RESEñA
Mirar con lupa
Un lugar como
cualquier otro
Miguel Russo
Destino
Buenos Aires, 2003
128 págs.
Por Jonathan Rovner
Es frecuente que la literatura aparezca dialogando con distintas abstracciones metafísicas, y también es frecuente ver a la literatura tratando de relacionarse con las profundidades más solemnes de la Historia. Lo que no resulta tan frecuente, al menos para la literatura argentina, es verla habitando los intersticios de la vida doméstica, o colándose por entre las pequeñas taras de lo cotidiano. En ese sentido, puede decirse que los cuentos que Miguel Russo acaba de reunir en el libro Un lugar como cualquier otro son excepcionales.
Porque no es sólo la literatura la que se cuela entre las rendijas del automatismo; también lo son la muerte, la historia y la política. Al menos ésa es la sensación que trasmite el narrador de Russo, que se detiene a observar y describir de una manera obsesiva, por momentos asfixiante, cada mínimo detalle, cada movimiento, cada devenir. El narrador de estos cuentos indaga, por ejemplo, el breve proceso de desperezarse por la mañana, los minutos que se toma alguien antes de salir de la cama una mañana en el campo, como si allí estuviera contenido el significado oculto de la vida, o como si allí estuvieran cifradas las respuestas a una pregunta jamás formulada.
Una ligera tensión conyugal, causada por una azarosa coincidencia del día frío con un mal humor y cierto adorno que trae recuerdos, resultado: un personaje que piensa en el posible homicidio, sin poder pasar de la mera travesura. Una mirada taciturna que se pierde entre las casitas de un pueblo, a medida que el tren se aleja y el personaje se imagina que en ese pueblo, en una de esas casitas, está el lugar en el que podría ser feliz.
“Un lugar como cualquier otro”, así termina y así se titula el último cuento del libro homónimo. En él se despliega con total claridad el dispositivo que Russo ha construido para su narrativa breve. Se trata de un narrador cuya lente se asemeja más a una lupa que a una cámara fotográfica. Ya sea desde el imaginario de un personaje, ya desde el punto de vista omnisciente, la narración avanza impulsada por una gestualidad microscópica que rara vez llega a ser acción. La prosa de Russo llega a ser un desafío para el lector, que se verá obligado a comprender la relevancia de los detalles, y su enorme capacidad para dejar implícitas otras dimensiones, insospechadas para la lectura del distraído.
Russo, o su narrador, es explícito al respecto; “El desarmadero”, uno de los cuentos que integra esta obra comienza así: “Ahí están todos. Uno de ellos había juntado dos mesas para que entraran las ocho sillas. El mate espera en la mano de la mujer hasta que terminan los abrazos, las palmadas desaforadas en la espalda, los cruces de miradas que, para mí, dicen mucho más que cualquier otro intento de saludo”.
Pequeños objetos y pequeños gestos son los que dan cuenta de los diferentes contextos (histórico, político y humano) en este libro donde cada relato es una situación y cada situación es, por lo demás, tan irrelevante como cualquier otra.