Domingo, 7 de marzo de 2010 | Hoy
Cuando la National Geographic Society le pidió a Ariel Dorfman que eligiera un lugar en el mundo para visitar y narrar la experiencia, el escritor no dudó en elegir el desierto del Gran Norte de Chile. A partir de ahí, escribió unas memorias que sobrepasan por mucho el carácter documental y se convierten en un excepcional testimonio histórico en momentos en que la geografía chilena muestra su rostro más conflictivo.
Por Claudio Zeiger
Memorias del desierto
Ariel Dorfman
RBA
303 páginas
Resulta sorprendente y doloroso estar leyendo Memorias del desierto, el libro de Ariel Dorfman sobre el territorio del norte de Chile, mientras en el sur del país sucede el terremoto más terrible de su historia. Porque Memorias del desierto es un libro sobre lo que le hace la naturaleza al hombre y también sobre lo que le hace el hombre a la naturaleza. En definitiva, Dorfman imbrica geografía, historia, subjetividad y destino a partir de observar y reflexionar acerca de una tierra hostil, yerma. Pero uno lo lee mientras la “opinión” de la naturaleza es concluyente y sólo deja un tendal de desgracia sin respuestas y más incertidumbre hacia el futuro. ¿Ahora será siempre así, réplicas y más réplicas de la naturaleza? Hecha la conexión Norte-Sur, cabe aclarar que este libro se dio a conocer en inglés en 2004 publicado por la National Geographic Society, y que hay un residuo de aventura y adrenalina en la travesía por el desierto de Atacama que narra el escritor chileno. Pero hay mucho más por cierto, y eso lo vuelve sencillamente excepcional. Mezcla de crónica, diario de viaje y autobiografía, Memorias del desierto es un libro excepcional.
Dorfman confiesa que cuando le hicieron la propuesta de visitar un lugar y escribir sobre la experiencia (“¿cuál es la localidad, región, espacio de la tierra que quiere visitar?”) no dudó en elegir el Norte Grande de Chile, célebre por ser de forma concluyentemente comprobada, el desierto más seco del mundo. Y no lo hizo por razones climáticas sino íntimas, sentimentales, históricas y familiares. Lo más atractivo es que esas claves subjetivas del viaje por encargo, Dorfman las va a ir desplegando a lo largo de los capítulos, tramando vida, viaje y escritura.
Al comienzo señala que cuando tenía veinte años pasó por allí como un rayo de camino a la Utopía, sin tiempo ni disposición para conocer los pueblos fantasmas surgidos del auge y la caída del nitrato. “No, yo me dirigía a Lima y Cuzco y Machu Picchu, al lago Titicaca y La Paz y Oruro, que en ese entonces consideraba el corazón oculto del continente sudamericano.”
En las páginas siguientes y cumpliendo a carta cabal su rol de escritor obsesivo y responsable que no deja cabo suelto, Dorfman se despacha con la historia de ese desierto y su semilla el nitrato, fertilizante extraído de las salitreras que caerá en desgracia durante la Primera Guerra Mundial, cuando la bloqueada Alemania logra sintetizarlo en un laboratorio. Historia apasionante sin dudas, capítulo ineludible del dominio británico entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, con el agregado terrible y de heridas aún abiertas conocido como Guerra del Pacífico, que enfrentó a Chile con Bolivia y Perú y dejó a Bolivia sin salida al mar.
“Qué paradoja: este desierto, que ni siquiera pertenecía a Chile durante la mayor parte de su existencia, que Perú y Bolivia perdieron en una guerra a fines del siglo XIX, resultó ser un factor central y determinante en la historia contemporánea de mi nación”, apunta Dorfman.
Una vez que retoma la marcha, el escritor señala un punto importante del sur de Chile, Monte Verde, donde se encontraron huellas humanas ancestrales en 1986, como el mito de origen del viaje al Norte, remedando sin querer queriendo el título de su autobiografía Rumbo al sur Deseando el norte. Esa huella de un pie tendrá su contrapunto y referencia en “la mano” del desierto: una estatua de roca lisa en la carretera de Antofagasta, erigida en 1992 por el escultor Mario Irrarrázaval.
En tanto, nosotros lectores, vamos llegando al corazón del libro, del desierto: los pueblos fantasmas. Ahí reside el nudo de la trama entendida como viaje. Ahí se cruzan viaje exterior y viaje interior. Resuenan las voces de quienes fueron testigos del apogeo de esas ciudades salitreras y resuenan las voces del desierto literario, con Pedro Páramo a la cabeza y llegando hasta los tramos finales de Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, sin dejar de señalar que una de las voces importantes que dan testimonio directo en Memorias del desierto es la del escritor chileno Hernán Rivera Letelier, narrador, precisamente, de la vida de los pobres en las salitreras y las minas.
Mientras tanto, se abren dos líneas personales que Dorfman va adelantando y finalmente despliega con detalle: su acompañante en el viaje es ni más ni menos que su esposa Angélica, quien decide emprender una aventura particular, la búsqueda de parte de su identidad familiar en la ciudad de Iquique. De esta historia que bien podría ser un libro aparte con fuertes tintes de ficción, puede decirse que hacia el final del libro tendrá su sorpresivo cierre, pero no en el desierto del Norte de Chile sino en San Fernando, aquí nomás en el norte de Buenos Aires.
Y, sin dudas, la historia más conmovedora del libro, el fragmento más baldío de este desierto, es la reconstrucción de la muerte de un amigo y compañero de militancia universitaria de Ariel Dorfman en los ‘60, Freddy Taberna, fusilado en la ciudad de Pisagua en 1973, presumiblemente por una orden directa de Pinochet. Aún desaparecido su cuerpo, no quedan dudas de que este hombre hijo del desierto y la pobreza fue asesinado por la dictadura, pero Dorfman logra reconstruir su vida, desde la infancia a la muerte, en una red de emociones y sentimientos que van más allá de la vida y de la muerte.
Llegado el final del recorrido, sorprenden las líneas de apertura a las que Dorfman somete —en buenos términos— al lector, ofreciendo más, mucho más de lo que se espera de un “documental” de National Geographic por más que se lo hayan encargado a la buena pluma de un escritor consagrado. Es mucho más. Es un libro tan adherido a la roca y al silencio que su vibración más profunda quedará en nuestros cuerpos y nuestras almas por mucho tiempo.
1) EN LOS CONFINES DEL DESIERTO:
UN CEMENTERIO DE ROCAS.
2) MAPA DEL NORTE DE CHILE.
3) EXHIBICION DE ZAPATOS USADOS
POR LOS SALITREROS.
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