El titiritero
El lunes pasado se presentó Sacate la careta, la colección de ensayos sobre teatro, política y cultura del gran director teatral Alberto Ure. La ocasión se convirtió en excusa para un más que merecido homenaje.
Por Jonathan Rovner
Siempre víctima de los más injustos ataques, primero por parte de la crítica, finalmente de su propia salud, Alberto Ure fue esta vez objeto de un singular homenaje. Más de trescientas personas, en su mayoría gente de la cultura y las artes, se dieron cita en el Centro Cultural de la Cooperación para asistir a la presentación de Sacate la careta, una recopilación de sus artículos sobre teatro, política y cultura, recientemente editada por Norma. Allí cantó Cristina Banegas, hablaron Horacio González y Ricardo Bartís, y se proyectó un video con memorables escenas de la vida y obra de Ure.
Como lo que pudo haber sido una revolución, Alberto Ure comenzó en el año 68, con Palos y piedras y con Atendiendo al Sr. Sloane, de Joe Orton. Su carrera se parece a un catálogo de intensidades históricas, asumidas sistemáticamente desde una posición incómoda y confrontativa. Desde los ‘60, cuando junto a Eduardo Pavlovsky estrenó Telarañas, pasando por Hedda Gabler de Henrik Ibsen en 1974, montaje en el que puso a Norma Aleandro a masturbarse durante todo el desarrollo de la pieza. Luego el exilio, hasta Los invertidos, obra de difícil realización, todavía en la Argentina de 1985, con el protagónico de Antonio Grimau, por entonces mero actor de telenovelas, para escándalo del público del San Martín.
Hasta este día, en el que lo revulsivo se convierte en canon y, como escribe Cristina Banegas en su prólogo: “Ure es un director, un teórico, un maestro, un pensador único. De una inteligencia y una audacia intelectual extrema, que excede absolutamente el campo teatral y lo coloca en esos lugares de la cultura argentina que terminan siendo incómodos y temibles para casi todos los funcionarios de turno”.
Fue Horacio González el primero en hablar esa noche. A la manera de un viejo profesor, González habló sobre la figura de Ure y su relación con las instituciones de la cultura. Ure, el intelectual nacionalista, como un auténtico patotero de la cultura; su libro como un hito de la ensayística nacional: un pensamiento que avanza por paradojas, llevándose por delante, como dice María Moreno (editora del volumen), “un quién es quién donde sólo se puede hacer en lugar de ser y hasta no ser nadie si el lector no lo reconoce”.
Porque si a algo se dedicó el pensamiento de Ure fue a correrse del lugar que se le asignaba y esto es, sin más, la tarea del crítico en su sentido más elevado. Ricardo Bartís, quizás algo obnubilado por la exposición, quiso hacer hablar a Ure sobre el distanciamiento brechtiano y no obtuvo nada más ni nada menos que una sesuda reflexión sobre la deuda externa. Bartís terminó hablándole directamente al homenajeado: “Está buenísimo el libro, Ure. Gracias”.
El homenaje llegó a un momento muy conmovedor para todos los presentes (gran cantidad de familiares y discípulos), con la proyección de un audiovisual editado por Paola Motto, en el que se vieron algunas escenas de sus puestas más polémicas y memorables. Lo evidente es que Ure siempre hizo algo que todavía hoy parece estar haciendo falta en la escena argentina: dirigir actores.