Domingo, 7 de septiembre de 2008 | Hoy
En un ensayo original y de aires detectivescos, Rogelio Demarchi se sumergió en el espacio mítico de Santa María para indagar qué fue de Juan Carlos Onetti. Un apasionado repaso de las lecturas críticas dedicadas a uno de los escritores más ocultos detrás del largo muro del boom latinoamericano.
Por Juan Pablo Bertazza
Padre Brausen que estás en mi cama.
Una excursión literaria a la Santa María de Onetti
Rogelio Demarchi
207 páginas
Alción
En algunos de sus libros y entrevistas, cierta escritora santafesina ha confesado de manera rotunda uno de los axiomas de su generación: “Quien no leía a Onetti en los años sesenta y setenta, no era digno de hablar sobre novelas”. De ese tiempo a este tiempo, y con el correr de las nuevas generaciones, de Onetti ha quedado aparentemente muy poco: pocos lectores, pocos discípulos, pocas proezas hechas en su nombre. Tan sólo el lanzamiento gradual de sus obras completas por Galaxia Gutenberg y, salvo honrosas excepciones, alguna gente que lo nombra sin haberlo leído demasiado, tal vez para imbuirse un poco de su figura de culto. Como si por burla del destino todo lo que hoy quedara de Onetti fuera, justamente, una tumba con nombre, demasiado nombre.
Ataviado con gorro inglés y lupa podríamos imaginar al crítico cordobés Rogelio Demarchi sospechando algo raro en todo esto, en que las cosas hayan cambiado tanto. Y autoproponiéndose entonces una investigación cuyo resultado recibió un premio del Fondo Nacional de las Artes en 2005 y hoy llega a nosotros casi como una prueba judicial. Padre Brausen que estás en mi cama. Una excursión literaria a la Santa María de Onetti es, simultáneamente, un ensayo crítico sobre la obra de Onetti y una crítica sobre la crítica que lo ha tomado como objeto.
En la parte del libro, digamos, íntima entre Onetti y Demarchi, que requiere bastante conocimiento sobre la obra del uruguayo, su originalidad radica en leer la saga de novelas, cuentos y nouvelles, pero también entrevistas y sentencias de su autor, que al mismo tiempo que estaban ambientadas en la ciudad de Santa María (primero) o Santamaría (después), iban construyendo aquella mítica ciudad, mezcla de bajos fondos y gente distinguida como los Malabia y otros notables. Con toda la complejidad que eso conlleva porque si, en su sentido clásico, la novela cuenta el desarrollo de un personaje la saga vendría a contar el de una sociedad. Para lo cual Rogelio Demarchi se vale entonces de dos básicas herramientas críticas: el concepto de intertextualidad y el de metaficción. Y si todo detective tiene un momento epifánico en el que las pistas parecen acomodarse, ese puntapié inicial bien podría ser aquí una escena que es contada, con semejanzas y diferencias, tanto en La vida breve como en Juntacadáveres: la última cena de Larsen (Junta) antes del cierre del prostíbulo. Ese es el primer nudo, el primer encastre de las piezas a partir del cual Demarchi irá armando con paciencia de relojero el puzzle total, la cronología de la ciudad fundada por Brausen.
La otra parte, el segmento del libro dedicado a investigar cómo la crítica y los colegas de Onetti han ido tratando su obra es aún más apasionante porque, a pesar de no tener el vuelo poético que enseñó la escuela francesa, se lee de manera tan adictiva, justamente, como los policiales. Un policial que no tendría uno sino varios culpables y en el que van cayendo como muñecos escritores y críticos prestigiosos como Ricardo Piglia, Juan José Saer, Angel Rama, Antonio Muñoz Molina y Emir Rodríguez Monegal, ya sea por omisiones (reducirlo a Onetti a una mera versión de Faulkner), errores de lectura o por no haber reconocido su influencia, o haberla reconocido después, es decir, cuando ya no importaba. Demarchi resuelve su caso con una inteligencia inusitada, aunque a veces cometiendo algunos excesos como, tal vez, la victimización de un escritor –después de todo– bastante enamorado del margen, la omisión en la bibliografía de un gran lector de Onetti como Jorge Panesi y tratar al campo literario de la época como una novela más de Onetti, como si se hubiera contagiado de ese mundo fragmentado y en el que no hay más que versiones. Lo seguro es que Demarchi abre con este libro un debate más que necesario; un debate que ya inauguró de manera enérgica diciendo algo así como que, aunque no lo veamos, y porque siempre estuvo y en realidad nunca se fue, Onetti siempre está. En la cama o en el cielo.
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