pelea, en Rant hay un ritualizado Club de los choques, donde se apuntan los que quieren experimentar algo en un mundo en el que la diversión está tan mediatizada, que la industria del entretenimiento se reduce a peripecias que se experimentan como una droga: enchufándolas a un nodo que conduce directamente al cerebro. Si Rant se convierte en un enemigo público es porque el contagio de su rabia inhibe el gran control social que significa ese nodo. Pero a la historia de iniciación devenida bestial crítica social le falta un tercer escalón, dedicado a los viajes en el tiempo. Entre tanto para contar, y tantas voces para develarlo (y ocultarlo a la vez), cada vez que Rant aparece en escena la novela regresa a su eje. Es verdad que, cuanto más ambicioso deviene el relato de Palahniuk, menos interesa su historia. Pero, al mismo tiempo, la elección del registro y los recursos narrativos ayudan a mantener el suspenso de una novela rebelde, capaz de meter el brazo hasta el codo en el agujero. En busca de esa mordida que nos mantenga despiertos.
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