Domingo, 4 de julio de 2010 | Hoy
Una novela de personajes excéntricos de la bohemia barcelonesa poco antes de la crisis europea.
Por Damian Huergo
Un músico viaja a Europa. Su equipaje es liviano: CD de Charly García y una guitarra eléctrica. Rueda por varias ciudades. Hasta que encuentra alojamiento en Barcelona, en una buhardilla frente a la Plaza del Raval. La zona, según las guías turísticas, es peligrosa, sucia, oscura y sórdida. Pese a ello –o precisamente por ello– es apasionante e interesante. Así lo consideró Martín Lombardo –psicoanalista nacido en Buenos Aires y residente en Lyon–, que situó su primera novela en sus calles y, sobre todo, en las personas que la transitan.
Locura circular entra en ese conjunto de literatura contemporánea que se apoya más en la excentricidad de sus personajes que en la historia que cuenta. Por sus páginas desfilan, como si fuese un certamen de freaks, un escritor que no escribe, un sesionista enfermo de celos que busca a su novia por sitios de pornografía amateur, una travesti lacaniana, una feminista experta en nuevas teorías sexuales, un oráculo adicto a la timba, una previsible femme fatale y una chica que se autoadjudica ser la hija de Marylin. El director de orquesta de todas estas historias es el músico. Al igual que el resto de los personajes que lo rodean, no sabremos su nombre ni su edad ni de dónde viene y, menos, hacia dónde va. Sin embargo, a medida que avanza con su soliloquio sabremos que se enamora y desenamora como profesan los manuales del amor líquido y que malgasta su espíritu rebelde en slogans nihilistas (“el arte ha muerto”, “el cinismo o tirarse debajo de un tren: that’s the question”) que son como un mordisco sin dientes.
El hilo en común que tienen todos los personajes es la marginalidad y, en la mayoría, su condición de extranjeros. Estas características funcionan como una oportunidad para que cada uno de ellos interprete un papel diferente al de sus vidas anteriores. Al no nombrar su origen ni su pasado ni su historia, revelan la ambición de reinventarse; el problema es que la abulia que ejercitan les impide saber en qué. A diferencia de lo que sucede en la gran novela rock El país de la dama eléctrica de Marcelo Cohen, estos personajes no tienen el impulso vital que se les otorga a los adolescentes, le escapan a la política, a las emociones fuertes y utilizan el arte y la bohemia como un modo de redención individual y no para establecer lazos con su comunidad.
El ágora, el punto de encuentro de todos estos personajes, como no podía ser de otro modo, es una fiesta. La locación es un piso en el barrio de Gracia. Y si las fiestas son un lugar de comunión, donde se celebra la existencia y se invierten nuestros roles cotidianos, en Locura circular es el lugar de tránsito, del anonimato, donde las relaciones se diluyen y se pierden los pocos lugares en los que los personajes se definen: la banda, los amigos, el amor.
Locura circular es una novela de iniciación singular: ningún personaje se inicia en nada ni sufre transformaciones al final del camino. Lombardo retrata, con una prosa coloquial que alterna entre modismos argentinos y españoles, un territorio que desborda las cristalizaciones de los folletos turísticos, poniendo en evidencia la angustia y el sinsentido que se respira en los márgenes de la bohemia barcelonesa, si es que algo semejante existe.
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