Domingo, 10 de julio de 2011 | Hoy
Tess Gallagher, poeta y narradora, fue esposa de Raymond Carver y la mujer que lo ayudó a dejar la bebida. Con una veintena de reconocidos poemarios publicados, comenzó su carrera como narradora alentada por su esposo. Estos cuentos de realismo minimalista que indagan en los resquicios del amor –salvo el que le da título al libro, un relato extraordinario que roza lo fantástico–, por un lado funcionan como un satélite natural de la obra de Carver y por otro lado hablan del talento y la versatilidad de su autora.
Por Juan Pablo Bertazza
Cuando la fuerza arrolladora de la literatura se une a la muerte temprana y aparece la sed de leer, suele recurrirse a todos los satélites de un escritor: boletas de lavandería, diarios íntimos, correspondencias y bosquejos de libros nunca terminados. Sin lugar a dudas, Raymond Carver fue uno de los mejores cuentistas de la segunda mitad del siglo XX, pero su talento transgrede cualquier noción de género: más allá de que en sólo dos libros mostró también un talento poético innegable, con el tiempo su propuesta, su estilo y esa preocupación por personajes marginales que muy poca importancia habían tenido en otros escritores, tomaron por asalto la escena literaria, aun en lo que respecta a un asunto relativamente reciente en los debates literarios: las relaciones peligrosas entre un escritor y un editor, algo que salió a la luz hace unos años cuando se detectó que Gordon Lish había participado más de la cuenta en la poda de sus relatos, y que se instaló con la publicación de Principiantes, la versión de los cuentos tal como los había escrito Carver antes del filtro minimalista de su editor. Satélites que tienen un interés periodístico innegable pero que, al mismo tiempo, contribuyen también a saciar esa sed por seguir leyendo a los que ya no pueden seguir escribiendo.
La publicación en español de El amante de los caballos (1987), primer libro de relatos de su última esposa, Tess Gallagher, la mujer que consiguió que dejara la bebida, tiene un valor similar. Gallagher goza del suficiente mérito como para ser leída en forma autónoma, es decir, desligada de la sombra enorme de su marido. Laureada con diversas y prestigiosas becas universitarias, no caben dudas de que su trayectoria poética con una veintena de libros publicados y reconocidos, es mucho más importante e innovadora que la de su marido. Sin embargo, hay un dato fundamental que se confirma apenas uno se enfrenta a estos relatos: fue precisamente Raymond Carver quien alentó a Tess a publicar y escribir sus relatos, y no sería para nada raro, teniendo en cuenta la atmósfera y el estilo de los mismos, que también Carver haya hecho su aporte a estas historias como Gordon Lish hizo con las suyas.
“El amante de los caballos”, relato que da título al volumen, es la joya de un libro con un nivel muy parejo, muy alto; y por otro lado, es tal vez el relato que menos influencia tiene de Carver: con un tema que seguramente influyó en la novela escrita por Nicholas Evans en 1995 y que, tres años después, fuera llevada exitosamente al cine por Robert Redford con aquella actuación iniciática de Scarlett Johansson, se centra en un grupo familiar, cuyos integrantes, en determinado momento de la vida, desarrollan una especie de don tan absurdo como inexplicable: el abuelo comunicándose con los caballos –y enamorándose de uno de ellos a tal punto de abandonar a su familia–, el padre con los juegos de cartas –aun a punto de perderlo todo– y la hija –la narradora– que se niega a hablar en voz alta hasta los once años, como si “mi cabeza fuese un almacén de secretos que sólo podían comunicarse de manera privada”. Este relato que tiene un pie en el género fantástico y un vuelo poético notable es el más distintivo del libro. Pero es, en realidad, en los restantes cuentos de El amante de los caballos donde puede notarse la clara influencia de Carver, a tal punto que, por momentos, nos da la sensación de que estamos ante un relato perdido de Catedral o De qué hablamos cuando hablamos de amor. Mudanzas frecuentes y reveladoras, palabras que quieren decir otra cosa, inesperados vasos de whisky, la irrupción de terceros y algunas extrañas asociaciones –cuando una de las protagonistas ve a una mujer de ojos grandes y negros y piel blanca, piensa en la palabra “alabastro”– son algunos de los temas recurrentes.
Con un realismo minimalista, y una habilidad de enfocar grandes problemas en pequeños detalles, la mayoría de estos relatos, al igual que sucedía con los cuentos de Carver, indagan y se asoman en las grietas del amor, los resquicios entre la supuesta seguridad de las relaciones de pareja. Así, en el brillante “Aguarrás”, la llegada de una vendedora de Avon termina desnudando las carencias de una pareja totalmente anquilosada en su concepción de la comunicación y la felicidad. En “Indefensos”, otra pareja aparentemente fuerte y sólida, empieza a resquebrajarse y a hundirse como el Titanic en su primer día de viajes con la aparición de una ex, y las dudas que en su actual mujer le genera una frase de un libro de filosofía: “No mentir significa no sólo negarnos a ocultar nuestras intenciones, sino también exponerlas con sinceridad y honradez. Esto no es fácil y no se consigue sin pagar un precio”. Pero el relato que mejor representa el humus contaminado del amor, suciedad que se vislumbra a partir de un hecho supuestamente insignificante es, sin lugar a dudas, “Beneficiarios”, en el que una pareja feliz se termina rompiendo por los beneficiarios que deciden declarar para sus respectivas herencias. Es extraño pero los relatos de Tess Gallagher tienen un valor doble: por un lado funcionan como otro satélite natural de la obra del gran Raymond Carver, por otro lado hablan de su propio talento y versatilidad. Nada raro si tenemos en cuenta, por ejemplo, sus mutuas dedicatorias y, sobre todo, “Amar”, uno de los poemas que él le escribió a ella: “Desde la ventana la veo inclinada junto a las rosas/ las arranca,/ hace una pausa y arranca otra, más sola en el mundo de lo que pudiera imaginar./ Y le digo entonces enfrentándome a lo que se acerca: mi mujer. Lo diré/ mientras pueda, mientras respire, con cada pétalo/ de la rosa”.
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