Domingo, 6 de julio de 2003 | Hoy
La vida, instrucciones
de uso
Se reedita en estos días La experiencia de la vida, una de las
grandes novelas de Leónidas Lamborghini, que se desarrolla en tres partes
más o menos independientes. Radarlibros conversó con el escritor
sobre la relación entre experiencia y escritura, y la risa que suscita
lo trágico.
Por Sandra Espósito
Leónidas Lamborghini
nació el 10 de enero de 1927 en Villa del Parque. Es poeta, novelista
y periodista. Algunos de sus libros son Al público (1957), El solicitante
descolocado (1971), Las patas en la fuente (1965), Episodios (1980), Odiseo
confinado (1992), Un amor como pocos (1993), Tragedias y parodias (1994), El
jardín de los poetas (1999) y Carroña, última forma (2001).
Dueño de una escritura milagrosa, corporal, turbulenta, nuestro escritor
más nuevo (siempre nuevo) y la editorial Santiago Arcos Editor nos cortejan
con la reedición de la novela La experiencia de la vida. Escueta, pero
filosa y agudamente (lo demás es “hinchazón”, dice)
Lamborghini responde a Radarlibros.
Al leer La experiencia de la vida, sospeché que algo suyo se rompía
en la instancia de escritura. ¿Me equivoco?
–Bueno, uno siempre se equivoca, ésa es la verdadera experiencia
de la vida, al menos para los personajes de esos tres relatos. Uno es el fruto
de una equivocación: ellos, casualmente, también. Y yo estaba
allí en un chalet destartalado, a dos cuadras del mar, en esas madrugadas
invernales, haciendo este libro equivocado, con el punto seguido como último
y único recurso para unir las partes. Pero, al mismo tiempo, sintiendo
una gran libertad. De pronto, en esa chorrera de las digresiones que se sucedían
en una suerte de corriente continua, sentí que ese “algo”
que usted dice (¿el alma?) estaba cantando otra vez, feliz entre las
ruinas, que es la única forma en la que sabe cantar.
¿Por qué será que esta sucesión
de tragedias que ocurren en la
novela nos hacen reír?
–La tragedia siempre ha sido cómica; quiero decir, la risa es su
germen. Hay siempre un chiste que la genera. Ver el Edipo de Sófocles,
el chiste de quien busca al autor del crimen y él resulta ser el criminal,
y encima se sabe casado con su propia madre. Hay un momento, cuando ya no quedan
lágrimas para verter, en que lo cómico excede lo trágico.
Ver Shakespeare en su Tito Andronicus. Nadie se ha reído más encarnizadamente
que Willie de la naturaleza humana como se rió él en cada una
de sus tragedias. Seguramente, él vio a Hamlet, a Otelo, al viejo Lear
como un hato de imbéciles.
¿Cuál es el efecto de la risa en el arte?
–El arte, la poesía, como lo decía Dante, es “una
bella mentira”. Desde la distancia de la risa podemos ver en la Divina
Comedia una sarta de mamarrachos.
¿De qué se ríe Lamborghini?
–De la seriedad como impostura, como fachada.
¿A usted le gusta molestar al lector?
–Me gusta molestarme a mí mismo; es decir, no “estarme”,
no dejarme estar.
Osvaldo, su hermano, sostenía que muchas veces la literatura argentina
nace muerta. ¿Qué piensa usted de eso?
–”Osvaldo sostenía” me suena a Sostiene Pereira. Lo
que pasa es que algunos eligen dar la vida antes que su comentario. Algunos
dan el verbo y otros esa verborragia cargosa. Gide tiene razón cuando
dice que el error consiste en dejarse atrapar, por demás, por una idea
y no dejarse guiar lo bastante por las palabras.
Y Girondo decía que él no tenía una personalidad, que era
un cocktail de personalidades...
–Efectivamente, es mi caso. Soy un ámbito de resonancias, de mezcolanza
de esas resonancias.
¿Le cuesta resolver la inclinación al aislamiento del escritor
y la necesidad de diálogo con el contexto social, histórico y
político?
