Domingo, 8 de febrero de 2015 | Hoy
La portuguesa Guilhermina Augusta Xavier de Medin Suggia, nacida en Oporto en 1885, fue una de las mejores alumnas de Pablo Casals. Más que alumna, dicen las historias no escritas. En mayo de 1950, muy enferma, le escribe a su maestro una extensa carta. Pide entradas para el concierto por el bicentenario de la muerte de Bach, pero más que nada pide verlo. “Querido amigo: Espero que no hayas olvidado a la pequeña alumna que iba a Espinho a tomar lecciones contigo. Te escribo con emoción y con la esperanza de que no me rechaces. ¿Te será posible reservar dos habitaciones sencillas o una doble para una amiga que me acompaña y para mí? Sé que es difícil, pero debes tener influencias. También necesitaría dos localidades para los conciertos. Si es preciso que envíe antes el importe dime dónde. Yo sigo trabajando en Porto, siempre con el mismo ideal que aprendí de ti, pero estoy muy enferma y desgraciadamente no sé si podré continuar con mi carrera. Mi marido murió hace un año. No deseo morir sin que me escuches, querido maestro. Quiero volverte a ver. Espero que comprenderás la alegría que me darías si pudiese estar unos días cerca de ti. Recuérdame siempre como tu devota admiradora. Hasta la vista, espero. Guilhermina”.
Casals está desbordado. Sufre una depresión brutal, a la que se suman unos dolores de cabeza que lo dejan exhausto. Su esposa, Francisca, con Parkinson desde hace 22 años, tiene recaídas ante cualquier inconveniente. Y sobre él recae la responsabilidad de acomodar en el pequeño perímetro de la iglesia Saint Pierre, en Prades, a la enorme cantidad de personalidades del mundo entero que quieren asistir al renacimiento de su música. Pero recuerda a aquella adolescente que amó entre clase y clase, hace ya tantos años, y le ruega a su amigo, el doctor René Puig, que le conteste.
“20 de mayo de 1950. Madame: Imaginará usted fácilmente las ocupaciones del maestro. Le ruego que lo disculpe por no responderle él mismo. Se conmovió con su carta, pero está atado de tal manera por los ensayos que no puede escribirle. Cada día ensaya o tiene grabación. El toca todas las tardes, todos los músicos están aquí desde el 3 de mayo. De todos modos, al pedido: tiene usted dos habitaciones reservadas en el Hotel Alexandra de Vernet-les-Bains. Le agradeceremos que nos diga exactamente el número de localidades y aquellos conciertos a los que usted desea asistir. Le ruego que acepte mis sentimientos más respetuosos. Desde Prades, su amigo, René Puig.”
Mira, Puig, por la ventana de su hotel, las calles de ese pequeño pueblito perteneciente al departamento del Ariège, distrito de Foix, cantón de Ax-les-Thermes. Mira el Mont Canigou, que se alza más allá de los confines del pueblo. Sabe, como lo sabe su amigo Pablo Casals, catalanes al fin los dos, que el pueblito está vinculado a su Cataluña desde la Edad Media. Allí, a unas cuadras, como reafirmando los vínculos, están los monasterios de Sant Miquel de Cuixá y de San Martí de Canigó. Y, sabiendo, mira la iglesia de enfrente del hotel, la barroca Saint Pierre, construida en el siglo XVII.
Pau Carles Salvador Casals i Defilló es Pablo Casals. Nació en El Vendrell el 29 de diciembre de 1876 de padre español y madre puertorriqueña. Pablo mostró una gran sensibilidad por la música, por lo cual su padre, Carles Casals i Ribes, le transmitió los primeros conocimientos que el joven ampliaría con estudios en Barcelona y Madrid. Ya era un niño pródigo del piano, el órgano y el violín cuando en 1887 escuchó un cello y el mundo cambió su sonido. Empezó a estudiar con Víctor Mirecki, catedrático de la Escuela Nacional de Música de Madrid, iniciador de la escuela cellística española moderna. Y se perfeccionó con Jesús de Monasterio en música de cámara. A los 23 años inició su carrera profesional interpretando a los más grandes compositores en los mejores auditorios del mundo entero.
A su férrea disciplina musical sumaba un profundo activismo en defensa de la paz y la libertad. Saludó en 1917 la revolución rusa, pero siete años más tarde, con la muerte de Lenin y el ascenso de Stalin al poder, hizo pública su decisión de no volver a actuar en la Unión Soviética. Era el primer escalón de un silencio.
En 1926 creó en Barcelona la Asociación Obrera de Conciertos con el objetivo de permitir el acceso de la clase trabajadora a la enseñanza de la música y la audición de conciertos.
