Domingo, 7 de septiembre de 2008 | Hoy
Vladimir Sorokin recibe tantos premios en el extranjero como agresiones en Rusia. Su última novela, una feroz parodia del Estado totalitario ambientada en el 2027, da excelente prueba de por qué.
Por Sergio Kiernan
El día del opríchnik
Vladimir Sorokin
Alfaguara, 237 páginas
Uno de los milagros de esta nueva Rusia es que Vladimir Sorokin todavía respire: es difícil pensar en un escritor más irritante para un gobernante como Putin. Al parecer insatisfecho por esta falta de atención por parte del poder, Sorokin va subiendo la agresividad y la provocación en cada una de sus novelas. El día del opríchnik va directo a lo más querido del ex presidente y ahora primer ministro porque es una comedia sobre represores con una doble vida fiestera, coimera y drogona que incluye rituales homosexuales.
Sorokin nació en 1955 en Bykovo, un pueblito casi suburbano de Moscú. Aunque es ingeniero, su primera profesión fue la de dibujante y pintor, y su primera pasión, la última bohemia disidente de los años ‘80. En estos años escribió diez obras teatrales y una docena de novelas, las primeras publicadas en París luego de ser debidamente prohibidas por la censura soviética, acusadas de “formalistas y decadentes”. Sorokin se hizo muy famoso en Europa y Estados Unidos con Led (Hielo), una durísima historia aparentemente de ciencia ficción ambientada en una Moscú dominada por los mafiosos, nocturna y muy violenta. Led y Goluboye Salo (Manteca de cerdo azul) convirtieron a Sorokin en enemigo jurado del gobierno y de grupos como el fascista Pamyat, que propuso “apalear al judío” por enemigo de la patria.
Esta novela, por una vez en la vida estupendamente traducida directo del ruso, es hija directa de comedias políticas como El maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgakov. Donde el autor de Corazón de perro pone a Satanás como miembro de la primera nomenklatura stalinista, Sorokin imagina una Rusia “restaurada” en 2011, con un Soberano y una Muralla Rusa que la aísla del mundo. Excepto por los chinos, aliados y proveedores de todo objeto industrial posible, los extranjeros fueron expulsados y no hay comunicación con “la ralea decadente” de allá afuera. Una de las medidas del Soberano fue recrear la primera policía secreta del mundo, la opríchnina, fundada hace cinco siglos por Iván el Terrible como una hermandad religiosa, un Santo Oficio ortodoxo y violento que se cargara a boyardos y nobles, terratenientes y plebeyos. El libro arranca a las siete de la mañana de un día de invierno de 2027, cuando Andrei Danílovich Komyaga se despierta. Komyaga es miembro de “la mano derecha”, el grupo más íntimo de Padre, director de la opríchnina, y es un represor profundamente convencido de la justicia de sus actos. La Rusia en que vive fue restaurada luego del “Terror Rojo, el Terror Blanco y el Terror Gris” y es una mezcla de alta tecnología y medievalismos resucitados. Ya no se usan los kilómetros sino las verstas y si alguien engordó le recomiendan que pierda algún pud. Los funcionarios del Estado usan caftán, gorros de piel con insignias y botas de cosaco de diversos colores, según la función. La televisión se llama burbuja y la gente se saluda con un ¡Salve!
El día de este opríchnik comienza con la ejecución de un noble caído en desgracia, que es arrastrado de su casa y colgado en su propia puerta. Sus hijitos son llevados a un orfelinato y su esposa es violada ritualmente por los miembros del comando, antes de ser “devuelta a su familia de soltera”. Los opríchniks tienen que pelear con los siervos del noble, que tienen “la obligación feudal de defenderlo” y por lo tanto no son punidos. Todo este escenario medievalista está lleno de Mercedes Benz fabricados en China y pintados de rojo, color oficial de la opríchnina, y es seguido de cerca por el Soberano a través de celulares con cámara que todos llaman “ojos”. En el transcurso del día Komyaga viaja a Orenburgo a arreglar una coima con los aduaneros, le cobra otra a una bailarina del Bolshoi, se droga con su jefe y camaradas, y termina la noche con un sauna, el asesinato legalizado del yerno del Soberano y la “oruga”, una repelente orgía “para crear camaradería”.
Como la cargada a la KGB es transparente, no extraña que Sorokin cuente con varios premios en el extranjero y cotidianas agresiones en casa. Nunca da entrevistas –”yo sólo hablo boludeces y los periodistas sólo preguntan boludeces”, le explicó a Radar– y raramente se lo ve en público. El hombre es un estupendo escritor, de esos muy raros que llevan el sarcasmo a las alturas.
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