Domingo, 20 de enero de 2013 | Hoy
Al gesto poco frecuente de publicar una antología de cuentos de autores argentinos, Terror, ya desde el título, agrega la propuesta de abrevar en un género ascendente y que, en Argentina, cobra algunas características tan peculiares como inquietantes. El miedo, entendido por Lovecraft como el más antiguo sentimiento del hombre o, según Stephen King, como una antesala de la propia muerte, encuentra anclajes en la historia, en los márgenes sociales y en los horrores de la dictadura.
Por Luciana De Mello
Si hay un acontecimiento literario inusual en estos tiempos es que una gran editorial publique una antología de cuentos de autores argentinos. Esperanzador, es lo primero que se piensa en un país con una importante tradición cuentística que, debido en gran parte a los avatares del mercado editorial, se ha hecho con el tiempo cada vez más difícil de publicar –a no ser por las antologías que suelen lanzar los nombres de la “nueva narrativa” argentina–. El hecho es que Planeta acaba de publicar una antología con trece cuentos inéditos de autores reconocidos y al mismo tiempo muy diversos entre sí. Lo que hace a esta antología todavía más singular es que los cuentos propuestos se encuadran, ya desde su título, dentro del género de terror, uno de los más trabajosos de escribir, ya que pocos géneros exigen al mismo tiempo que la calidad narrativa esté focalizada en la manipulación emocional de los lectores y en la obtención del efecto, sea la vacilación, el horror o simplemente la sorpresa. Puede pensarse que si no hay efecto no hay terror, que si el texto no llega a generarlo, entonces el relato en sí ha fallado, sin embargo –y en este sentido la discusión no quedará jamás en absoluto agotada– la definición de género suscita más conjeturas que veredictos, y si hablamos de terror los límites son todavía más endebles.
Los trece cuentos que conforman Terror son muy dispares y hasta está el que roza la parodia y hace, con el terror literario, lo que Scream hizo con el terror en el cine: tomar todos lo elementos clásicos y tensarlos al extremo hasta convertirlos en una especie de burla. El terror en Terror se presenta dentro de un género con límites porosos donde queda subyaciendo la pregunta de qué es lo que hoy genera o podría llegar a generar miedo en un segmento de público –en este caso, los lectores argentinos–, cuál es el tipo de miedo que se consume y qué lugar vendrían a ocupar esas representaciones ficcionales en un tiempo de profecías apocalípticas a la orden del día, que de alguna manera funcionan como catarsis de la certeza que el planeta que habitamos no va a aguantar mucho más el daño que el propio hombre se está causando a sí mismo, como también la conciencia lisa y llana de que todos, de la manera que sea, tarde o temprano, vamos a extinguirnos. Como afirmó alguna vez Stephen King: “El gran atractivo de la ficción de horror, a través de los tiempos, consiste en que sirve de ensayo para nuestras propias muertes”.
En el orden en el que aparecen editados los cuentos de Terror, los autores de esta antología son Federico Andahazi, Jorge Fernández Díaz, Alberto Laiseca, Claudia Piñeiro, Federico Jeanmaire, Guillermo Martínez, Paula Pérez Alonso, Pablo De Santis, José Pablo Feinmann, Gabriel Rolón, Marcelo Birmajer, Guillermo Saccomanno y Mariana Enriquez. La lectura de muchos de estos nombres genera curiosidad, ya que la mayoría no se dedica al género –a excepción de Enriquez y también, aunque en menor medida, Alberto Laiseca– pero sin embargo muchos de estos autores han abordado desde su narrativa el horror de los episodios más oscuros de la historia y la actualidad argentina, como es el caso de Saccomanno, Feinmann, Piñeiro, Fernández Díaz o Birmajer.
Y el vínculo entre terror y realidad se revela en la misma definición del miedo. H. P. Lovecraft lo precisó sosteniendo que “la emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido”. Ahora bien, la fórmula multiplica su fuerza cuando a la sustancia de lo desconocido se le agrega otro componente como el de la cercanía. ¿Qué sucede cuando lo desconocido anida dentro, en la familia, en el otro amado, en uno mismo? Lo que sucede entonces, por definición, es lo siniestro. Y si hablamos de la vivencia de lo siniestro como sociedad vamos a parar automáticamente a la última dictadura militar como primera en la lista de los últimos horrores vividos como colectivo, aunque claramente no sea la única. En “El paciente de Faraday”, de Pablo De Santis, el horror colectivo se hace presente cuando se tematiza la locura, los suicidios, el tormento de los combatientes de Malvinas recién llegados del campo de batalla, o como en el cuento de Paula Pérez Alonso, el terror dentro de la célula familiar se lee en ese descubrimiento “inconfesable” a los ojos de una niña, cuando comienza a ver a su madre como el monstruo fagocitador –aunque bien amado– de la infancia. En “El patio del vecino”, de Mariana Enriquez, la apuesta se redobla, ya que la cercanía del mal pone en cuestión los límites propios de lo infame y la manera en la que el otro nos mira, descubriéndonos. Enriquez escarba en el miedo más auténtico, pero sin embargo menos explorado, que es el miedo a uno mismo, en la historia de una joven trabajadora social que acaba de perder su trabajo en lo que era el espanto cotidiano de un hogar de menores. “La realidad –dice Enriquez– es donde vas a encontrar las fuentes de terror más claras. Lo único que hay que hacer para llevarlas al género es crisparlas.”
Terror es ante todo una antología –en su mayor parte– de buenos cuentos. Algunos toman elementos del terror para explorar el tema de la soledad, el deseo, el doble y la locura, pero por momentos algunos de los textos caen en la errata de perseguir el final para lograr la sorpresa, se pierden en la búsqueda del miedo sin atender –o entender– que el mal mayor bucea profundo, habla en voz baja, respira cortado, y sobre todo está mucho más presente en lo cotidiano que en los rostros pálidos de los demonios chupasangre.
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