La verdad es que no tengo rituales. Escribo en casa, temprano a la mañana o tarde a la noche, horas en que no suena el teléfono y sólo los gritos de los borrachos llegan desde la calle. En un viejo Macbook negro. Pero tengo siempre en el bolsillo una libretita donde anoto “ideas peregrinas”, cosas que oigo o veo en la calle, sobre todo durante viajes; solía ser una Moleskine pero, ay, cediendo a la moda ahora es una Muji. Ningún retrato de escritor favorito. Hay días en que me gusta escribir en medio del silencio, aunque a veces tomo notas en medio del ruido de un bar y veo que más tarde se incorporan en el texto sin mucho cambio. En casa hay noches en que pongo música, otras no. No sé cómo aparece la necesidad o las ganas. Recuerdo que hace tres años, muchos capítulos de Lejos de dónde los escribí con la Novena de Mahler, y hace dos Pugliese me acompañó, como lo hace casi todos los días, para La tercera mañana.
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