RESEñA
Ésos que pegan
TACUARA, HISTORIA DE LA
PRIMERA GUERRILLA
URBANA ARGENTINA
Daniel Gutman
Vergara-Grupo Zeta
Buenos Aires, 2003
334 págs.
POR SERGIO MORENO
“Estos cuatro no deberían existir”, pontificaba Salvador, abuelo materno del columnista político de este diario Mario Wainfeld, en la década del sesenta, enumerando, “peronistas, comunistas, nacionalistas y ésos, ésos, ¿cómo se llaman ésos que pegan?”.
–Tacuara .-le recordaba Mario.
–Ésos, Tacvara –reiteraba, para que no quedaran dudas, Salvador, pronunciando como buen inmigrante judío la v corta en lugar de la u.
De los cuatro peores males que Salvador veía derramarse en la Argentina, la tierra que había elegido para vivir y formar a su familia, Tacuara ha sido, quizás, una de las más oscuramente célebres por el nivel de violencia antisemita y anticomunista que desplegó entre fines de los cuarenta y su extinción, a mediados de los años sesenta.
El periodista Daniel Gutman decidió, pensando en escribir un libro, echar un poco de luz sobre la organización de marras, aclarar la confusión que ella misma había creado en su momento (hablamos de entre 30 y 40 años atrás) al dividirse en varias ramas cuya concepción ideológica mutó alguna vez en una ultraderechización más dura que la de su nacimiento (si es que ello fuera posible más allá de las declamaciones de sus integrantes de turno), hasta el trotskismo más cerril, pasando por las organizaciones de izquierda, guerrilleras o no, del peronismo rebelde y juvenil de los sesenta y los setenta.
En el imaginario colectivo –aquél que guarda alguna referencia sobre quiénes eran estos sujetos y qué querían–, Tacuara siempre ocupó el lugar del neonazismo argentino: ultracatólica, antisemita sin ambages (reivindicadores de Hitler, Mussolini y negadores del Holocausto, por supuesto) y anticomunista ferviente. Pocos saben, y he aquí uno de los logros de este texto de Gutman, que Tacuara, más allá de su nacimiento y advocación nacionalista, jugó un rol importante en el antiperonismo, aportando militantes y pensamiento (berreta, primitivo) al gorilismo vernáculo, fueran las Fuerzas Armadas, fueran algunos partiduchos nacidos al calor de la división social producida en la Argentina a partir de 1946 y profundizada tras el golpe de Estado de 1955 que derrocó al gobierno constitucional de Juan Domingo Perón.
El aporte que hace Gutman radica básicamente en desentrañar la confusión que el mito de los ultraviolentos neonazis de Barrio Norte dejó derramada en la historia de este país. Gutman reúne los fragmentos –mediante documentos, expedientes judiciales y entrevistas personales a sobrevivientes de la época– y rearma la historia de la organización, recuerda quiénes fueron sus creadores y principales dirigentes, cómo y cuándo se realizaron sus principales acciones y por qué se produjeron los quiebres internos que desgajaron Tacuara, dividiéndola en organizaciones que supieron mantener hasta el final un ultracatolicismo ultramontano (una de cuyas fuentes de inspiración fue el fascista español José Antonio Primo de Rivera) y otras que abrazaron la causa de Montoneros, las FAP y la guerrilla urbana del peronismo de izquierda.
Gutman relata algunas operaciones famosas en su época (el asalto al Policlínico Bancario, el asesinato del joven Raúl Alterman) realizadas por fracciones antagónicas de la misma organización, que ya habían comenzado abifurcar sus destinos. Ahora bien, cuando Gutman se sumerge en el racconto general de Tacuara, apela al desarrollo cronológico y, tan minucioso como ralenteado, hace, quizás sin proponérselo, el descubrimiento del libro: que Tacuara, más allá de su ferocidad –que no era diferente de otras agrupaciones de esa época, cuando la violencia estaba en cada gesto de la política– y de su patético formalismo gestual fascistoide y nazi, de su pobre sustento ideológico y su más paupérrima aún defensa de los regímenes derrotados en la Segunda Guerra Mundial, era una agrupación que llegó a su esplendor en los sesenta y allí mismo comenzó a languidecer, utilizada según sea el caso por la Policía Federal, por algún militar de turno y por cuanto servicio de inteligencia que anduviese necesitando algunos borregos para generar un poco de caos, por lo general bastante módico.
Si se quiere, la peligrosidad de esta banda de nenes bien (en su origen, más tarde incorporó a jóvenes engominados, pero de estrato social más bajo) se puso de manifiesto al estallar en pedazos y dividirse; cuando Joe Baxter, uno de sus fundadores, adhiere al trotskismo internacional y hasta llega a tener un traumático pasaje por el ERP de Mario Roberto Santucho; José Luis Nell y otros miembros ya volcados a la lucha armada ejecutan el asalto al Policlínico Bancario y, años después, después de la cárcel a donde los llevó el atraco, se suman a las FAR-Montoneros (Nell quedaría cuadripléjico luego de que dos balazos le perforaran la espalda en Ezeiza el día del regreso de Perón y dos años después se suicidaría de un disparo en la boca); y el sector de ultraderecha que venía respondiendo a Alberto Ezcurra Uriburu (fundador de la organización) derivó en mano de obra para los servicios y, posteriormente, desaparecida Tacuara como núcleo orgánico, también para la Triple A y el Batallón 601 de Inteligencia del Ejército.
El texto de Gutman tiene el formato de una nota periodística larga y un tanto tediosa, un poco desangelada y, por momentos, excesiva en background para ubicar los hechos en el momento histórico. También el autor derrapa cuando habla de combate a la subversión en vez de terrorismo de Estado, pero esa caracterización aparece en dos oportunidades en el libro sin quedar en claro si el autor lo hace a conciencia o simplemente trata de ser irónico sin lograrlo.
Tacuara es, no obstante, un texto necesario para aquellos a quienes les interesa la trágica historia reciente de la patria, y para ubicar a sus ex integrantes, muchos de los cuales hoy día ocupan lugares de influencia en la Argentina (el caso del abogado del Opus Dei, ex miembro de la Corte Suprema y ex ministro de Justicia menemista Rodolfo Barra es sólo uno de ellos) y, en el fondo de sus corazones, llevan todavía a aquel nazi ultracatólico, morigerado o no, que fueran en su juventud.