Domingo, 30 de noviembre de 2008 | Hoy
La irlandesa Claire Keegan propone una mirada contemporánea sobre el mundo rural.
Por Mariana Enriquez
Recorre los campos azules
Claire Keegan
Eterna Cadencia
206 páginas
Uno de los ocho relatos de Recorre los campos azules, el segundo libro de cuentos de la escritora irlandesa Claire Keegan, lleva el nombre de otro escritor: se llama “Rendición (a la manera de McGahern)”. El narrador referido es John McGahern, cuentista y novelista fallecido en 2006, que en su prolífica carrera escribió mucho sobre la Irlanda rural y sostuvo, por ejemplo, en un relato situado en Dublín titulado “Parachutes” que “hasta la ciudad principal del país tenía un pie en el estiércol”. El campo, parecía decir McGahern, se infiltraba en lo urbano y con su atavismo sumado a la elevación mítica hacia el estatus de “Irlanda real”, le impedía al país modernizarse. Claire Keegan propone aquí una mirada distinta de la Irlanda rural, un acercamiento contemporáneo que refleja las condiciones actuales de un país que dio un importante salto económico. Aquí lo urbano se infiltra en el espacio mítico del campo, y de muchas maneras distintas. En el primer cuento, “La larga y dolorosa muerte” un ejercicio literario algo anémicola infiltración toma la forma de una escritora que se retira a la campiña gracias a una beca, para escribir con tranquilidad. Mucho más interesante, y no sólo porque el cuento es mejor, es lo que sucede en “Recorre los campos azules”, cuando un cura de pueblo debe casar a la mujer que fue su amante. Por un lado, la fiesta de boda tiene poco de tradicional: “Los platos están impresos en dorado, y tienen una opción: sopa crema de vegetales como entrada, o carne de cangrejo servida en palta. Después, salmón cocido con salsa de perejil o cordero con salsa de romero”. Por otro, el cura que ha roto su celibato con dolor pero sin un gran tormento espiritual, va en busca de un inmigrante chino que vive en una casa rodante para recibir masajes, relajarse e iniciar el duelo por la pérdida.
Pero cuando Keegan se entrega a su propia voz que a veces es virtuosa y fría y otras, las mejores, virtuosa y retorcida: algo así como una hija irlandesa de Lorrie Moore y Flannery O’Connor realmente encuentra momentos deslumbrantes. En esta colección hay dos relatos que se pueden llamar obras mayores sin caer en la exageración. El primero es “La hija del guardabosques”, crónica de la infelicidad de una familia y la venganza de una esposa adúltera contada desde distintos puntos de vista, a la manera joyceana la madre, el padre, la hija, el hijo deficiente mental, el perro con maestría pero sin alardes. El segundo es “La noche de los serbales”, donde vuelve a aparecer el tema del cura que rompe el celibato, sólo que el religioso aquí es un fantasma. La que carga el secreto es Margaret, una mujer salvaje que recuerda a la Crazy Jane de W. B. Yeats. Margaret, además, estuvo embarazada del cura, y ese hijo murió cuando todavía era un bebé. Ella, con su enorme desdicha, se retira a un pueblo del interior de Irlanda donde el tiempo ha transcurrido, pero donde también se mantienen intactas las supersticiones y los solitarios aislados, como el vecino Stack, que duerme con su cabra y desconfía de los jóvenes: “Bebían cerveza directamente de la botella, volvían de Estados Unidos o de Praga buscando pizzas y no podían decir la diferencia entre una papa y una ciruela”. El romance entre el solterón Stack y la supersticiosa Margaret, una mujer que escuchó a la banshee la noche de la muerte de su hijo, y cree encontrar la causa de todas sus desgracias en el hecho de que no le regaló la placenta a un marinero otra vieja creencia de la isla es formalmente exquisito y tiene el clima de una pesadilla, como si el alma oscura de esos campos esmeralda no pudiera ser exorcizada.
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