Domingo, 18 de mayo de 2003 | Hoy
Gales del Sur
En el caso de Chubut, su historia real se explica, apartando el mito, en las
motivaciones económicas, políticas y religiosas que legitimaron
el asentamiento de los galeses. En marzo de 1845, Friedrich Engels registraba
en La situación de la clase obrera en Inglaterra: “Proveer de materias
primas a una industria tan colosal como la inglesa requiere, ciertamente, un
número importante de obreros”.
Engels, en este libro clásico del socialismo decimonónico, investigaba
de modo implacable la despiadada economía capitalista. Frente a semejante
panorama, algunos, como los galeses, antes que la rebelión violenta,
se fijaron el exilio. Prohibida su lengua, tal vez una de las más antiguas
del planeta, mutilada su cultura, los galeses soñaron una tierra prometida.
Refiriéndose a Madryn, Trelew, Rawson, Trevelin y Esquel, el escritor
Marcelo Eckhardt anota en su libro Trelew, un texto en el que borra los límites
entre la narración y el ensayo, que éstas son zonas urbanas flexibles,
estructuras coyunturales. “Los pioneers galeses distan de los militares
conquistadores, no sólo por la religión sino por la razón
de peso mayor en el desierto: son exiliados y la Patagonia, Chubut, puro fin.
Las ciudades galesas son acuáticas: se busca el golfo, el río,
el valle, el agua potable: se construyen acequias y norias. Se realizan en la
periferia de los espacios (casi) vaciados de la conquista del desierto, en los
límites de la expulsión. El diálogo entre galeses e indios
es un diálogo entre expulsados y les brinda una nueva mirada.”
La Patagonia ha sido, desde siempre, una fuente inagotable para la imaginación.
Desde las crónicas de viajes hasta los relatos de aventuras, incluyendo
testimonios orales, el repertorio narrativo patagónico, con su grandeza
y variedad, implica un arsenal apenas explorado. Una posibilidad de comprenderlo
está en el análisis de la situación colonial. Como soporte
del imaginario patagónico, lo narrativo patagónico violenta los
márgenes de la clasificación literaria ortodoxa y, a la vez, resignifica
las tensiones entre centro y periferia.
Crónica de la colonia galesa de la Patagonia, del Reverendo Abraham Mathews,
contemporánea de los hechos que narra, es en este aspecto un texto ejemplar.
Al referirse a la épica de los pioneros galeses en Chubut, la utopía
fundacional y sus dificultades, Mathews proporciona algo más que un documento.
El desembarco del bergantín “La Mimosa” en 1865, veinte años
posterior al estudio de Engels, incluye previamente, como se ha dicho, una experiencia
de exilio a la que no siempre se alude. Basta apreciar la situación de
la clase obrera en Inglaterra en el siglo XIX, como lo hace Eckhardt, para entender
que la etapa anterior y complementaria a la fundación es la del exilio.
Las condiciones miserables en que se debatía el proletariado inglés
explica desde un ángulo más realista la épica galesa.
A Mathews no se le escapa esta situación: “Los colonos de ‘La
Mimosa’ eran todos de la clase obrera y muchos de ellos eran sumamente
indigentes”. Y reflexiona: “No podemos jamás interpretar
el destino de antemano, sino mirando retrospectivamente el pasado”. Mathews
subraya la condición de los pioneros: “Su misma pobreza fue su
mejor atributo para enfrentar las circunstancias adversas”.
En 1862, el gobierno argentino decidió administrar los territorios fuera
de las jurisdicciones provinciales. Ocupados por los indios, estos territorios
debían ahora ser penetrados por la “civilización”.
La consigna era, en términos sarmientinos, liquidar la “barbarie”
y radicar población blanca. Aunque anterior a la Conquista del Desierto,
el arribo de los galeses a la Patagonia se inscribe en este marco. Cuando años
después del desembarco galés en Chubut, afincado en Cardiff, Mathews
se aboca a la escritura de su crónica, se ilusiona: “Llegará
el día en que el territorio del Chubut cuente con decenas de miles de
habitantes. Y confiamos en que la raza galesa sea bastante emprendedora para
posesionarse enteramente de la región”.
