Domingo, 30 de noviembre de 2008 | Hoy
Entre el clima de época y el guiño a nuevos formatos, Tragamonedas presenta una inquietante ficción sobre el deseo.
Por Ezequiel Acuña
Tragamonedas
Viviana Lysyj
Alfaguara
225 páginas
No va a dejarse derrotar por un viejo dolor de infancia, pone Push the Button en la compactera y la potencia electrónica la lanza al aire, al fin recupera su fuerza, esa energía de torpedo que la caracteriza, basta de aviones herrumbrados, por suerte los Chemical Brothers tienen el enorme poder de llenarle la tráquea de oxígeno.” Las citas a grupos musicales, películas y otros elementos de la cultura popular y masiva le dan al libro de Viviana Lysyj cierto aire de novela generacional. Pero incluso dejando de lado esas referencias directas de actualidad que funcionan como notas de color, en la novela habita algo así como un espíritu de época que más que una moda se vislumbra en la forma de construir la ficción del libro.
Los capítulos son textos cortos –de una sola oración y muchas comas– que intentan desatar el lenguaje para dejarlo fluir con un ritmo deliberadamente vertiginoso. Se despliegan como escenas de un film surrealista o las variaciones de un calidoscopio. Avanzan por asociaciones, analogías y descripciones de las fantasías de los personajes para componer el cuerpo del deseo y dibujar los temores y frustraciones. Y narran como una catarata para abarcar los rincones poco palpables de los roces entre las vidas de los personajes, del cuerpo a cuerpo. Pero por momentos esa fluidez decae y Tragamonedas termina pagando con cierta monotonía el intento por sostener la fórmula de escritura a toda costa.
Una coreógrafa tiene un sueño recurrente con un bebé-tragamonedas al que no logra satisfacer para que deje de llorar. Hay algo ahí que despierta la esperanza y moviliza. Y al mismo tiempo el tragamonedas es un bebé glotón siempre hambriento que cristaliza en la novela como la expresión del deseo agobiante. Por sobre todo predomina el ballet –los cuerpos en movimiento de la coreógrafa, el bailarín y la bailarina anoréxica– y la sexualidad como la afirmación de lo que está presente y sin embargo no es suficiente. La danza –sexual o clásica– produce el goce y al mismo tiempo la jaula que sofoca. Y es en ese registro que Tragamonedas despliega el juego del deseo, entre el movimiento constante de la mano que apuesta y el estatismo de la repetición.
La historia de los personajes se esconde entre la marea de fantasías eróticas, delirios cannábicos e imágenes pulsionales. La escritura de Lysyj tiene potencia cinematográfica, y en este caso está puesta al servicio de los mundos interiores de los personajes. Sin embargo, hay algo de frivolidad en todos ellos, un juego de contrapeso entre lo profundo y lo superficial. En definitiva, tanto los actores principales como los personajes secundarios están lejos de generar simpatía. Y si se salvan de resultar penosos es porque Lysyj los construye con un estilo cínico muy bien acabado que los deposita un escalón más arriba, entre lo gracioso y lo patético.
Da la sensación de que Tragamonedas coqueteara con otros formatos y también, por cierto, con sus puntos de conflicto. Porque si existe un espíritu de época, puede ser pensado en este caso a partir de la actualidad de la escritura blogger, la brevedad, la urgencia, y la composición de un cuerpo de textos que crece de manera ilimitada y evita la linealidad.
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