Domingo, 10 de julio de 2011 | Hoy
Con Lágrimas en la lluvia, su nueva novela y la primera de una planeada saga, Rosa Montero vuelve a la ciencia ficción homenajeando a Philip K. Dick y la novela negra, en una reflexión sobre la memoria como constructora de identidad individual y colectiva.
Por Luciana De Mello
Toda una profecía numerológica y una jugada editorial. Treinta años después de su primera novela con contenido de ciencia ficción, La función Delta, Rosa Montero vuelve al género en el año 2011 cambiando completamente el registro narrativo de sus novelas anteriores y rindiendo homenaje a la película Blade Runner, de Ridley Scott, y a la novela de Philip K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? ¿Lo profético? El personaje de La función Delta es una mujer en dos momentos de su vida, a los treinta y a los sesenta años, la misma edad en la que Montero ha decidido hacerse un regalo a sí misma: “A los sesenta mucha gente se jubila y se compra una casita en Torre Vieja y entonces yo pensé que en vez de eso me iba a construir un mundo”. Y lo construyó con una protagonista a punto de cumplir los treinta años, edad en la que, fatalmente, sabe que va a morir. La idea de Montero es que este mundo será el lugar al que volverá una y otra vez para continuar una serie de la cual Lágrimas en la lluvia es la primera entrega y que cubriría la demanda de la nueva colección que Seix Barral lanzó el año pasado, Biblioteca Furtiva. En este sentido, la última novela de Montero es “un pura sangre de los crossover”, ese término editorial tan en boga y que tiene como objetivo lo que todo editor desea: un libro de calidad para un público muy amplio.
Lágrimas en la lluvia transcurre en Madrid, en el año 2109, en un mundo donde los humanos conviven con androides y con “bichos” de otros planetas. El agua ha sumergido a países enteros a causa del deshielo de los glaciares y el aire es un impuesto que se paga caro. Los habitantes de los Estados Unidos de la Tierra se teletransportan, pero la xenofobia, la explotación y la violencia continúan siendo algunos de los principales males del globo cien años después, en una “humanidad” donde el otro puede proceder tanto de una galaxia vecina como de la inhalación de una memoria artificial. La detective Bruna Husky es la protagonista androide de Lágrimas en la lluvia y, según Montero, su personaje más autobiográfico. Ella deberá esclarecer una cadena de asesinatos de alcance mundial donde la supervivencia de su especie está en permanente peligro. La novela de Montero no es una novela simple en ningún sentido, excepto por la manera de contar, esa prosa de lenguaje directo y despojado que conjuga humor, suspenso y reflexión a lo largo de toda la trama.
España no se caracteriza por una gran tradición en ciencia ficción y en este sentido, con esta novela, Rosa Montero está abriendo una nueva perspectiva en cuanto al género en la narrativa contemporánea española, porque si bien sus novelas La función Delta (1981) y Temblor (1990) poseían rasgos de ciencia ficción, Lágrimas en la lluvia es un relato donde también el género se hibridiza. Montero mezcla la ciencia ficción con el policial negro, dando lugar a una novela paranoica, término acuñado por Piglia, y con el que el crítico caracterizó justamente a la producción literaria de Philip K. Dick, maestro del género al cual esta novela le rinde homenaje.
En Lágrimas en la lluvia vuelve a aparecer el tema de la memoria como constructora de identidad individual y colectiva, ya recurrente en la obra de Montero. Los replicantes son creados con una edad aproximada de veinticinco años, pero sin embargo poseen memoria de su pasado, una infancia y una adolescencia que fueron escritas por los memoristas, novelistas expertos en crear una vida con no más de quinientas memorias. Pero en un punto de la vida de los androides emerge un recuerdo, el último, que les revela que todo su pasado nunca existió: la felicidad, el dolor, la nostalgia y el placer que constituyen su vida son falsos. Para paliar el dolor de la soledad en la que estos seres viven inmersos, los replicantes se esnifan tubos de memoria por la nariz, memorias piratas ilegales que terminan por enloquecerlos.
“Hablo de la memoria personal –dice Montero–, que es un cuento que nos contamos a nosotros mismos, una construcción imaginaria, de manera que la identidad, que se basa en la memoria, también es un artificio; y por otro lado hablo de la memoria colectiva, que también es un invento, pero en este caso un invento malicioso, una manipulación consciente que ejercen los poderes para alterar la realidad en su beneficio, y la única manera de luchar contra esto es crear sociedades lo suficientemente democráticas como para que emerjan a la luz, al mismo tiempo, las distintas historias posibles.”
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