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Domingo, 29 de febrero de 2004

RESEñA

Bajo el volcán

¿QUIÉN MATO A DANIEL PEARL?
Odio y terror en Oriente Medio
Bernard-Henri Lévy

Trad. Juan Manuel Salmerón
Tusquets, 2004
379 págs.

POR DANIEL KRUPA

El 31 de enero de 2002, una célula integrista secuestra, tortura, decapita y descuartiza en Karachi (Pakistán) a Daniel Pearl, periodista norteamericano del Wall Street Journal. Lejos de allí, cinco meses después, el francés Bernard-Henri Lévy comienza una investigación con el objetivo de esclarecer los puntos oscuros del caso.
El resultado de un año de trabajo lo concentró en su libro ¿Quién mató a Daniel Pearl?, en el que se conjugan la investigación periodística, el ensayo y la autobiografía con retazos de ficción aparentemente incluidos con el ¿lícito? fin de emparchar los agujeros negros de una trama real. Un pastiche de géneros cargado de dudas como producto de la ignorancia de los hechos, lo que produce la sensación de estar ante un texto demasiado
dubitativo. Pero el principal problema de ¿Quién mató a Daniel Pearl? no está en su prosa –con ello ya sería suficiente– sino en algunas de las ideas que moran bajo su superficie.
Como en la página 84 de la edición española de Tusquets, en la que Lévy (d)escribe su visión –un tanto lombrosiana– de los asesinos de Pearl. “Me traje de Pakistán una foto de al menos cada uno de los cómplices que la policía identificó: asesinos hundidos en su propio vértigo, caras de bestia, semblantes de odio, la muerte en los ojos; cara gacha o risa demoníaca, uñas vengadoras o media sonrisa de verdugo que espera el momento de actuar y siempre la misma impresión de crimen a flor de piel.”
En la página 132 describe a Omar Sheij, el principal implicado en la sádica muerte del corresponsal norteamericano, con “una mirada de bestia al acecho”. Y así unas cuantas descripciones más, a partir de las cuales vale preguntarse cómo son las caras de las bestias, cómo es tener la muerte en los ojos y cómo son las uñas vengadoras, etcétera.
Pero, para entender aún mejor las ideas que se deslizan en esta investigación, será mejor ir hasta el hombre que la firma y decir que Lévy, además de haber sido discípulo de Derrida y Althusser, autor de ensayos, novelas y hasta de algún documental, es un permanente colaborador del gobierno francés, para el cual elaboró un informe sobre “la contribución” de Francia a la reconstrucción de Afganistán. Este dato bien podría explicar por qué Lévy piensa como piensa, o sea, como eurocentrista por momentos estereotipado, al que la idea de un choque de civilizaciones, por cierto, parecería no disgustarle.
Aunque lo cierto es que tampoco resulta necesario sumergirse en los datos personales del autor para dilucidar su pensamiento, ya que hace muy poco, en una conferencia dictada en Madrid, señaló que “los gobiernos totalitarios, el fascismo, el comunismo o el integrismo islámico tienen un denominador común: querer erradicar el mal, crear un colectivo de perfectos, y eso es nefasto para la humanidad”, sin especificar en cuál de esas categorías deberíamos ubicar a los democráticos gobiernos de George Bush, Tony Blair y José María Aznar, con cuyas políticas exteriores –por llamarlo de alguna manera– no parece estar tan en desacuerdo. “Afirmo que Pakistán es el más canalla de los Estados-canalla de la actualidad. Afirmo que allí, entre Islamabad y Karachi, está formándose un verdadero agujero negro en comparación con el cual el Bagdad de Saddam Hussein no era más que un vertedero de armas obsoletas”, arenga desde su nuevo libro. Tal vez el punto más alto del libro se encuentre escondido en esos párrafos en los que Lévy señala a Sheij como agente secreto de los servicios paquistaníes, los cuales, a su vez, mantendrían estrechos lazos con las principales organizaciones terroristas de origen musulmán. Es la relación que establece Lévy entre los autores materiales del crimen con aquellos que lo planificaron –entre los que se encontrarían miembros del Al-Qaida, ni más ni menos– cuando el texto levanta vuelo y se acerca, en su explícito afán literario, a una novela de espionaje que incluye a personajes tan reales y tan ficticios como el de Osama bin Laden.

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