Domingo, 16 de noviembre de 2008 | Hoy
Cuando se cruza el umbral de la intimidad, la soledad puede ser bizarra.
Por Luciano Piazza
Muñecas
de Ariel Magnus
Emecé 2008
115 páginas
Desde la tapa, dos encantadoras muñecas de silicona miran al lector esperando la acción. Ante la mirada vacua de estas sensuales muñecas se inicia el relato invitando a un terreno de múltiples fantasías, que se irán desmembrando en una trama sorpresiva. Muñecas (premio de Novela Breve Juan de Castellanos 2007), se lee velozmente a través de los diálogos y las intermitencias del pensamiento de dos solitarios. Selin, joven hermosa, y un bibliotecario, se cruzan por esas extrañas casualidades. El choque, que podría derivar en un gran encuentro, no hace más que subrayar la ausencia de sentido en la que ambos divagan. Sus monólogos algunas veces se interrumpen para armar un diálogo inesperado. Alemania es el trasfondo de la soledad del cumpleaños de Selin y del bizarro mundo íntimo del bibliotecario inmigrante.
El monólogo del bibliotecario comienza cuando la desconocida Selin lo invita a su cumpleaños. Una ocasión semejante puede ser la dicha para el solitario que espera, o también la condena final. La espontánea invitación de una mujer hermosa le moviliza un mecanismo de infinitas hipótesis sobre las minucias sociales, desde las opciones del regalo y hasta la forma en que se debe vomitar en el baño de una fiesta íntima. Para derribar todas las fiestas posibles que él se había imaginado, se encuentra con una casa decorada con forros inflados, y se da cuenta de que es el primer invitado.
La torpeza social es protagónica, y las reflexiones cotidianas deformadas por la lupa del fóbico producen un buen efecto cómico. Selin y el bibliotecario están al borde de complementarse, por opuestos o por forzada proximidad. Se rozan en una tensión que espera la resolución en un romance. Se miran desde sus islas pidiendo rescate pero se ahuyentan con los mismos gritos.
“Ningún hombre es un isla”, dijo John Donne e inmortalizó Jon Bon Jovi en “Santa fe”, la canción. Pero muchos recordamos la frase por la cita en About a boy, la película con Hugh Grant. Así la recuerda el bibliotecario, por haberla escuchado en una película, y la incluye en su archivo con material sobre el aislamiento humano. Como buen solitario tiene una teoría sobre la soledad: una teoría sobre la utilidad del ser social. En cuanto al relato con personajes nihilistas, es más de lo mismo, se han escuchado los mismos discursos una y otra vez. De todos modos, la originalidad del relato no está en una nueva teoría sobre el desencanto de la sexualidad-objeto en una sociedad mercantilista sino en la continuidad del encuentro entre los delirios de los solitarios.
Es realmente placentero seguir el monólogo de las dudas del bibliotecario, y si se pudiera llevar Muñecas a la TV, sería uno de esos unitarios como Historias de sexo de gente común, que cuando se atraviesa el velo de la intimidad, se ingresa en un pequeño mundo bizarro. En la brevedad de la novela y en la longitud del cuento el factor decisivo es la lucha contra la voracidad del lector. Con las continuas sorpresas de Muñecas, el lector y los personajes permanecen un tiempo peleando, aun cuando la trama ya acabó.
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