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Domingo, 18 de enero de 2015

La luz y las cenizas

 Por Jacques Ancet

El final del año 2013 y el comienzo del 2014 fueron para mí muy sombríos. La enfermedad o los decesos sucesivos de personas muy allegadas me afectaron profundamente y como reacción a las sombras de la desgracia, se me impuso una sucesión de textos breves, pequeños ejercicios de palabras, como para respirar mejor. Muy pronto surgió el título, La luz y las cenizas, que manifiestamente se refería –claridad y tinieblas– a las contradicciones de la vida. En esos momentos, el 14 de enero de 2014 me llegaba la noticia de la muerte de Juan Gelman, al que sabía muy enfermo. Novedad tanto más conmocionante porque acababa de recibir de él, algunas horas antes, en respuesta al mail que yo le había enviado, un mensaje conmovedor, el último que debió de escribirme.

En ese torbellino de ausencias, la de Juan jugó un rol de catalizador: su gran figura empezó a emerger de toda esa oscuridad, al mismo tiempo que frases, fragmentos de versos, daban a algunas estrofas ya escritas un sentido y una tonalidad que iban a desembocar en esta “milonga”. Poco a poco el poema se convirtió en un dúo de voces –la mía atravesada por la de Juan– a las que vino a reunirse muy pronto la del gran poeta y traductor Rodolfo Alonso, también amigo de Juan, a quien, ante el dolor por la pérdida y para compartir el sentimiento, le había enviado una primera versión del poema que inmediatamente me propuso traducir.

¿Había manera de ser más fiel a la voz de Juan que en este trabajo polifónico –este concierto de voces– que siempre habitó su poesía? Poesía a la que el amor, la ternura y la amistad han dado la incomparable profundidad humana que es la suya.

Traducción de S. C.

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