Como si la propuesta de Esteban Bieda en Fumasa, su primera novela, fuera una revelación mística, así, Irupé, el protagonista de esta historia, emprende un viaje a Brasil después de separarse de su novia Ana. Con su desidia de periodista de clase media, Irupé recorre las calles de un pueblo de Brasil hasta encontrarse perdido en un bar nocturno donde conoce a Alhacena, prostituta que, como la Diosa de la Verdad, lo guía en el camino que lo conduce a Jacarepagua. Personajes entrañables como Lissa Pitanga, Hormiga Atómica, Hombre de Goma, Anouk, Lenny, Poma Zuringa, se reflejan en un calidoscopio fantasmagórico. El narrador, a su vez, es reflejado en cada uno de los personajes con la ambigüedad de los sentidos fraccionados en un estado de búsqueda permanente.

La obsesión de Irupé es encontrar a Fumasa, un percusionista que no aparece en la fotografía que tomó una noche en el bar Biruta. Los humos espesos del misterio lo llevarán a recorrer su viaje personal junto al fotógrafo y compañero de trabajo, Télefo Pimp. “Y entonces nada cerraba. El percusionista, la foto, el bar con el pasillo canábico, los pescaditos en el río, el beso con el hombre de nariz aguileña, los cascabeles, los gemelos, el negro y el enano, la muerte de Lissa Pintaga. Nada cerraba o, mejor dicho, todo cerraba sobre sí mismo y nadie parecía tener la clave de esa bóveda.”

El camino que lo llevará a Fumasa, la Doble Joao hacia el Valle do Pará, bien podrían representar las dos vías que conducen al conocimiento en el poema de Parménides. Pero también Fumasa opera como construcción del doppelgänger literario. El tema del doble está presente a lo largo de toda la narración a través de los gemelos, de las mozas, de los nombres de los personajes. Lucas Soares, a quien está dedicado el libro, escribe en el poema de La musa de los últimos días: “Y lo que cambia es /realmente/ lo que ya no percibimos que cambia./ Lo que huye/ sin que lo persigan”. Así, esta novela relata la vida de quien busca el sentido, con humor e ironía, en la libertad.