Domingo, 17 de agosto de 2014 | Hoy
En un libro extenso y audaz, el filósofo Peter Sloterdijk no deja casi práctica ni discurso por cuestionar: desde la religión y el psicoanálisis hasta cualquier otra forma de atemperar lo real, pasa revista a las vías de escape de la humanidad, pero siempre con la mira puesta en la posible emancipación espiritual del ser humano.
Por Pablo E. Chacón
Para armar una teoría del escape no es necesario que lo real sea insoportable o que la muerte espere al final del camino; la muerte llega puntual, a la hora que corresponde, no pregunta si uno se ha perfeccionado, o si ha intentado traspasar mediante ejercicios espirituales o gimnásticos el sustrato biológico que guarda –esconde– un excedente para el que se supone habría que prepararse porque lo querramos o no, el imperativo categórico que permite hacerle frente al último de los desfiladeros es automático, anónimo: Has de cambiar tu vida, como repite el filósofo alemán Peter Sloterdijk en su último gran libro. O como lo dijo Aristóteles a través de Platón: el hombre es superior a sí mismo.
Sloterdijk es un hombre de ideas fuertes, que juega fuerte, aprovecha perfectamente su dominio de la oratoria y la escritura, está en la televisión, sabe provocar: las discusiones con Jürgen Habermas y con Axel Honneth, dos pensadores, tributarios de la Escuela de Frankfurt, hicieron mucho más que sus libros por forjar un prestigio que nadie discute, entre otras cosas, porque sus ideas parecen salir de la galera de un mago, aunque nadie niega que su tutor es un Friedrich Nietzsche muy al borde del extrañamiento. En Has de cambiar tu vida, también aparecen Rainer Maria Rilke, Franz Kafka, Michel Foucault. Es un libro de casi seiscientas páginas. Es una apuesta alta. Sloterdijk despliega una teoría de la condición humana y una teoría del escape (de la condición humana). ¿Eso es posible? ¿Para ir a qué lugar, si se trata de un lugar? Justamente, no se trata de un lugar sino de romper con las ilusiones, las palabrerías, las falsas visiones, la masa, el individualismo, el psicoanálisis, las drogas, la religión, la pedagogía y las supercherías ideológicas. Y entonces, ver. La serie permite detectar ciertas preferencias del alemán: si las ilusiones, las palabrerías, las falsas visiones, la masa, el individualismo, el psicoanálisis, las drogas, la religión, la pedagogía y las supercherías ideológicas compusieron, a su tiempo, un sistema psicoinmunológico, un excedente simbólico que habilitó una manera de sobrevivir, pues en el mundo actual –podría decirse desde principios del siglo XX, cuando Sigmund Freud puso a punto el descubrimiento del inconsciente y se decretó la muerte de Dios: sistemas, para Sloterdijk, también perimidos– la humanidad ha quedado huérfana, tiranizada por la política de los expertos, por los políticos profesionales, por un medio ambiente cada vez más agresivo, y sin un dispositivo inmunitario de reemplazo. Haciendo esta salvedad: que desde el principio de los tiempos hubo excepciones a la regla. Supone bien: Nietzsche es una de esas excepciones, Sloterdijk otra. Lo que tendrían en común esos casos es que en todos el lenguaje se entiende como un órgano de la hipersensibilidad o de la compensación, el lenguaje y el habla aparecen siempre como síntoma y problema. Apenas se comprenden como portadores de afirmaciones y promesas, salvo para afirmar el carácter inauténtico y deficitario de las modalidades revestidas de una tonalidad festiva y prometedora de futuro, escribe Sloterdijk. Y sigue: quien habla, contrae deudas; quien continúa hablando, habla para saldarlas. El oído se educa a tal efecto para no dar crédito e interpretar su avaricia como conciencia crítica. Es un Nietzsche mutante contra la inercia lacaniana. En la promesa nietzscheana, Sloterdijk lee a uno de los últimos avatares contra el desencantamiento del mundo que el psicoanálisis cerró a cal y canto, heredero de una aristocracia neurasténica que, con todo, tuvo la virtud de alertar contra el ateísmo de barricada (y tiene) la virtud de hacerlo, ahora mismo, contra la vulgaridad consumista y una pulsión de muerte desatada. En la promesa nietzscheana, Sloterdijk lee un artefacto, una cosmología, una visión del mundo. Algo para lo cual has de cambiar tu vida.
Así las cosas, es posible decir que la globalización, por ejemplo, no sólo es consecuencia de una economía criminal sino también un sistema, desde que puede hablarse de mundo, que incluye una visión del mundo y una tecnología específica para operarla. Para Sloterdijk eso nació con los griegos, sus cosmólogos, geómetras, matemáticos, filósofos, navegantes. El mundo contemporáneo, casualidad o no, inspira al pensador alemán una cita de Theodor W. Adorno, que tal vez debería entenderse como un peligro, pero no un peligro susceptible de salvación (si el peligro no está infectado por un deseo de salvación). Dice Adorno que el propio vacío psicológico es sólo el resultado de la falsa absorción social. El tedio del que los hombres huyen simplemente refleja ese proceso de fuga al que desde hace tiempo están sujetos. Sólo así se mantiene vivo, hinchándose cada vez más, el monstruoso aparato de la distracción sin que haya uno solo que la encuentre. Contra esto, según Sloterdijk, sólo es posible una antropología de la obstinación. Si en un primer momento la encontró en el parque humano y sus normas (sus rebaños dirigidos por pastores, sin aclarar nunca quiénes debían ser los pastores y quiénes eran el rebaño), en este libro el hombre ataca tout court a la religión, argumentando que la religión tuvo consistencia temporal, pero que el tan mentado retorno de la religión no es más que una operación de marketing a escala global porque lo que sí existe, aislados, ahora y desde hace 2500 años, es la vida como ejercicio; es decir, ejércitos aislados de gimnastas que trabajan por la apertura de un horizonte ontológico inédito, forjando, bajo la tutela de la piedra que inspiró a Rilke el verso que da título a este libro, una inmunidad nueva, que permita al hombre exponerse a situaciones de riesgo extremo, obligados a disponer de procedimientos simbólicos igual de nuevos, capaces de curar ese extrañamiento de base, esa indigencia que adviene al lenguaje antes de caminar, esa división subjetiva de la que habla Lacan y que Sloterdijk entiende que el atletismo espiritual es capaz de curar. Desde los ascetas de los páramos del Medio Oriente hasta los astronautas, el último Foucault y quienes lo siguen, los ciclistas, los baldados y los insuficientes que se obstinan en barrer el cansancio y la depresión que acechan al Occidente post-apocalíptico, hasta los artistas del hambre, los poetas, los brahmanes y los indignados por la imposibilidad de la autotransformación, en esa suerte de comunidad sin estatuto de masa está el dios en la máquina de este prodigio textual que mal que le pese al psicoanálisis lacaniano, por no tocar lo real que afecta al sujeto del siglo XXI, justamente lo que no tiene cura, es una extraordinaria máquina de parir historias, emociones, ilusiones: de cara a la muerte que no parece un vacío.
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