Domingo, 19 de junio de 2005 | Hoy
La obra de Saer abunda en paseos a pie –caminatas solitarias o entre amigos– y la cadencia de su prosa recuerda ese deambular donde los personajes y las situaciones entran y salen sin brusquedad de la memoria y del relato. Acaso no hay otra obra en donde, a pesar de su cinismo, la amistad tenga un lugar central: la amistad como corazón secreto y como poética de la narrativa. Porque la amistad –sobre todo en la juventud, siempre itinerante– es una forma de narrar el mundo, a través de la voz propia y de la voz de los otros. Saer, que tan a menudo renunció a la narrativa tradicional, recuperó, a través de esa red de amigos que forman sus personajes, la costumbre de revisitarlos, para ir completando la inacabable suma de sus vidas. Detrás de novelas, cuentos y poemas, el lector siempre tiene la sensación de estar asistiendo a los capítulos fragmentarios de una novela total, absoluta, que dura lo que la vida del autor.
Difícil señalar, para quien no lo ha leído, una novela, un cuento que tenga un carácter central: la obra de Saer es como una ciudad, donde lo importante es el paseo, los ruidos de la noche, los rumbos de la conversación, tal árbol, o tal esquina, pero nunca aquello que puede señalarse con claridad en una guía turística o en un mapa.
Sin embargo, algunos textos, que siempre releo, concentran su arte en unas pocas líneas: pienso en “Por la vuelta”, donde el narrador repasa las caminatas de juventud, o en el largo poema narrativo “El fin de Higinio Gómez”, o en la miniatura “Al abrigo”, que nos muestra a un vendedor de muebles que descubre, en un cajón secreto de un aparador, el diario íntimo de una mujer. El mueblero piensa, al leerlo, que él sabe más de esa mujer que quienes la conocieron; y esta certeza hace que todo a su alrededor empiece a cambiar. A lo largo de más de cuarenta años, Saer no dejó de contar la historia de esa revelación, que puede ocurrir en Santa Fe, en París o en los alrededores de Troya; el momento en que se descubre que las certezas se disuelven y todo lo familiar se vuelve irreal: “... su vida, su verdadera vida, según su nueva intuición, transcurría en alguna parte, en lo negro, al abrigo de los acontecimientos, y parecía más inalcanzable que el arrabal del universo”.
Saer fue uno de los grandes escritores de toda la historia de la literatura argentina, y un autor siempre admirado y querido por sus pares y sus miles de lectores; sin embargo su muerte –la muerte temprana del mejor escritor argentino en la plenitud de su obra– no recibió en los medios el espacio que merecía. No sé si esto se debe al carácter siempre elusivo de sus libros, o a un divorcio cada vez mayor entre la sociedad argentina y su literatura.
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