Domingo, 13 de abril de 2008 | Hoy
NAVEGANTES
Una antología para lectores amantes del agua pero no necesariamente navegantes, reúne textos clásicos y otros muy sorpresivos.
Por Sergio Kiernan
Cuentos de navegantes
Selección de Juan Bautista Duizeide
Alfaguara
394 páginas
Las antologías suelen ser un síntoma de fiaca editorial –falta de ideas, refrito de ajenas– o un vehículo de ventas de verano. La razón es que, por interés o desinterés, se busca lo seguro por el lado de la obsesión. Por eso hay antologías de cuentos sobre robots, de amor, de viajes por región, de literatura mexicana escrita en Texas. Unos venden la pertenencia y no la calidad; otras canibalizan el prestigio de autores reconocidos, apilables en la tapa.
Pero cada tanto hay antologías de primera agua. La de literatura fantástica de Borges y Bioy Casares es seminal, releída y reeditada década tras década. La de jóvenes escritores de Granta es tan un anuncio de famas futuras que hasta hace gracia ver la primera y pensar que Rushdie fue alguna vez desconocido. Ni hablar de joyitas como la de literatura africana que publicó Faber en 1964 y sigue siendo impecable.
Juan Bautista Duizeide es argentino, tiene apellido de holandés errante, es marino profesional y escritor premiado. Desde su fama mundial y desde su barco en el Mediterráneo, Arturo Pérez-Reverte afirma estar en deuda con este marplatense por su segunda novela, Kanaka, que trata de navegantes y que le resultó un deleite. El español cuenta esto en el prólogo a la antología del argentino.
Es ecuménico el español, porque este libro es de barcos pero no para gente que navega, o al menos no sólo para ellos. Los relatos que leen los que navegan son específicos de ese amor, con lo que terminan llenos de singladuras, socaire y vientos por la aleta, mientras que la acción bien puede consistir en un interminable trim de velámenes para sacarle medio nudo más a un ketch con viento franco. Un embole, a menos que uno esté infectado. La colección de Duizeide evita esto, por lo que es en rigor una antología con aguas y marinos, pero literaria.
Hay joyas en ella. Algunas son esperables, como el relato de las corsarias de Borges, una pieza medio olvidada de García Márquez, un cuento de Conrad y unas líneas maníacas de Stevenson. Otras son de una modernidad ejemplar, como los cuentos de Leopoldo Brizuela y Carlos María Domínguez. Algunas son ya curiosidades, como el cuento de realismo casi socialista pero marinero de Lobodón Garra, o sea Liborio Justo, que mezcla una historia de masacre ecológica y naufragio con la explotación del obrero naval, nada menos. Pero los que ponen a esta colección en el estante son un par de relativos desconocidos, como William Hope Hodgson y Pierre Mac Orlan, y sorpresas como Roberto Arlt escribiendo una de espías en Tánger –nada espectacularmente literario, pero sí sorprendente– y Alvaro Mutis suicidando viejos lobos de mar. Hodgson y Mac Orlan –inglés uno, francés de seudónimo el otro– son victorianos tardíos, antaño muy famosos –Mac Orlan sobre todo con El muelle de las brumas– y hoy bastante olvidados. Lo que sus dos cuentos en este volumen dejan en claro es por qué fueron tan conocidos.
Este libro evita casi completamente las gallegadas abrumadoras de las traducciones que hay que padecer hoy en día, y se cierra con una muy buena sección de pequeñas biografías de sus autores.
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