› Por Eduardo Mileo
Un signo que se instala con una fuerza especial en la poesía de esta década es la irrupción de la marginalidad en el lenguaje: no se trata de ficción de un lenguaje trasplantado sino de la potencia de una realidad en la que emergen nuevos actores. La enorme desocupación que comienza a diezmar las filas de los trabajadores argentinos culmina en un retroceso social nunca visto en el país, pero aún se mantiene, con vastas proporciones de la población en la miseria y su secuela de desmoralización. Como contrapartida, crea la necesidad de los desocupados de organizarse para enfrentar ese ataque: de esa organización surgen los piqueteros, que en esa década concentraron una gran cantidad de activistas y representaron una alternativa a la barbarie.
Esta realidad golpea también a la puerta de las casas de clase media con el fantasma de la proletarización, y crea también la lengua de las nuevas generaciones. La poesía, que se hace del ritmo de las grandes aguas, sociales o íntimas, no podía dejar de entrar en esa historia hecha lenguaje.
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