Domingo, 6 de mayo de 2012 | Hoy
> LAS ISLAS IMAGINARIAS
El Paraíso no funciona solamente como un mundo más allá de la vida al cual se aspira a partir de restricciones o buen comportamiento, sino que también ha operado como una imagen que encantó a diferentes aventureros lanzados a la mar con el objetivo de llegar a estas tierras soñadas. Sabemos de las aspiraciones americanas de Colón o la idea de El Dorado, ciudad paradisíaca para las ansias de los colonizadores. A eso hay que sumarle las perspectivas eurocéntricas de nombres como Cooks, Banks o Bouganville, quienes, por su parte, llegaron a las costas de las islas del Pacífico y volvieron a su tierra para hablar de las virtudes de los polinesios, tratados como “buenos salvajes” y proponiendo un mundo mucho más sencillo en donde la Naturaleza y exuberancia los transformaban en habitantes de un improbable Edén. Relatos de otros viajeros, como los de Melville o Conrad, ven el reverso de este supuesto espacio divino: desde caníbales hasta el tedio de un mundo totalmente natural, pero alejado de las diversiones culturales del Viejo Continente.
Entre la utopía insular y la política, concluye Colombres: “Todo auténtico viajero es un descubridor, y el viaje, junto con el lenguaje, es inseparable del Homo sapiens, y se basa en la acentuada curiosidad de los primates que lo precedieron en la escala evolutiva. En el libro hablo de la evaporación teológica del Paraíso Terrenal, y su reemplazo por el Paraíso Celestial. Pero los viajeros lo seguirán buscando. Llegar a un sitio que reúne imágenes que podríamos llamar paradisíacas reactualiza este viejo sueño, nos devuelve a lo que ya perdimos en la infancia y juventud y nos abre vetas mágicas para explorar. Se trata de un sueño poderoso”.
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