–Voy a citar textualmente a Piglia porque no encuentro mejor manera de
responder a esta pregunta del millón. Dice Ricardo: “Habitualmente
los problemas del estilo son separados de los problemas de lo político,
losocial, lo histórico. Leónidas lo ve como una sola cuestión.
Su voz entona, al mismo tiempo, los tonos de la lengua y los pesares del pueblo.
Pero no sólo los pesares sino también la comicidad. Y esto es
algo que Leónidas ha sabido ver de entrada en la gauchesca. La política
como un género cómico-político. ‘Comiké por
comité’, escribía infalible Hernández. La risa resiste
y la ironía desata el sentido”.
¿Qué es lo que un escritor nunca debería descuidar?
–Trabajar hasta llegar a ser instrumento de su instrumento, obviamente
el lenguaje, hasta poder jugar con él y ser jugado por él. Este
pacto.
Usted habló alguna vez del “balbuceo del poeta”...
–Sí, creo que se me ha venido transformando en una técnica
para mejor involucrar al lector; una especie de violencia, la de querer decir
y no poder decirlo sino a medias, golpeando al lector con cada intento, produciéndole
esa catarsis de lo mal dicho o lo no acabadamente dicho. El perverso, jodido
lector, encontrará ahí un nuevo goce.
¿Cómo vivió usted la escritura de La experiencia de la
vida?
–Como una experiencia que me sobrepasó. El monstruo había
escapado de la botella.
Añoro, el personaje de la novela, es un poco jodido, autoritario, disfruta
de un cierto poder, ¿no?
–La añoranza es siempre un poder tiránico. La tiranía
del pasado, de la memoria. Ver Proust.
¿Qué situación de la novela es la más trágica,
y cuál la más cómica?
–El tema de la locura. Hay situaciones orgásmicas en esta escritura
donde ambas cosas se dan como una sola cosa.
¿Hay amor en La experiencia de la vida?
–Hay, por momentos, piedad.
Se viene la grande
Acaba de reeditarse Lo imborrable, uno de los textos claves en la novelística de Juan José Saer. En diálogo con Radarlibros el autor evalúa su obra y anticipa sus proyectos.
Por Andi Nachon
Afuera es una mañana
gris de pleno invierno. Delante de una biblioteca, Juan José Saer bromea
mientras el fotógrafo cumple su tarea. El escritor posa desconfiado ante
la cámara sin por ello dejar de inspeccionar los libros que detrás
de él hacen de marco y ni abandona, siquiera por un instante, esa mirada
irónica que lo liga a algunos de sus personajes.
Saer estuvo en Buenos Aires por unos días, a contramano de su usual viaje
desde Francia hacia el verano argentino. Así lo exige la reedición
de una sus novelas claves: Lo imborrable está de nuevo entre nosotros
y, sin dudas, ése es un hecho celebrable. Pieza fundamental en esa extraña
constelación que dibujan Cicatrices, Nadie, nada, nunca, Glosa o los
argumentos de La mayor, esta novela sitúa a la dictadura militar como
oscuro telón de fondo.
–Es evidente que hay temas que son difíciles de tratar. Entonces
cuando escribí este libro quería que tuviese como trasfondo eso
que estaba pasando mientras transcurre la intriga de la novela. Poniéndolo
en un segundo plano y privilegiando una historia que aparentemente no tiene
relación con la cuestión... En ella se representa la superficie
de esa especie de agua profunda que fue el período de la dictadura. Otra
manera fue tratarlo casi en forma indirecta. Teniendo en cuenta la atrocidad
de los hechos, pretender representar (en los dos sentidos de la palabra: en
el de figurar o reconstruir eso que pasó, y también en el de transformarme
en el representante de todas esas víctimas) a mí me hubiese parecido
una actitud totalmente impúdica.
Pero la situación del personaje se encuentra ligada a ese momento histórico.
