El Jean Valjean de los escritores
Hay escritores sin los cuales no podría imaginarse la historia de la literatura. Los hay sin los cuales no podría imaginarse la historia sin más. A estos últimos pertenece Victor Hugo.
En un famoso episodio de su novela Los miserables el antiguo forzado Jean Valjean –que, convertido en un ciudadano “honorable”, cuida mucho de disimular su identidad– ve que un hombre está a punto de ser aplastado por una carreta. Inmediatamente se olvida de su respetabilidad y, echándose debajo del carruaje sin miedo a revelar quién es, intenta levantarlo con esfuerzo casi sobrehumano, aunque así se expone a que lo reconozcan. Si la memoria no me falla, memoria del niño que yo era cuando leí dicha novela, es precisamente en ese instante cuando el inspector Javert, que tanto se ha afanado en perseguir al forzado, tiene al fin la certeza de que lo ha desenmascarado.
Así era el propio Hugo. La vida le daba múltiples ocasiones de disfrutar del confort y la respetabilidad, y podía disimular hábilmente su personalidad bajo las apariencias sobremanera decorosas de la consagración literaria y de la integración social. Y sin embargo cada vez que veía a seres humanos aplastados, se dejaba llevar no por el instinto de conservación sino por el noble impulso de prestar auxilio.
Pero también Hugo se parece a Javert; como éste es un investigador tenaz, metódico y de un profesionalismo a toda prueba que no repara en zambullirse en el alcantarillado de París para encontrar lo que busca. Mas, a diferencia del inspector, siempre estuvo Hugo del lado de los perseguidos y no de los perseguidores. En él dominaba una dualidad o, mejor, pluralidad que no sólo le permitía llevar en sí a Esmeralda y a Quasimodo sino también a cada una de las quimeras de Nuestra Señora de París. Sí, al igual que Jean Valjean no podía dejar de levantar la carreta, o por lo menos de intentarlo, aun exponiéndose a que ésta le aplastase también a él.
Así levantaba Hugo la historia sobre sus hombros.
(Fragmento de un artículo de Evgueni Evtushenko reproducido en El Correo de la Unesco, noviembre de 1985.)