Indios, ejército y frontera
Como muchos de los textos que articulan el discurso de lo patagónico,
el de Mathews responde a la urgencia de registrar la experiencia inmediata de
los colonos y sus avatares, temiendo que la memoria de lo cotidiano se pierda.
La impronta narrativa recela de su propia potencia. Mathews, desde el principio,
se justifica por una presunta falta de idoneidad para narrar, excusándose
de su carencia de aptitudes literarias. “No poseo el talento ni el tiempo
necesario para hacer un trabajo literario interesante”, se excusa. Y confía
esperanzado en un porvenir donde sobrevendrán las plumas mejor dotadas
para dar forma a su material.
La conexión entre experiencia y literatura, considerando la narrativa
como programa, es conflictiva. Hay un litigio entre géneros mayores y
menores. Las crónicas, los diarios, los cuadernos, piensan estos primeros
autores, no son gran cosa, no son literatura. Ninguno le otorga, a lo que escribe,
más valor que el de un apunte nervioso que y, la vez que se intenta capturar
el presente, se duda sobre la propia calidad estilística. Este pudor
sorprende. Es que lo vivido, como aventura, presuponen los cronistas, precisa
de una calidad literaria que les está vedada.
Llama la atención, cuando se visita a los actuales descendientes de aquellos
pioneros, observar la biblioteca de sus antepasados: en los estantes de una
vivienda galesa se encuentra tanto a Plauto y Shakespeare como la infaltable
Biblia. Entonces, quizá se vuelve pertinente analizar ese pudor ante
la escritura desde otro ángulo.
Así como, desde la Patagonia, hay un más allá que es la
civilización, una idea alta de la cultura, más acá, toda
escritura es pariente pobre de la gran literatura, sin otra aspiración
que un mero documento. Y éste, según sus propios autores, se vuelve
de dudoso valor al no disponer de una prosa acorde con los cánones de
la época: el ensayo y la novela burgueses donde, como lo la ha señalado
Edward Said, las alusiones a la riqueza procedente de las colonias es habitual.
La escritura de Mathews, en principio, es pragmática, y su sentido, claro
desde el comienzo, es utilitario: se ocupa de registrar la fundación
y sus pormenores, para impedir su olvido. Mathews la juzga como una aventura.
Y no se equivoca. Pero en esta aventura los percances, obstáculos, prodigios
y heroísmos que se suceden no son del orden de lafábula. Las muertes
y nacimientos a bordo del bergantín. La travesía y el horizonte
desconocido. El pionero que, apenas desembarcado, se lanza a caminar, se pierde
en la inmensidad, y se lo encuentra más tarde como osamenta. El recelo
en la relación con los indios y, poco después, el trato que incluye
trueque e intercambio cultural.
Es interesante, en este punto, cómo Mathews, al referirse a los indios,
en el mismo capítulo, describe la fauna: como si los indios y los animales
de la zona pertenecieran a la misma categoría del zorro, el gato montés
o el guanaco. Sin embargo, Mathews apela a una cita del Deuteronomio para conciliar
las diferencias: “Todos somos de la misma sangre”. Cabe destacar
que los galeses, desde su desembarco en la Patagonia, mantuvieron un vínculo
con los indios que se caracterizó, en más de una oportunidad,
por un trato que superaba la diplomacia, llegando más tarde a interceder
por ellos frente al ejército.
