ANTICIPO
Espacio y poder
En Los espectros de la globalización (FCE), la socióloga Saskia Sassen propone un conjunto de provocativos análisis sobre algunos aspectos controvertidos de lo que llamamos globalización: las políticas migratorias, las ciudades, las mujeres, el mercado laboral y el espacio electrónico. A continuación, un fragmento de la cuarta y última parte de un libro imprescindible para entender nuestro presente.
Por Saskia Sassen
El espacio electrónico ha surgido no solamente como un medio para transmitir información, sino como un nuevo teatro fundamental para la acumulación del capital y las operaciones del capital global. Esto es una manera de decir que el espacio electrónico está incorporado a las dinámicas básicas que organizan la sociedad y, particularmente, la economía.
No hay duda de que Internet es un espacio de poder distribuido que limita las posibilidades de un control autoritario y monopólico. Pero desde 1994 se ha vuelto evidente que es también un espacio para la competencia y la segmentación. Además, cuando se trata del tema más amplio del poder de las redes, la mayor parte de las redes informáticas son privadas. Esto implica que existe mucho poder de la red que puede no tener necesariamente las propiedades atributos de Internet. Sin duda, en gran parte es un poder concentrado que resulta en una jerarquía más que en una distribución del poder.
Internet y las redes informáticas privadas han coexistido por muchos años. Pero los recientes cambios tecnológicos hacen necesario reteorizar la red y abordar la cuestión de múltiples espacios electrónicos más que tan solo la red o el espacio electrónico público. Las tres cuestiones discutidas –las ciudades globales y las cadenas de valor, la centralidad y la cibersegmentación– pueden ser leídas como especificaciones empíricas de tres nuevas condiciones fundamentales:
* las crecientes digitalización y globalización de los sectores económicos líderes han contribuido además a la hiperconcentración de recursos, infraestructura y funciones centrales, con las ciudades globales como sitios estratégicos en la nueva red económica global;
* la creciente importancia económica del espacio electrónico ha fomentado alianzas globales y concentraciones masivas del capital y del poder corporativo;
* lo anterior ha contribuido a nuevas formas de segmentación en el espacio electrónico público y privado.
Estos desarrollos han hecho del espacio electrónico uno de los sitios para las operaciones del capital global y la formación de nuevas estructuras de poder.
Esto significa que, súbitamente, los dos mayores actores en el espacio electrónico –el sector corporativo y la sociedad civil–, que hasta hace poco tenían poco que ver entre sí en el espacio electrónico, están acercándose. En el pasado, los actores corporativos operaron ampliamente con redes informáticas privadas. Tan recientemente como en 1993, los negocios todavía no habían descubierto Internet de modo significativo; la World Wide Web –la porción multimedial de la red, con todo su potencial para la comercialización– todavía no había sido inventada, y la digitalización de la industria del entretenimiento y de los servicios de negocios todavía no había estallado en la escena.
Éste es también el contexto dentro del cual debemos leer las tendencias recientes y crecientes hacia la desregulación y la privatización que han hecho posible que la industria de las telecomunicaciones opere globalmente y en un número cada vez mayor de sectores económicos. Esto alteró profundamente el rol del gobierno en la industria y, como consecuencia, también incrementó la importancia de la sociedad civil como un sitio donde una multiplicidad de intereses públicos puede, intencionalmente o no, resistir la abrumadora influencia de los nuevos actores corporativos globales. La sociedad civil, desde los individuos hasta las organizaciones no gubernamentales, se ha empeñado en un uso muy enérgico del ciberespacio de arriba o abajo.
En la medida en que los sistemas de comunicaciones nacionales estén mayormente integrados a redes globales, los gobiernos nacionales tendrán menos control. Además, los gobiernos nacionales se sentirán obligados a ayudar a las empresas a evitar ser excluidas de la red electrónica global porque eso significaría ser excluidas de la red económica global –un sistema cada vez más electrónico–. Si el capital extranjero es necesario para desarrollar la infraestructura de telecomunicaciones en los países en desarrollo, los objetivos de estos inversores bien pueden regular y modelar el diseño de esta infraestructura. Esto es, por supuesto, una reminiscencia del desarrollo de los ferrocarriles en los imperios coloniales, que fueron claramente diseñados para facilitar el comercio imperial más que para promover la integración territorial interna de la colonia. Esta dependencia de los inversores extranjeros probablemente minimice también las preocupaciones por las aplicaciones públicas, desde el acceso público hasta los usos en educación y salud.
En la actualidad hay pocas instituciones públicas en un nivel nacional o global que puedan enfrentar estas cuestiones. Es en el sector privado donde se encuentra esta capacidad y allí sólo entre los participantes más importantes. Estamos en riesgo de ser gobernados por las corporaciones multinacionales, únicas responsables del mercado global. La mayor parte de las organizaciones gubernamentales, no lucrativas y supranacionales no están preparadas para entrar en la era digital. El sistema político, aun en los países más desarrollados, está operando en la era predigital.
La abrumadora influencia que han obtenido la mayoría de las empresas y los mercados globales desde 1994 en la producción, el diseño y el uso del espacio electrónico, junto al mermado rol de los gobiernos, ha creado un vacío político. Pero no debe ser así.
Porque el predominio de la digitalización es una nueva fuente de importantes transformaciones en la sociedad, necesitamos desarrollarla como una fuerza impulsora de un desarrollo sustentable y equitativo en el mundo. Debería ser una cuestión clave en los debates políticos sobre la sociedad, particularmente, la equidad y el desarrollo. No debemos permitir que los negocios y el mercado moldeen el “desarrollo” y dominen el debate político. La parte positiva de la nueva tecnología, desde la participación hasta la telemedicina, no necesariamente quedará afuera de las dinámicas del mercado.
Además, estas tecnologías pueden ser desestabilizadoras aun en los sitios de poder concentrado. Las propiedades de las redes electrónicas han creado los elementos de una crisis de control dentro de las instituciones de la industria financiera misma. Hay una serie de instancias que ilustran esto: el derrumbe de la Bolsa de Valores en 1987, ocasionado por el comercio de programas, y el colapso de la Banca Barings, producido por un joven operador que movilizó enormes montos de capital en distintos mercados durante seis semanas.
Las redes electrónicas han producido condiciones que no pueden ser siempre controladas por aquellos que pretenden beneficiarse al máximo con estas nuevas capacidades electrónicas. Los mecanismos regulatorios existentes no siempre pueden lidiar con las propiedades de los mercados electrónicos. Precisamente porque están profundamente imbricadas en la telemática, las industrias avanzadas de la información también arrojan luz sobre cuestiones de control en la economía global que no sólo van más allá del Estado, sino también más allá de las nociones de sistemas de coordinación no centrados en el Estado, que prevalecen en la literatura sobre la gobernabilidad.
Finalmente, la red, como un espacio de poder distribuido, puede prosperar aun contra una creciente comercialización. Pero debemos reinventar su representación como impermeable a la comercialización y universalmente accesible. Puede continuar siendo un espacio para prácticas democráticas de facto (no necesariamente autoconscientes). Pero será así parcialmente, como una forma de resistencia contra los extensos poderes de la economía y del poder jerárquico más que como el espacio de una libertad ilimitada que es parte de su representación actual. Ha habido suficientes cambios desde 1994 como para sugerir que la representación de Internet necesita ser sometida a un examen crítico. Tal vez las imágenes que necesitamos introducir en esta representación requieren abordar cada vez más la confrontación y la resistencia, más que simplemente el romance entre la libertad y la interconectividad.