Domingo, 7 de marzo de 2010 | Hoy
Como parte de la ola de rescate de textos brasileños de vanguardia que se vino en estos tiempos, llega El día de las ratas, de Dyonelio Machado. Una ciudad de ensueños y proyecciones geométricas que Roberto Arlt habría sabido apreciar.
Por Fernando Bogado
El tema con los sueños, con ese estado tan siglo XIX que es la duermevela, es que el momento previo o posterior –apenas nos dormimos, apenas nos levantamos– carga a todos los objetos que nos rodean de ese extraño halo donde resultan borrosos, se vuelven contornos (cuadrados, círculos) o ya pasan a funcionar como otra cosa (nuestro sillón es un monstruo, la mesa de luz es nuestra madre, etcétera). Sin necesariamente estar dormido, sin necesariamente estar despierto, Naziazeno Barbosa, el personaje de El día de las ratas, la emblemática novela brasileña de Dyonelio Machado, parece vivir en una ciudad de Porto Alegre al límite del sueño, llena de formas geométricas y sopores, el material del que están hechos ciertos sueños, al menos.
Naziazeno está mal, viene complicado: la novela comienza cuando el lechero lo increpa por una deuda de esas memorables de la literatura, un número que no se irá nunca de nuestra cabeza ni de la del personaje, 53.000 reis. Adelaide, la mujer, no lo deja tranquilo: un niño, su hijo, no puede estar sin leche, no se puede prescindir de ese alimento esencial, natural, infaltable. Con este peso sobre su cabeza, Naziazeno comenzará a recorrer los espacios de diferentes personajes (la oficina, el bar, la casa de apuestas clandestinas) tratando de conseguir, en ese único día, alguien que le preste el dinero necesario para saldar la deuda y encontrar así esa especie de nuevo comienzo, el desayuno del día siguiente en donde ya no le deberá nada a nadie.
A la epopeya misérrima de Naziazeno por conseguir ese dinero habría que sumarle la personal del autor con respecto a la publicación de este libro. Dyonelio Machado escribió El día de las ratas (Os ratos) en 20 noches, luego de haberla “masticado” en su cabeza durante poco más de nueve años, según la entrevista que se agrega al final de la novela. Médico psiquiatra, militante comunista, se encontraba en prisión, incomunicado, cuando se supo que su manuscrito había ganado el premio Machado de Assis, publicándose finalmente como libro en 1935. Machado no saldría de prisión hasta 1941.
Introductor del psicoanálisis en regiones de su país como Rio Grande do Sul (tradujo al portugués Elementos de psicoanálisis del médico triestino Eduardo Weiss, por ejemplo), Machado trabaja en esta novela con dos niveles que marcan una clara adscripción al modernismo: el primero es la fuerte concentración en el yo del personaje, haciendo que todo lo que sucede en la novela tome un cariz de ensueño, de percepciones confusas, de infierno personal, lugar en donde se encontraría toda esa vena médico–psicoanalítica proveniente de su formación profesional. Por el otro lado, el segundo nivel (políticamente) complementario del anterior, retrata las miserias de Porto Alegre, de todo Brasil, en donde Naziazeno es un empleado más, otro alienado, un contable que le teme al director de la empresa para la cual trabaja (pero no por eso deja de pedirle dinero prestado) y que tiene sus “amigotes” deambulando por los bares o pensando de donde sacarán plata para jugar al “bicho”.
Esta aparición en castellano de un texto clásico de la literatura brasileña viene acompañada de toda una nueva ola de traducción de varios textos imprescindibles del país vecino. En Machado, no sólo pueden leerse algunas cosas que recuerdan a autores paradigmáticos del modernismo como Joyce o Proust, sino también a planteos, personajes y angustiosos paisajes geométricos que recuerdan a Roberto Arlt: Naziazeno, por momentos, parece un Erdosain tropical. Pese a estas similitudes muy a la mano, el autor consigue una voz propia en un texto que, datado en 1935, es un claro hijo de su época revestido de preocupantes temáticas de entreguerra como la introspección, el problema de las percepciones confusas, la alienación, la angustia. ¿Naziazeno no habrá soñado, hace ya muchos años, la misma pesadilla “moderna” que nos atosiga hoy?
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