Vivir en común
En su crónica, Mathews se detiene a relatar las reglas de comercio, la
actividad agrícola y la religiosa. “Somos cuatro congregaciones”,
anota. Y enumera: “Los Congregacionalistas, los Metodistas Calvinistas,
los Baptistas y la Iglesia Episcopal Anglicana”. El desarrollo religioso
cumple una función crucial en la organización de la comunidad:
“El hecho de que un pequeño grupo de hombres viva completamente
aislado, viendo siempre los mismos rostros, en comunión con las mismas
mentalidades y llevando continuamente un mismo orden de vida, tiene finalmente
sobre ellos una influencia degenerante”.
Es decir, la religión cumple entre los pioneros una función disciplinaria.
El testimonio del desarrollo religioso que adquirió la comunidad está
a la vista en la cantidad de capillas que se encuentran, entre las cuadrículas
de chacras, en la zona que comprende Trelew, Gaiman y Dolavon. Sus imágenes
fueron recopiladas, hace algunos años, en blanco y negro, por el fotógrafo
Edi Dorian Jones, un compilador obsesivo de la iconografía de sus antepasados.
Anterior a la labor fotográfica de Edi Jones, en el siglo pasado, es
la de Henry Edward Bowman. Lector de Bacon y Alighieri, Bowman empezó
a trabajar en una imprenta a los quince años, se empleó luego
en un taller de marmolería y soñó con viajar a Australia.
Pero la Australia que conocería no iba a ser otra que la “Australia
Argentina” de Payró. Y a los veintiún años llegó
a Chubut.
Bowman fotografió a los habitantes de la colonia y el paisaje, sus celebraciones,
los pequeños avances edilicios. Basta contemplar sus fotografías
para advertir lo que hay de epopeya en esta colonización. Sus fotografías
prescinden del efecto y se proponen cumplir “objetivamente” con
la reproducción de la realidad. Su intención es complementaria,
en lo estético, a la prosa pragmática de Mathews. Prescindiendo
de los adjetivos, empeñado en una distancia narrativa que aspira, con
una neutralidad a veces forzada, garantizar la verosimilitud de lo narrado,
Mathews raramente se deja llevar por la emoción al calificar un suceso.
Como predicador, si en oportunidades se deja llevar por la emoción, escribe
en un tono evangélico al calificar a tal o cual inmigrante como “bondadoso”
o “egoísta”.
La moral, el sacrificio, el trabajo y el acatamiento de una preceptiva religiosa
marcan, como subtexto, la dirección de su crónica. En su narración
hay episodios dramáticos (un robo, un ataque de los indios, un asesinato
y el arribo de los primeros comisarios), pero Mathews no les dedica demasiado
espacio. Estos episodios, para el predicador, no constituyen el interés
principal de su historia. El trabajo, sí. La siembra y la lucha contra
las crecidas. Las idas y vueltas sin fin para aprovisionarse de herramientas
y semillas, las conquistas mínimas del día a día, el progreso
lento y sin descanso son la inspiración de su escritura. Si, como se
ha dicho, el impulso de la fundación tiene como correlato previo el exilio,
la utopía en la que los galeses se empeñan es también la
de un movimiento tenaz en la preservación de una identidad cultural.
El lector se preguntará entonces en qué reside el valor literario
que vuelve tan seductora su crónica. La respuesta, con seguridad, está
en una constante: la visión siempre curiosa del descubrimiento.
A diferencia de la literatura de viajes, moda que sabe atrapar al lector urbano,
la crónica de Mathews, sin planteárselo, se deja leer, entre líneas,
como una tácita novela social que describe, además de una odisea
de exilio, las contradicciones de nuestra historia en su proyecto de Nación.
La obstinada imparcialidad que Mathews se propone asombra, en su despojamiento
retórico, por su ceñimiento a los hechos. Si las acciones importan
es en función de sus personajes. En este punto, es el desarraigo y la
voluntad de vencerlo, la intemperie que atenta contra todo esfuerzo, el peligro
de lo desconocido, lo que define a sus héroes. Es en este sentido que
la crónica puede leerse doblemente como el documento de una hazaña
y también, en su estilo rudimentario, primitivo, como una aventura literaria.
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