El filósofo Hugo Biagini recorre en este ensayo la historia del pensamiento latinoamericanista en la Argentina desde los albores de la Independencia hasta nuestros días, en su particular relación con los aportes realizados en este aspecto por otras naciones hermanas.

Apoyado en una ingente bibliografía, Biagini trabaja su documentado estudio desde una posición filosófico-política que trasciende, empero, la mera voluntad historiográfica académica para convertirse ella misma en ejemplo del “pensamiento alternativo” propugnado, desde la investigación y la praxis filosófica, por el Corredor de las Ideas del Cono Sur, una agrupación libre y multidisciplinaria de intelectuales, de la que Biagini es miembro fundador.

El autor desarrolla su indagación multisecular desde dos ejes: la búsqueda de redefiniciones no esencialistas de América latina como unidad político-cultural, en sus ricas diversidades y grandes coincidencias; la superación de las visiones colonialistas, de las metáforas de la subordinación, la inmadurez, o el “vacío” cultural que ha desembocado en la autopercepción de Latinoamérica como conjunto más o menos anárquico de sociedades signadas por atavismos bioculturales, y condenadas a la dependencia. El rastreo de todos los antecedentes de pensamiento que conllevan y coadyuvan a la definitiva autodeterminación latinoamericana es uno de sus objetivos fundamentales.

La meditación idiosincrática en nuestro país –apunta Biagini– ha estado, desde el inicio, cruzada por antinomias y alternancias supuestamente irreconciliables. Ha caído en disyunciones y simplismos persistentes (una de ellas, la que Jauretche consideraba como la “madre de todas las zonceras”: “civilización y barbarie”). El autor se propone desarmar estas oposiciones toscas y rastrear las síntesis y multiperspectivas desde los orígenes del pensamiento ilustrado y revolucionario. Reseña las diferentes influencias y tensiones: hispánicas, francesas, inglesas, estadounidenses, que convergen y también debaten intensamente en el lento proceso de formación de un pensamiento propio. Rescata las posturas en pro de la unión latinoamericana por parte de socialistas como Manuel Ugarte, Alfredo Palacios, Deodoro Roca, y en general, de la Reforma Universitaria de 1918. Recupera olvidadas plataformas utópicas, como La Estrella del Sur (1903) soñada por el republicano español (exiliado en Buenos Aires) Enrique Vera y González, o la versión de la Ciudad de los Césares del filósofo sanjuanino Nicanor Larrain (1840-1902), y se refiere a la revaloración del pensamiento utópico por parte de ensayistas vivos y en plena vigencia, como el uruguayo Fernando Aínsa.

Examina asimismo los elementos de prejuicio (por ejemplo los raciales y culturales que denigran sin apelaciones a negros o aborígenes, o a los latinos en general) que subyacen como lastres retardatarios aun en la obra de pensadores que han sido en otros terrenos progresistas (entre ellos, José Ingenieros), incluso ya avanzado el siglo XX y hasta nuestros días. La resistencia contra el fascismo, el derecho a la identidad, aunque no sea la específicamente latinoamericana, también tienen su lugar en esta obra como parte de un “pensamiento alternativo” construido desde estas tierras.

Lo nacional, concluye Biagini, no se opone a lo latinoamericano, ni ninguna de estas instancias a lo universal. La innegable raíz europea interactúa con la aborigen y con otras vertientes. Un amplísimo recorrido del panorama latinoamericanista actual y su énfasis en la corriente intercultural corona la parte expositiva del volumen, cuyo epílogo se interna en otras aguas. Lejos de las posturas filosóficas que proclaman el alejamiento de la praxis, el autor finaliza con un elogio de la “izquierda plebeya” y el nuevo nacionalismo integrador (no chovinista) que ve encarnado en buena parte de los actuales gobiernos populares del Cono Sur.