Domingo, 10 de julio de 2011 | Hoy
Con la investigación de un crimen en un Madrid futuro y distópico como puntapié inicial, Todo está perdonado del español Rafael Reig –ganador del Premio Tusquets– avanza hacia un complejo mosaico narrativo en donde la historia de España desde finales de la Guerra Civil hasta la actualidad es seriamente revisada. Poniendo en cuestión la pacificación posterior a la Transición, Reig logra capturar el pulso político de su tiempo y su país en una novela notable.
Por Fernando Bogado
El perdón es, sin lugar a dudas, uno de los problemas más serios con los cuales tanto la literatura como cualquier otra práctica o saber tienen que enfrentarse en estos días, o tal vez desde siempre. ¿Qué se puede perdonar? ¿Quiénes perdonan? ¿Es lícito perdonar o es sólo abrirse a un conflicto futuro o, aún peor, mantener la condición apremiante que nos condena en la actualidad? Los debates en torno de esta acción han sido muchos, desde el lugar en que la Iglesia Católica coloca la práctica cotidiana del perdón hasta las discusiones filosóficas más recientes que incumben, como no podía ser de otra manera, las situaciones más terribles de la historia del hombre (Jacques Derrida y el reportaje conocido bajo el título El siglo y el perdón, pero también discusiones hermenéuticas en torno del vínculo memoria-olvido de Paul Ricoeur, etc.). El perdón más terrible e hipócrita, se sabe, es el de la lectura histórica, aquel discurso que tiñe el pasado, gracias a la colaboración de diversas instituciones, como un paso lógico y necesario para un bienestar actual, un aparente estado de paz: será quizás ese tipo de perdón, esa práctica política medida llevada adelante por los poderosos del título que sea, el cual burla y violenta la última novela de Rafael Reig, ganadora del VI Premio Tusquets de Novela, Todo está perdonado.
El texto relata la investigación que lleva adelante Carlos Clot, personaje que ya habíamos conocido en una de las novelas de Reig, Sangre a borbotones (2002), obra que coloca a Reig dentro de los nombres a tener en cuenta en el panorama de la literatura española contemporánea. Esto no es cualquier cosa: ya en aquella historia se planteaba una Madrid futura sujeta a un gobierno que ha declarado al inglés como lengua oficial y que, luego de la debacle petrolera de 1970, ha optado por hacer de la ciudad una especie de Venecia ibérica: transporte en lanchas y barcos o canales que, efectivamente, sirven como nuevas rutas. A todo esto debemos sumar el hecho de que la fuerza de la Iglesia Católica se ha convertido en algo más que un dato anecdótico: cada ciudadano tiene acceso a una serie de máquinas expendedoras que largan un six-pack de ostias para comulgar cotidianamente, todas ellas consagradas como corresponde y siempre al servicio tanto del usuario como del eventual sacerdote que el consumidor solicite mandando un mensaje de texto al “*2020” español. En ese país distópico, en el medio de una contienda futbolística que tiene parados a todos los españoles, Laura Gamazo, la hija de Perico Gamazo, responsable de la máquina expendedora y dueño de una fructífera concesión con el Vaticano, muere envenenada el mismo día de su boda: el detective Clot es contratado por la familia para averiguar el nombre del responsable de aquella muerte junto con otros policías, todos ellos cercanos a Gamazo.
Si bien se ha convertido en una costumbre, casi ya una convención literaria –al menos en numerosas obras en español– aquello de utilizar la investigación detectivesca como estrategia para retomar un tema aún más punzante, Reig consigue que el lector se olvide por varias páginas de que hay un crimen que resolver con el fin de ingresar en un complejo mosaico narrativo en donde la historia de España desde finales de la Guerra Civil hasta la actualidad es seriamente revisada, diseccionada a través de los detalles biográficos de Nacho y Laura, los hijos de Perico Gamazo, o de su padre, o de Rosario, la chica que contratan para que limpie su casa, o de Antonio Menéndez Vigil, el principal narrador del texto quien conserva también su profundo crimen. La novela se encarga de ver, precisamente, las diversas estrategias por las cuales una aparentemente pacificada España ha surgido del conflicto fratricida de los ‘30, dejando expuestas las heridas cerradas, remarcando la culpabilidad a fuerza de que cada uno de los personajes confiese, en algún momento, que “todo estaba perdonado”, un latiguillo, un clisé carente de verdad. Desde el gobierno de la Transición hasta las guerrillas revolucionarias urbanas, desde los transexuales hasta los gnósticos, cada grupo social, cada nombre propio de la novela es un gran exponente de ese perdón impostado, calculador.
Rafael Reig (1963), escritor y crítico literario, logra capturar el pulso político de un tiempo gracias a una novela que cambia dos o tres detalles actuales como estrategia para releer los hechos: exhibiendo un envidiable manejo del estilo, de la forma literaria, sólo le basta crear un presente alternativo apenas diferente para remover el pasado y volver a poner bajo la vista del lector estos detalles, llamando la atención, molestando, dejando intranquilos a todos. El autor, en definitiva, vuelve a exponer aquello que la literatura se permite como privilegio maldito, como irreprochable espacio que hace funcionar al pensamiento, como último bastión de resistencia política, como calculada antítesis del perdón: el rencor.
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