Domingo, 7 de abril de 2013 | Hoy
Por Sergio Kisielewsky
Saudade es una palabra que en portugués designa nostalgia por lo que no se tuvo o por lo que se perdió, un extrañamiento que se incluye en la primera lectura de la poesía de Jorge Ariel Madrazo, pues convoca la memoria de lo que se extingue, diversas estrategias de pelea contra el olvido mientras el lugar de lo irreversible y perecedero genera en el lector más de un motivo para avanzar en la lectura. Los poemas atraviesan mundos y ámbitos disímiles (como los trabajadores sin techo en contrapunto con los movimientos del erotismo en los cuerpos de otros tiempos), temáticas que resultan como la brusca aparición de un cuchillo que cortará de un solo tajo al libro; los textos nunca serán una guía de viajes sobre ciudades y playas lejanas sino la escritura del que observa de manera crítica, del caminante que privilegia los rincones al bullicio. “No creerás ya en esa batalla”, dice mientras sobrevuelan las siluetas de los ídolos de barro, los personajes del pueblo, la guerra y el amor donde todo a la vez dejó su huella. Algo espera la escritura del poeta: se asemeja a un arco y una flecha que se tensiona y por momentos adquiere cierto aire de solemnidad y eso evita la construcción de imágenes y síntesis en su lirismo, el trabajo con la palabra se rehace en “pasos de felpa” y las pieles polares son un buen escudo para los vaivenes del paso de los años. Gana en intensidad cuando las anécdotas se desplazan y el efecto queda en el lector que guarda en su retina los sitios más queridos como las evocaciones al poeta Francisco Madariaga y a Flor, hija del escritor Diego Viñarsky, un buen recuerdo que como las olas del mar irrumpen en la orilla una y otra vez.
Poemas que sorprenden en su despedida de la juventud, el cabalgar de otros tiempos y se decide sin ambages por la fuerza de los sonidos tangueros, por el canto como una forma de evocar al colibrí, los sueños de revolución y hacer de cada pliego de vida una señal para los otros los prójimos, los hermanos de la noche y sus candores. Para que puedan atrapar de un solo golpe el azar y el golpe de dados.
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