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Domingo, 6 de julio de 2003

ENTREVISTA EXCLUSIVA

Instantes de peligro

En El terror y la gracia, León Rozitchner vuelve a demostrar por qué es uno de los principales (sino el más grande) de los filósofos argentinos. En su obra se leen los ecos de los principales debates contemporáneos, pero además una originalidad que la diferencia de la mera importación de conceptos. A continuación, Radarlibros ofrece una muestra de ese pensamiento (vivo) sobre lo viviente.

Por Cecilia Sosa

No buscar en el pasado sino interrogarse sobre lo que el presente quiere de nosotros. Ese es el rodeo benjaminiano que León Rozitchner eligió para volver a transitar viejos temas, sus temas, a la luz de una urgencia: “el instante de peligro”. El terror y la gracia, su nuevo libro, parte de la voluntad de hablar “de lo que más duele”. Pero con un aliciente: la invocación a hacerlo a través de ciertos verbos en plural: recordemos, pensemos, oremos, amemos, retornemos, los capítulos del libro. Como si el ángel que contempla desorbitado la sucesión de catástrofes históricas pudiera devenir en mirada colectiva, una suerte de imperativo categórico compartido.
El genocidio, la muerte, el desplazamiento de lo femenino, el terror pero también la voluntad y las ganas recorren los ensayos reunidos en El terror y la gracia, en su mayoría publicados (muchos en Página/12) y algunos pocos inéditos. Freud, Marx, Lacan, Artaud, Macedonio Fernández, Althusser, Severino Di Giovanni son sus “apoyaturas”, las ramas de un gran árbol genealógico que Rozitchner invoca para asaltar y reescribir arbitrariamente pasado y presente a través de una trama de nombres propios repuestos al olvido. Tardío y entusiasta padre de mellizas de un año y medio, Rozitchner más que nunca busca disolver los obstáculos de un compromiso nuevo en un pensar-político asociado a las corporalidades y al afecto.
–Desde que nací los fracasos de la izquierda parten de una desconexión con lo que se está viviendo. El “adentro” no se pone en juego en “el afuera” de la actividad política, tampoco ingresa en las universidades. Para el conocimiento, la confesión de la subjetividad es una zona vedada.
Por eso los verbos en plural: como una operación sobre la materialidad de los textos, pero también como una invitación a “pensar, amar, recordar, orar, aun cuando no sea religioso; y a hacerlo con el otro”. El doctor en Filosofía en la Sorbonne no pensaba publicar sus ensayos. “Me da asco leerme, supone una autocomplacencia que siempre queda defraudada”, dicen el filósofo y su pipa. Algunas pistas:

El cuerno
–Michel Leiris decía que para escribir había que encontrar el riesgo en esa punta de cuerno del toro que el torero enfrenta en la lid, y hacerla presente también en la literatura. Este libro es un respiro para hablar de ese límite que coincide con lo terrible en que ha devenido el mundo, donde en lugar de un progreso hacia la paz se ha impuesto ese elemento loco y desaforado de la muerte barriendo científicamente el mundo. Hablar un poco de ese asombro.

Lo monstruoso
–Un tema clásico de la política es el pacto para salir del estado de naturaleza de la cultura y entrar en la cercanía de la ley. Pero no se vio tanto que Hobbes lo decía porque el campo de la política es también el campo de la muerte. En última instancia, los que deciden hacer el pacto son los dominadores porque ellos también duermen y, mientras tanto, los sometidos pueden matarlos. Ésa es la astucia.

Apariencias
–En Clausevitz está muy clara la presencia de la guerra en la política. Sin embargo, se suele hablar de democracia como puramente política y de dictadura únicamente como pura guerra. Pero cuando hay resistencia, reaparece la violencia. El corte tajante entre ambos extremos supone entrar en una realidad de pura apariencia. Con o sin armas estamos siempre en guerra. Esta apariencia vigente en el campo de la democracia es la muestra brutal del modo en que devino la política en Occidente, ocultando el fundamento de muerte que sostiene la legalidad.

La gracia
–El terror disuelve los lazos sociales. La gracia es estar vivo todavía. La experiencia del genocidio argentino está presente en abuelos,padres, hijos y nietos. Las coordenadas de la muerte imperan, en sordina, como amenaza continua. La gracia es la recuperación de ese lugar de libertad robada que ningún dios concede. El poder des-gracia.

El cuerpo
–La racionalidad del Occidente cristiano es una racionalidad puramente abstracta donde el cuerpo sexuado es un excedente innecesario. El orden de la realidad que se piensa tiene que ver con esa herencia cristiana fundamentada en el desprecio por la vida, sin la cual el capitalismo no hubiera existido nunca. Así, no es extraño que el capitalismo cristiano se rebele arrasando con la muerte al mundo.

La madre
–¿Cómo poner en juego el cuerpo para poder pensar? En el fondo de nuestra cultura inconsciente hay dos mil años de desplazamiento radical de lo femenino. Las diosas hebreas, carnales y jocundas, madres de todo lo viviente, han desaparecido en manos del monoteísmo masculino. Pero es en la mujer donde el pensamiento está necesariamente unido al cuerpo. De ella surge lo nuevo, la nueva vida. La lengua materna, despreciada por insignificante, se desliza de la mirada al cuerpo, de ahí el afecto como fundamento del sentido. Nos falta a los hombres ese privilegio.

El retorno
–El exilio es una experiencia de tiempo suspendido donde la relación entre la vida y la muerte queda extrañamente excluida. Después de 10 años de exilio, retornar es reencontrar el lugar desde donde se comenzó a comprender al mundo. Sólo allí las dimensiones de la realidad recobran sentido.

Desaparecidos
–Utilizando el nombre “desaparecido”, el poder nos convierte a todos en desaparecidos. Es el que no dejó huellas, el que no está en ninguna parte, el que ha pasado del ser al no ser. Algo parecido sucede al que tiene que darle contenido a esa figura. Es un proceso extraño: todos de alguna manera vivimos esa amenaza porque tuvimos que llenar su figura con nuestra propia vida. No hay forma de vencer sino inventando un lugar que atraviese esa angustia. El perdón no existe.

Cartones
–Los índices del terror están en todas partes. Pero el terror también enseña la distancia. Cuando caminás por la calle y ves la gente recogiendo basura, pasás con indiferencia. Hay que animar con lo más propio esa escena: “Hoy, tarde en la noche, vi a mi hijo de tres años sentado en un carrito que mi mujer y yo arrastrábamos mientras buscábamos para comer en la basura”. Hacer ese esfuerzo para dar sentido a los hechos para los cuales el terror nos tornó insensibles.

Misterios
–La escritura tiene algo de sagrado. El misterio de por qué hay más bien el ser y no la nada sólo adquiere sentido si nos preguntamos ¿por qué más bien hay alguien que soy yo y no la nada, por qué hay un cuerpo que es el mío y no la nada? Eso es lo raro de lo raro. Es un misterio no religioso –aunque la religión se haya apoderado de él– y en él reside el fundamento de todo sentido. El Otro también es un misterio, tanto para él como para uno mismo. La distancia entre uno mismo y los otros oculta el escándalo: que se nos mate por millones en nombre de la democracia, de la religión, del amor y de la justicia.

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