–Claro, Tomatis está atravesando una crisis personal que está
en total diapasón con eso que sucede. Y justamente, su relación
amorosa o familiar estalla en el cruce de su situación personal con la
situación histórica.
La novela está signada por la ausencia de deseo...
–Sí. Y afortunadamente el deseo vuelve. Poco a poco, el campo del
deseo se reconstituye. En los otros textos que transcurren después de
este período en la vida de Tomatis, el personaje ha vuelto a tener las
características anteriores a esta crisis con una especie de atenuación
que le ha dado ese paso por el caos de haber estado “en el último
escalón”.
Cuando estaba escribiendo Cicatrices, ¿imaginó que sus personajes
atravesarían destinos tan crudos?
–No: yo sabía que esos personajes iban a seguir existiendo pero
no de qué manera iban a continuar sus vidas. Y esas vidas fueron moldeándose
con la mía y con las de muchos de mis contemporáneos. Cuando publiqué
Cicatrices en el ‘69, ya estaba escribiendo El limonero real y tenía
varios proyectos. Pero entre que la terminé, en el ‘67, y el ‘69,
mi vida cambió totalmente porque en el ‘68 me fui a Francia, en
forma inesperada primero. En esos momentos fue cambiando la realidad política
y social del país y eso tuvo que ver con mi permanecer en Europa. Entonces
mi literatura se fue adaptando. No por conveniencia, sino naturalmente. Y al
mismo tiempo, la vida de mis personajes se fue adaptando también a mi
propia vida. Esas idas y vueltas, por ejemplo... Fue ahí, en Francia,
donde escribí todos los argumentos de La mayor, donde reaparecen los
personajes. Y al final eso se transformó en lo que podríamos llamar,
de manera positiva o negativa, una retórica narrativa. Un procedimiento
que no pienso cambiar a esta altura.
Una retórica centrada en la fragmentación, a pesar de ciertas
continuidades.
–Yo hablaría más bien de ciclos. En mi último libro,
Tomatis refiriéndose a Sherlock Holmes dice: “No es una saga sino
un ciclo, donde se agregan nuevos acontecimientos contra un fondo de una cierta
inmovilidad”.
Siempre ha habido una relación entre su manera de narrar y la poesía.
¿Cómo la definiría?
–Yo creo que la prosa narrativa no debe limitarse a describir o a contar.
En mi caso hay una búsqueda constante de momentos intensos en los que
la corriente de la prosa se adensa un poco. Núcleos de sentido más
densos. Y eso es una forma de trabajar cercana a la poesía.
¿Está escribiendo?
–Estoy escribiendo una novela. Que se va a llamar, si la termino, La grande.
Espero esté lista para el año que viene. Y bueno, espero que salga
bien.
¿Qué siente con una obra como la que usted ya tiene detrás?
–Bueno, yo no la veo tan importante. Yo no la puedo ver desde fuera esa
obra. Estoy siempre, cómo lo puedo decir, siempre chapaleando en esto.
Hoy hablaba con un amigo, escritor también, y le decía: yo me
siento en esto totalmente inseguro de lo que va a salir.
¿Cómo ve esta reedición de Lo imborrable?
–La reedición de un libro siempre es un hecho placentero. Decía
Macedonio Fernández: “La segunda edición que calma tanto”,
¿no? Todas estas reediciones me producen mucho placer. Porque mi obra
la fui haciendo paso a paso: los libros, los cuentos, las novelas. Y ahora esto
toma una forma. Y supongo que los lectores deben leerlo de una manera totalmente
diferente a como yo la tengo en la cabeza. Y con este libro, y el próximo,
que es El río sin orillas y sale dentro de unos meses, se termina la
reedición de mis obras completas en Seix Barral. Hasta ahora. Las obras
“precompletas” podríamos decirles. O como diría Musil,
“obras prepóstumas”. Y bueno, la verdad, mentiría
si dijese que no estoy satisfecho. Ahora, en cuanto a saber si van a durar o
no, si serán nuevamente reeditadas, o durante cuánto tiempo, eso
ya es otro problema.
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