RESEñA
El realismo delirante no se rinde
Las aventuras del Profesor
Eusebio Filigranati
Alberto Laiseca
Interzona
Buenos Aires, 2003
212 págs.
por Ignacio Miller
El Profesor Eusebio Filigranati vive en una costosa propiedad en la localidad de San Miguel. El Profesor Filigranati es venerado por una pandilla de gangsters chinos, a quienes enseña caligrafía oriental. Filigranati, en los ratos libres que le deja la literatura, trabaja de sabio loco. El Profesor Filigranati es padrino de una mafia cuyo negocio exclusivo es la producción de snuff movies. El Profesor Filigranati tiene amores, entre otros, con su hermana, con una gorda, con una adolescente pervertida y con una brasileñita sin piernas ni brazos. El Profesor Eusebio Filigranati es rico, es pobre. Eusebio Filigranati tuvo un dictador que hacía de padre. Eusebio Filigranati juega a ser (en la página 65) Alberto Laiseca.
Se diría que Las aventuras del Profesor Eusebio Filigranati pretende ser un compendio, una introducción, una síntesis o aun una justificación del universo de Laiseca y un comentario a su propia obra. Un universo que incluye la egiptología, el orientalismo decorativo, las tácticas militares, las sociedades secretas, un erotismo adolescente (o reblandecido) y la ciencia ficción inverosímil, todo ello batido convenientemente a fin de cuajar en el llamado “realismo delirante” del que Laiseca ostenta cierto copyright y que no resulta fácil deslindar de cierta literatura popular o del cine clase “B”, a los que se procuraría parodiar u homenajear. Como buen conocedor de las reglas del género, Laiseca sabe que la literatura “B”, para ser buena, debe ser, en alguna medida, mala. A manera de ejemplo, baste citar el episodio titulado “La humanización de la Mafia” (el más extenso de los cuatro que contiene el libro), en el que la experiencia de la filmación de las snuff movies ya citadas es narrada desde sus mismos códigos, es decir, mediante la minuciosa y tediosamente repetitiva descripción de los morbosos rituales sexuales que las caracterizan.
Sin embargo, sería excesivo (e injusto) deducir de lo antedicho que el texto es una mera acumulación desordenada de elementos grotescos y bizarros. Laiseca posee una indudable destreza narrativa, y maneja a fondo los mecanismos necesarios para hacer avanzar una trama. A la vez, a través del texto, pugnan por asomar, por encima del aparente caos, momentos en los que se intenta dejar en claro que lo que se cuenta es otra cosa, y que lo que se lee es, en realidad (o también), una autobiografía (intelectual y existencial).
En este empeño, el desafío consiste en integrar la historia con la reflexión, y el peligro, en no caer en una narración a la deriva o en una deriva sin narración. En el episodio titulado “Son las veinte horas y veinte mil minutos” –en el que un atribulado Filigranati pierde el dinero y la esperanza en una absurda apuesta hecha en el futuro–, en el recuerdo de las relaciones de Filigranati con su padre y con su hermana, podría decirse que la integración se consuma, y el texto alcanza, quizá, sus mejores momentos. No obstante, en otros, Laiseca parece perder el control del relato –eso sí, con la actitud del genio que crea sus propias reglas–, como cuando, al tono festivo y jovialmente pagano de las aventuras le suceden parrafadas donde el autor da rienda suelta a su propia visión del mundo y de la literatura y a sus conocimientos egiptológicos (lo que ocurre en gran parte del último episodio). Resuenan y truenan a lo largo del libro los nombres de Wilde y de Poe, santos patronos bajo cuya advocación se diría que Laiseca pone su obra, y a la luz de quienes querría que fuera leída. El Poe que invoca Laiseca es el Poe de “El Cuervo”, el de los relatos de terror y necrofilia y el imaginado por Roger Corman. La apelación a Wilde se ciñe al de El retrato de Dorian Gray y –para sospecha tanto del crítico como del lector paranoide que hayan examinado su célebre prefacio– acaso funcione como una amenaza para quienes se atrevan imprudentemente a encontrar, en la obra de Laiseca, “intenciones feas, en cosas bellas”.