Hay escritores que escriben libros; hay otros que se proponen una obra y los libros que van escribiendo son sólo una mera acumulación, porque piensan la obra como una sumatoria. Hay una tercera posibilidad al escribir y es el caso de Saer: la obra es entre otras muchas cosas el pliegue y el despliegue de una escritura. Desde esa perspectiva nunca fui “un lector” de la obra de Saer. Sí, de algunos libros suyos. Entre esos libros elijo La ocasión, con ese comienzo tan Melville: “Llamémosle nomás Bianco”, que con esa pregnancia que tiene el nombre propio nos convoca a un pacto de lectura y nos introduce en la historia. Sobre todo, se vuelve aún más misterioso cuando ese Bianco se transforma en la línea siguiente en Burton y ya está instalado sin dudas, el enigma de una identidad oculta. Teniendo en cuenta además que el tal Bianco es de profesión “ocultista”. Es el hombre que huyó de la difamación de los positivistas europeos, el que vino a refugiarse en la llanura pampeana. Para ser más preciso, en el desierto.

Bianco, que en realidad nos comienza a contar otra vida que se inventó a la par de su otro apellido: Burton, el nacido en la isla de Malta.

Burton, que cambia de nombre, comienza a llamarse Bianco, no de golpe, sino que lo va adoptando gradualmente, hasta que en un momento del relato el personaje está tan confundido que usa los dos nombres a la vez.

Elegí La ocasión porque de manera oscilante, la doble identidad se transforma en un enigma no para descifrar sino para develar y descubrir al verdadero Bianco de carne y hueso. Bianco, parado en medio de la llanura, desierta, un poco regordete, con las pestañas y el pelo rojizo; da la impresión de no ser un humano, se parece a un remedo de una estatua de madera. Nuevamente la ficción se desdobla como la identidad, en original y reproducción. En La ocasión encuentro ese delicado equilibrio entre escritura, personaje y trama, siempre elementos necesarios para una gran novela.