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Domingo, 7 de abril de 2013

EL SEXO AMERICANO

Desde hace tres o cuatro libros, John Irving parece haber inaugurado una nueva etapa en su obra: las autobiografías alternativas. Siempre girando alrededor de las relaciones entre padres, madres e hijos, alternando protagonistas masculinos y femeninos (Una mujer difícil, Hasta que te encuentre y Ultima noche en Twisted River), en Personas como yo le llega el turno a su alter ego bisexual: Billy Dean Abbott, uno de esos héroes que, atravesando los últimos sesenta años de la vida en Estados Unidos, pareciera interpelar también la relación de esa sociedad con la represión, la liberación, la enfermedad y la corrección política.

 Por Rodrigo Fresán

¿Qué decir a esta altura del formidable John Irving (nacido, por cuestiones casi folletinescas, como John Wallace Blunt, en 1942, Nueva Hampshire) que no se haya dicho aún? Para sus fans, sus virtudes están más que claras: Irving ha sido y sigue siendo el mejor alumno de Charles Dickens a la hora de adoptar y adaptar los preceptos y mecánicas del maestro inglés a nuestros tiempos más o menos difíciles: emoción, largo aliento, risas y tramas enrevesadas y sombrías que siempre acaban –lo que no significa un final necesariamente feliz– en un estallido de luz redentora. Para sus detractores, sus defectos son más que evidentes y lo que más les irrita es que Irving insista, una y otra vez, en ellos como parte inseparable de su estilo: violencia escatológica, “malas” palabras, sexo explícito y a menudo algo bizarro, una tendencia al grotesco público, a la catástrofe íntima, y a la consagración del freak como héroe que nunca pierde del todo sus grandes esperanzas.

Tal, vez, tratándose Personas como yo –opus número 13– de una de sus novelas más psicologistas, podríamos aventurar que, en perspectiva, ya hay tres diferentes “edades” en la obra de Irving.

En la primera y formativa –abarcando desde 1968 hasta 1978 y compuesta por Libertad para los osos, El epopeya del bebedor de agua, Doble pareja y la consagratoria El mundo según Garp– Irving se nos presenta como el aventajado aprendiz en el camino cuya meta es alumbrar uno de los más grandes personajes de la literatura norteamericana del siglo XX: el tragicómico escritor T. S. Garp. La segunda y de transición reúne a varios de los mejores títulos de Irving, va de 1981 a 1994 y puede entenderse como los libros que Garp parece dictarle a Irving desde el otro lado: El hotel New Hampshire (que ya aparece anunciada en Garp como Las ilusiones de mi padre), Las normas de la casa de la sidra, Oración por Owen y Un hijo del circo. El Irving tardío —período en el que ahora vivimos y leemos— se inicia en 1998 con Una mujer difícil y, quitando esa rareza —más película que novela— de La cuarta mano, se continúa con Hasta que te encuentre, La última noche en Twisted River y la presente Personas como yo.

¿Y qué es lo que hace aquí Irving? Algo lógico pero no por eso sencillo: luego de haber escrito a Garp y de haber escrito lo de Garp, ahora Irving se escribe y se reescribe a sí mismo, a lo Garp, en variaciones que siempre parten del aria de lo que podría haber sido en su propia vida. Así, todas y cada una de sus últimas novelas son autobiografías alternativas. Y habiendo ya explorado un Irving hembra y escritora con padre inescapable y madre perdida (Una mujer...), un Irving actor a la búsqueda de su padre ausente (Hasta que te encuentre) y un Irving escritor en fuga junto a su padre omnipresente (Ultima noche...), ahora, en Personas..., le llega el turno al Irving bisexual, con padre que se fue y madre sufrida y oscilando entre la interpretación de dos sexos.

Personas como yo. John Irving Tusquets, 2013 472 páginas

Conozcan entonces a William “Billy” Dean Abbott quien, de entrada, nos asegura que “nos forma aquello que deseamos”. Y sigan su tránsito desde el crepúsculo de la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días. Y, junto a él, vistas y paisajes ya constantes en el Mondo Irving: la memoria como verdad mentirosa, la familia disfuncional como refugio y punto de fuga, la escuela primaria y secundaria como jungla, el pueblo chico/infierno grande y la peregrinación a las entre paradisíacas y pecadoras grandes ciudades, la hermana de sangre, el rival eterno, la palabra pene como casi mantra, Charles Dickens como detonante, la representación teatral como tempestuosa sublimación y catarsis, la lucha libre como válvula de escape, el oficio de escritor como espejo deformante, y el “sospechoso sexual” (condición que ya es marca del autor) como libre agente para moverse a lo largo y ancho del mundo (incluyendo aquí al madrileño barrio de Chueca) o de épocas. Y es en este último sentido que Personas... juega su mejor y más fuerte baza y gana. Porque la novela viene a componer una trilogía involuntaria pero firme de Irving en lo que hace a un cierto perfume a inspirada diatriba bajo los telones de lo novelesco. Y si Las normas... operaba sobre el tema del aborto como tabú norteamericano y Oración... volvía a disparar sobre la herida nunca cerrada de Vietnam, en Personas... Irving –mientras condena el puritanismo prehistórico de muchas de las fuerzas que rigen su república– propone una suerte de crónica histórica de la evolución homo gay Made in USA. Así, las andanzas de Billy –con abuelo de tendencias transformistas, progenitor del que no se habla y seducido por una bibliotecaria que no es lo que parece– se inician por los días donde todos intentaban que sus armarios fuesen lo más blindados que se pudiera (los años ’50), continúan con la salida de esos armarios (los ’60 y los ’70), van a dar a unos ’80 en los que se descubre que el monstruo no se ocultaba ahí dentro sino que aguardaba fuera con iniciales de enfermedad mortal, y desembocan en un presente agridulce con claroscuros donde más nos vale ser morales que moralistas. La versión irvingiana de todo lo anterior es posible que a más de uno se le antoje un tanto desaforada y fuera de lugar. Protesta aceptada. Allá ellos, problema suyo.

Irving llevó a Personas... en su cabeza antes de sentarse a escribirlo. Y –por encima de paréntesis, signos de exclamación y palabras resaltadas por tipografía itálica– se nota. “Yo no soy Billy. El surge de imaginarme cómo habría sido yo de haber obedecido a todos mis impulsos de joven adolescente. Muchos de nosotros no les hacemos caso a nuestras más tempranas fantasías sexuales. De hecho, la mayoría de nosotros preferiría olvidarlas. Pero yo no”, aclaró John Irving en un texto de presentación para Personas como yo.

Y con él –y eso es lo que hace a un escritor grande de verdad– recordamos todos.

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