Domingo, 8 de noviembre de 2009 | Hoy
Después de la publicación de su obra poética completa, otro importante material de Francisco Urondo acaba de aparecer: su emblemático ensayo Veinte años de poesía argentina, acompañado de un heterogéneo corpus periodístico que fue publicando en diversas revistas y diarios.
Por Juan Pablo Bertazza
Veinte años de poesía argentina
Francisco Urondo
Mansalva
204 páginas
Con Francisco Urondo sucedió, hasta hace poco, lo que siempre pasa con muchos grandes poetas argentinos: resultan íntimos desconocidos. Ya sea por obra de los mismos velos tras los que algunos autores prefieren construir su obra o por incapacidad crítica, por tragedias políticas que imposibilitaron su lectura o por la comodidad que implica el no leerlos. Hasta que –mejor tarde que nunca– son redescubiertos.
Veinte años de poesía argentina y otros ensayos, edición a cargo de Osvaldo Aguirre, reúne una buena parte de los textos críticos y periodísticos de Urondo que habían quedado dispersos y fuera del alcance del público, siguiendo el cauce de su poesía completa y su novela Los pasos previos, reeditadas por Adriana Hidalgo.
Compuesto del extenso ensayo que da título al libro (publicado en 1968 y, hasta ahora, inhallable), otros ensayos más breves y heterogéneos, más una serie de artículos referidos, por lo general, a poetas en particular, más reseñas y dos breves entrevistas que le hicieron hacia el final de su vida, Veinte años... tiene un valor doble: por un lado constituye un análisis discutible pero lúcido y valiente de la poesía argentina en un tramo que, sumando cada uno de los escritos, alcanza buena parte del siglo XX, y, por otro lado, ofrece un detenido paneo por la revolucionada y siempre en funcionamiento cocina de un poeta ineludible. Por tratarse de textos publicados en distintas revistas y diarios (como La Opinión, Zona de la poesía latinoamericana, Crisis, Leoplán y Poesía Buenos Aires) se vislumbra no sólo la velocidad de una escritura sujeta a la hora del cierre sino también un abanico de temáticas que, a priori, no resultan fáciles de sistematizar. Sin embargo, Urondo hace de este caos relativo una clarísima unidad, apropiándose de cada tema como un crítico que arma su propio libro a partir de su trabajo periodístico; un trabajo ensayístico que constituye un gran folletín de los intereses, obsesiones, gustos y disgustos del poeta. Es que casi todos sus textos tienen en común la capacidad para elegir citas con las que muchas veces les hace decir a los otros lo que él mismo quiere decir y –lo que puede poner los pelos de punta a más de un académico– el empleo de la pequeña anécdota para retratar a un autor, pintoresquismos de una vida que, si bien él pide leer tan en serio como los libros, no deja de incorporar y repetir en cada una de sus semblanzas, como por ejemplo que Girondo fue expulsado de una escuela europea al arrojarle un tintero a su profesor de geografía porque había hablado de “antropófagos que viven en Buenos Aires, capital del Brasil”.
La coherencia atraviesa todo este libro a partir de simetrías y líneas de contacto que, al igual que sucede en su poesía, vinculan un ensayo largo con las líneas breves de una reseña o su respuesta en una entrevista. Una poética no sólo sobre su propia poesía sino también sobre lo que él espera de la poesía en general. Así, a lo largo de estas páginas y en el variopinto registro de sus textos, Urondo denuncia la poesía que tiende a la solemnidad, la melancolía, la autocompasión, la resignación, la parálisis y la culpa, características que no atribuye al estilo sino más bien a síntomas, una poesía oficialista cultural con la que identifica a Rubén Darío, Lugones y buena parte de la generación del ’40.
Contrariamente, la poesía por la que aboga Urondo es la escurridiza región de una alegría y una vitalidad que, tal como indica su propia producción poética, no siempre tiene que estar exenta de la tristeza pero sí debe superarla, hacer síntesis: “Allá va cielo y más cielo/ cielito de la cadena/ para disfrutar placeres/ es preciso sentir penas” cita Urondo a Hidalgo. En esa alegría y vitalidad que, por momentos parece un poco simplista porque a veces la melancolía más pura puede canalizar también una energía anticanónica, Urondo ubica a quienes son sus padres literarios: Girondo, Juan L. Ortiz, Edgar Bayley y Macedonio Fernández, posiblemente en ese orden. Lo que los une es que supieron hacer su propio recorrido, muchas veces en silencio, y supieron darles a esos dos grandes temas de la poesía –la muerte y el amor– su propio sentido, su propia voz. Algo que, sin lugar a dudas, Urondo buscó y encontró a través de su propia obra.
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