Domingo, 4 de febrero de 2007 | Hoy
Por Omar Acha
Los años treinta consolidaron la identificación historiográfica de Puiggrós, como pronto se verá. En esa época la militancia de Puiggrós lo destacaba como uno de los intelectuales más prometedores de su generación. En el segmentado campo intelectual porteño su posición fue siempre ambigua. El prestigio pronto adquirido por sus libros sufrió el menoscabo que significaba en la Argentina conservadora ser un estudioso declaradamente marxista. Aunque no había completado una carrera universitaria, y quizás por ello mismo, poseyó aún joven una inmensa cultura y una sorprendente capacidad de trabajo.
La pulsión historiadora de Puiggrós estaba estrechamente ligada a su preocupación nacionalista. Desde hacía tres décadas las diversas maneras de resolver la cuestión nacional marcaban los pasos de las jóvenes izquierdas de los países periféricos. El tema de la nación constituía el otro polo del deseado orden mundial poscapitalista.
Incluso la exigencia de lo nacional era más urgente que entre las derechas. Fue en el seno del heterogéneo abanico de las voluntades subversivas donde el tema de la nación incidió con mayor radicalidad, puesto que con todos los matices del caso sus posibilidades de éxito se decidían en la construcción de una política sostenida por las mayorías.
El nudo de la cuestión de la nacionalidad en las izquierdas fue instalada por Juan B. Justo y José Ingenieros en el plexo de una filosofía positiva de la historia. Más allá de las soluciones que ellos propusieron, lo nacional tuvo tanta pregnancia en la izquierda –incluso antes del Centenario– como en el resto del espectro ideológico argentino. Por eso no debe sorprender que el socialismo reformista ya adoptara en los años ‘30 los símbolos “nacionales” en compañía de los tradicionales paños rojos de la emancipación obrera. Nacionalismo e internacionalismo no eran percibidos como incompatibles.
Puiggrós siguió el paso de las variaciones teóricas y políticas de estos años, cuando ya había resignado sus veleidades juveniles de heterodoxia intelectual. ¿Su actitud primera delataba una resistencia ante el stalinismo?
La noción de stalinismo debe ser problematizada en sus variantes nacionales. Jean-Pierre Vernant consideraba con razón que si hubo un leninismo, el stalinismo fue diverso fuera de la Unión Soviética. Entonces se preguntaba por la singularidad del stalinismo francés.
¿Existió un stalinismo argentino? En las interpretaciones prevalecientes, la conocida sujeción del PC a las decisiones de la III Internacional revelaría una dependencia política y cultural cuyo mayor exponente sería Victorio Codovilla.
El primer reparo a hacer es que las prácticas del PC eran irreductibles a las directivas de su cima. El estudio de las militancias de base lo muestra claramente. Lo que aún no sabemos es por qué se impuso durante tantas décadas la dirección codovilliana.
Otra indicación –más pertinente para pensar la situación de Puiggrós– es que la posición de los intelectuales estaba menos legitimada que en otros stalinismos. La dirigencia partidaria monopolizaba la significación política de la escritura y clausuraba la autonomía relativa del saber. La minusvalía de los intelectuales ante la autoridad de los aparatos partidarios afectó las aspiraciones de reconocimiento de Puiggrós y constituiría en los años por venir una de las razones de su alejamiento forzoso del PC.
La diversidad de la vida cultural en el partido fue más amplia durante los años treinta, a pesar de la dureza de la época. Con el regreso al país de R. Ghioldi y V. Codovilla a principios de la década de 1940, la complejidad de ideas internas disminuyó sensiblemente. La transmisión de las decisiones externas circuló más aceitadamente y el clima interno, al principio distendido por la recuperación de dos prestigiosos camaradas, comenzó a enrarecerse.
Fragmento de La nación futura, distribuido en estos días por Eudeba.
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