Domingo, 10 de julio de 2005 | Hoy
EL EXTRANJERO › EL EXTRANJERO
Melissa P. ya es mayor de edad, pero prefiere seguir usando la primera letra de su apellido como carta de presentación. Después de Cien cepilladas antes de dormir, su segundo libro la muestra más al desnudo, aunque carezca de aquel erotismo descarnado del debut.
Por Guillermo Piro
Casi dos años después de Cien cepilladas antes de dormir, Fazi Editore publica L’odore del tuo respiro, una novela sobre el amor de Melissa P. por un tal Thomas (lo arrastró por Buenos Aires cuando vino el año pasado para la presentación de su libro; buen chico), pero también una novela sobre los agujeros negros del alma, sobre su madre, los sueños, la familia, las propias raíces y los propios demonios que devoran cualquier felicidad futura. A diferencia de Cien cepilladas..., carece absolutamente de dotes afrodisíacas. Guste o no hay que admitir que la chica tiene coraje. L’odore del tuo respiro es algo así como un destino alternativo a su vida real. En realidad está más desnuda aquí que en Cien cepilladas..., lo que es decir mucho.
Melissa ya es mayor de edad, el anonimato quedó atrás, pero la decisión de seguir usando la “P” tiene un sentido meramente musical: Panarello suena mal. Como tour de force narrativo convengamos que no tiene nada que ver con el antecedente. Sí, en cambio, tiene que ver con el antiguo “sex and love”, es decir con un erotismo más de entrecasa, conjugado con las intuiciones más sublimes, es decir, con las más sublimes desconfianzas y paranoias, incluso con los celos que pasan de lo aceptable y con cierto masoquismo. A riesgo de pasar por cínicos, digamos esto: Melissa, esta chica de 19 años provista de una autenticidad inquieta, bastante enigmática e indiscutiblemente pequeña, desprejuiciada, simpática y bella, virtuosa en la mezcla de iguales dosis de candor y picardía, asombra por la aguda hipertrofia del Yo que sufre, un egocentrismo tan grande que resulta desconcertante.
Melissa tiene un defecto grave: es lo suficientemente inmadura como para tomarse en serio a sí misma. Nunca roza la levedad, la ironía, el sentido del humor. Lo que es peor: todo el pathos eternamente referencial del que sus páginas está lleno, la sinceridad de su dolor (Melissa sufre, y sufre mucho) se expresa a menudo a través de formas lingüísticas de una ingenuidad que casi consiguen hacer sentir vergüenza ajena. Cuando por ejemplo escribe: “No me gusta el Coliseo, parece un macho ya maduro que quiere demostrarles a todos su virilidad, aun habiéndola perdido. No lo soporto. Me cansó”; o “Lo último que debe hacer un hombre es preguntarme qué pienso de él. No pienso nada, no hay nada que pensar. Si te amo, te amo; si me das asco, me das asco”.
Esta breve novela sigue teniendo el aspecto de un diario. Esta vez Melissa deja la provincia de Catania para trasladarse a Roma, y allí finalmente encuentra a su Príncipe Azul, abandonando esa lúgubre existencia provinciana y seudoporno que provocó tanto escándalo y moralismo (aunque también curiosas formas de envidia). Melissa se enamora entonces de Thomas. Lástima que no vivan felices y contentos, dado que ella es totalmente refractaria a esa serenidad que considera el ingrediente indispensable de una relación estable, habitada como está de tormentos, fantasmas persecutorios y celos. Justamente serán los celos los que la llevarán a transitar una dimensión cada vez más obsesiva, hasta la fuga dolorosa y claustrofóbica y un intento de suicidio (eso se podía evitar).
En el fondo de todo eso está su infancia ya lejana, una infancia un poco escuálida a decir verdad, pero sobre todo la gradual conquista de una nueva relación con su madre y el deseo de recuperar su afecto. Es justamente esta mezcla de sentimientos por el muchacho adorado, pero no por la madre amada, el aspecto más confuso pero al mismo tiempo más seductor y conmovedor, lo que desencadena las fantasías más imprevisibles: en el fondo, más que hombre que la cuide, o un amante, o un compañero, o un padre, lo que Melissa busca es una madre incestuosa.
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