Domingo, 13 de abril de 2008 | Hoy
JOSé MARíA GóMEZ
La homosexualidad como experiencia estética y religiosa es el eje de la novela ganadora del premio del Régimen de Fomento del Fondo Nacional de las Artes.
Los putos
José María Gómez
Martínez Roca
144 páginas
¿Ante qué nos arrodillamos? En la flexión de las rodillas se esconde uno de los más clásicos puentes que comunican el cuerpo y el alma: nos arrodillamos para rezar, para rendir un homenaje; caemos de rodillas cuando nos rendimos. Cristo se arrodilló para lavar los pies de María Magdalena, Juan el Bautista lo hizo ante su Maestro y le pidió que fuera él quien lo bautizara. Cuanto más estropeadas estén sus rodillas, con más orgullo andará el religioso. El momento ideal para arrodillarse y pasar el día re-flexionando es, sin dudas, el “retiro espiritual”. Los putos es una extraña exaltación de los vicios y virtudes del retiro, aunque no exactamente “espiritual”, ya que los personajes de la novela, en lugar del monasterio, eligen los baños de Retiro para arrodillarse y perderse en el éxtasis y los misterios de la carne: “Me ayudó a arrodillarme y, cuando golpeó mi cara con su mano abierta para decirme Esto no es un bautismo, es una confirmación, la presencia de aquella sonrisa que la noche mataba irremediablemente me consoló en mi ahogo. Al separarnos me anunció que se llamaba Adolfo, y me estrechó la mano”, comenta Javier, un ex seminarista que conoce a Adolfo entre mingitorios, un policía que no sólo hace arrodillar a los otros, sino que también los sienta en sus rodillas, como hizo Rimbaud con la belleza.
José María Gómez (régisseur egresado del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, docente en el Conservatorio Superior de Música Manuel de Falla, recibió por Los putos el Premio del Régimen de Fomento a la Producción Literaria Nacional y Estímulo a la Industria Editorial –Fondo Nacional de las Artes– 2006) reconstruye el itinerario de Adolfo por los baños, pasillos y recovecos de la villa de Retiro a partir del relato –capítulo a capítulo– de quienes fueran sus amantes (casi discípulos; Adolfo, más que un iniciador, es para ellos un apóstol), descubriendo el mundo y los cuerpos de los hombres a través de una experiencia que es, a la vez, estética y religiosa.
Cada uno de los capítulos es una voz que se confiesa, no para ser absuelta sino para volver a recordar, una vez más, el Paraíso al que accedían con Adolfo. Se trata de una novela tan batailliana como porteña. La Policía Federal es aquí el nido en el que hermosos y huérfanos cadetes se preparan para la acción violenta, la muerte y el amor. Es impactante el capítulo en el que el propio Adolfo comenta su conversión gracias a un ex comisario: “Yo le pedí que me violara”, dice. Entonces, en una escena a fin de cuentas familiar, relata su propio bautismo de fuego: “Y echándose de golpe con todo su peso adentro, me tapó la boca hasta que su propio grito contenido me anunció que nada dura toda la vida. A partir de esa tarde nunca más me tocaría, y aprendí que debía ser yo mismo el que buscara en los otros el dolor que él había convocado en mí como la prueba más contundente de su amor filial”. Los putos cierra con un lenguaje preciso y expresivo el círculo de la búsqueda estética y religiosa de ese amor filial.
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