(Juan Terranova, Sebastián Chilano)
Luego de empalmar que así como el “detective lee pistas, el crítico lee libros”, Juan Terranova se largó desde un encargo que la Iglesia le hizo a Galileo allá por 1587 para dictaminar sobre “la forma, la ubicación y el tamaño del infierno” –Séptimo Círculo en el que confluyen Dante, Borges, Bioy Casares– y desembocó en el mentado asunto de la dicotomía: Apolo & Dionisio, paraíso & averno, aburrido & atractivo, blanco & negro (ya acá, el policial). “Guillermo Martínez, por ejemplo, no escribe un policial blanco, que es lo primero que podría decirse –dijo Terranova–; no, sería de enigma, claro, con una prosa pedagógica y cristalina, heredero de otros que han practicado ese policial, que no sería tan malo, si se dedica a estos paseos por la luz. Sin embargo, hay otros escritores –siguió– que citan todo el tiempo la tradición del policial negro y producen uno blanco. En una generación ésta es una constante. Hammett, Chandler, todo el tiempo: novelas que se escribieron hace 70 años y siguen insistiendo con esto. En esas épocas eran negras, pero hoy son tomadas por estos novelistas y las hacen palidecer.”
Sebastián Chilano, a su vez, encaró las pistas a partir de las armas utilizadas para matar y se centró en los venenos. Más propios de los policiales blancos que de los negros (ya fuera de la relatividad que planteó Terranova). Que los hay agudos y espectaculares y que los hay sutiles e interesantes, planteó Chilano (porteño, 35 años, radicado en Mar del Plata, cuentista y novelista), y detalló nombres, efectos, dosis. Un saber muy útil para el que busque deshacerse de pariente, colega o periodista indeseable. Dentro de la ficción, preferentemente.
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