Domingo, 4 de julio de 2010 | Hoy
La relación del hombre con la tecnología, las máquinas y los miedos colectivos generados a lo largo de más de cincuenta años son los principales ejes de una historia de la ciencia ficción, el género que en gran medida moldeó el imaginario del siglo XX.
Por Federico Kukso
Desde hace casi cincuenta años, autores e historiadores de la ciencia ficción mantienen una conversación poco conocida por el gran público. Discuten entre sí, pese a vivir en países y en décadas diferentes. Se elogian y bastardean olímpicamente, a veces sin siquiera conocerse. Y en los intervalos, hacen un esfuerzo imposible: buscan definir este género inabarcable y sideral que con las décadas pasó de ser descalificado como “subliteratura” a ser desgastado por el cine pochoclero (y ahora de nachos con queso). El anfetamínico de Philip K. Dick le contestó al patilludo de Isaac Asimov. Kurt Vonnegut le tiró la pelota a Arthur C. Clarke y Ursula Le Guin se la devolvió a J. G. Ballard. Pero no pasó mucho para que voces y miradas más cercanas a la tierra que a las estrellas se colaran y alertaran con crudeza: “La ciencia ficción configuró el imaginario del siglo XX: sin su presencia no se explicaría por qué se ha gastado más en explorar el espacio que en combatir la miseria”. El que disparó fue el filósofo ítalo-argentino Pablo Capanna, que, además de dar en el blanco y radiografiar el impacto social del mundo sci-fi, fundó una escuela con alumnos directos e indirectos, como es el caso de Javier Lorca, quien sorprende en su reciente libro básicamente a partir de un engaño que se aprecia apenas se comienza a recorrer sus casi 170 páginas.
Recién entonces se aprecia que esta historia de la ciencia ficción –género actualmente en crisis, sin horizonte de futuro y ya sin predicciones lanzadas a largo plazo– es mucho más que una enumeración de viajes espaciales, invasiones alienígenas y derrapes de autómatas en todas sus formas (el monstruo, el robot, el cyborg, el clon). Lorca, más bien, se aleja del afán del taxonomista y se acerca a la mirada transversal y desnaturalizadora de grandes historiadores de la técnica, como Patrick Geddes y Lewis Mumford, filósofos del estilo de Donna Haraway y Peter Sloterdijk y traductores de la (i)realidad como Paul Virilio y Jean Baudrillard.
El autor lo sabe, lo sugiere, lo dice abiertamente: no se pueden comprender las epopeyas cósmicas, los viajes al corazón de la Tierra o el despertar de las máquinas en el aire ex nihilo y, sobre todo, como si fueran sólo figuritas repetidas de un gran álbum llamado “industria del entretenimiento”. Su ancla, más bien, se encuentra en el trinomio ser humano-tecnología-ambiente: la realidad que sacuden, los miedos que exponen, el Zeitgeist o clima de época del que ebullen y también las líneas de acción que impulsan (las semillas que siembran en las cabezas de los inventores y científicos). De ahí que este libro tenga un cuño ballardiano, de aquel Ballard que definió a la ciencia ficción como “el sueño del cuerpo de convertirse en máquina”.
Conceptualmente, Lorca ordena las piezas con un enfoque más que interesante: indica que el devenir del género se puede fraccionar en tres generaciones o tres movimientos. O sea, una época germinal en la que la ciencia ficción narra y apela a un movimiento hacia afuera o centrífugo (los artefactos tecnológicos propician la extensión e incremento de los alcances humanos, como se lee en las obras de Julio Verne y H. G. Wells). Luego, un movimiento orbital alrededor del ser humano (la aparición de la máquina antropomorfa que se advierte en la obra de Olaf Stapledon y más que nada en Asimov). Y para terminar, un movimiento centrípeto, hacia adentro, en el que la máquina se interioriza y carne y metal se fusionan, como se advierte en las novelas de Philip K. Dick y Ballard.
Por momentos con toques barthesianos (como cuando Lorca se calza el traje de cazador de mitos al deshilvanar la figura del robot en sus antecesores: el superhombre, el monstruo, el gigante, el doble), esta lectura en paralelo y cruzada entre historia de la técnica e historia del universo sci-fi demuestra una certeza: se puede pensar a la ciencia con la ficción (y a la ficción con la ciencia) sin la necesidad de obnubilar la mirada con efectos especiales.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.