Cinco años después, con la proclamación de la Segunda República en España, fue invitado a participar en los actos conmemorativos del hecho. Allí dirigió la Orquestra Pau Casals y el Orfeó Gracienc. La Novena Sinfonía de Beethoven sonó como nunca en el Palacio de Montjuïc de Barcelona. Abrazó el republicanismo distanciándose de Alfonso XIII a partir de la dictadura de Primo de Rivera y la supresión de la Mancomunidad. Sin embargo, no dejó de agradecerle con su música a la reina María Cristina. La forma de demostrarlo era un clásico: llevaba engarzado al arco de su cello un anillo que ella le había regalado.
En 1933 rechazó un pedido para tocar en Alemania. El motivo era la llegada al poder de Adolf Hitler. “Hasta que no haya un cambio de régimen político, no tocaré allí”, dijo, como respuesta a la amenaza nazi de quemarle las manos si no actuaba en Berlín.
Pablo siguió tocando. En 1936, con el estallido de la Guerra Civil Española, se declaró públicamente a favor de la república. No tenía partido, más allá de que simpatizaba con miembros del Partido Socialista Unificado de Cataluña, pero despreciaba profundamente el fascismo. Por su declaración, fue condenado a muerte por los nacionalistas y tuvo que abandonar esa España que Francisco Franco hacía suya a fuerza de bala. Pero, sabedor de la potencia del arte frente a la bestialidad, rescató del olvido las abandonadas suites para cello de Johann Sebastian Bach y realizó legendarias grabaciones entre 1936 y 1939.
En 1945, su silencio subió un peldaño más al rechazar una invitación para tocar en el Reino Unido. La decisión la había tomado por la no intervención aliada en España. Y Casals se negó a actuar en los países aliados. Pero un año después, cuando la mayoría de los países reconocieron diplomáticamente al dictador, dijo basta, dejó el arco y no tocó más. Su silencio, entonces, se escuchó de manera brutal en el mundo entero.
Entre 1946 y 1950 se dedicó a la composición, al estudio y a la enseñanza, mientras seguía ayudando a los refugiados españoles que, por miles, abandonaban su patria.
El fotógrafo Gjon Mili, nacido en 1904 en Korça, Albania, sube el 6 de junio de 1950 a los balcones de la iglesia de Saint Pierre y enfoca su cámara. El hijo de Vasil Mili y Viktori Cekani, ese muchacho que llegó a los Estados Unidos en 1923 y que casi de inmediato comenzó a trabajar como reportero en la revista Life, tiene una extraña misión: fotografiar un sonido. Estuvo en la Riviera mostrando un Pablo Picasso que casi nadie conocía. Y recorrió fotografiando Florencia, Atenas, Dublín, Venecia, Roma. Fue, en los años ‘30, uno de los pioneros en el uso del fotoflash, capturando secuencias de acciones en una sola fotografía. En 1944 dirigió el cortometraje Jammin’ the Blues para la Warner Bros. Allí aparecían Lester Young, Red Callendar, Harry Edison, Big Sid Catlett, Illinois Jacquet, Barney Kessel, Jo Jones y Marie Bryant. Pero ese 6 de junio de 1950, al cumplirse el bicentenario de la muerte de Johann Sebastian Bach, en Prades, Francia, tiene que fotografiar un sonido. Y sube a los balcones de la iglesia.
Sabe que Pablo Casals va a romper un silencio que ya lleva cuatro años y es una manera de mostrarles a los poderosos del mundo su miserabilidad. Sabe que los 200 años de la muerte de Bach son la excusa. Sabe que Pablo Casals aceptó con la condición de que el primer concierto, el de la vuelta al sonido, fuera gratuito y para obreros. Entonces enfoca y espera.
A las 3 de la tarde, Pablo se calza el cello entre las piernas, toma el arco, toca la suite número 2 en re menor, compuesta en 1720, y la melodía parece haber sido compuesta hace unos segundos. Toca, Casals, en la iglesia de Saint Pierre de la pequeña ciudad de Prades, Francia. Lo acompañan, callados, un puñado de músicos y cientos de obreros que asisten a la apertura de las conmemoraciones. En silencio lo escuchan y en silencio lo ovacionan. Los curas pueden permitir a Bach y a Casals y hasta a los obreros que llenan la iglesia por primera vez, pero prohíben aplaudir ante Dios y su hijo crucificado y sus santos. Toca, Casals, por Bach, por Cataluña, por la libertad. Y el mundo entero se detiene a escucharlo. Hasta Franco, que golpea inútilmente sobre su escritorio y vuelve a condenarlo a muerte. Entonces Mili sabe que ésa es su foto.
El 20 de junio de 1950, recién terminadas las conmemoraciones por Bach en la iglesia de Saint Pierre, Pablo le escribe una carta al presidente de los Estados Unidos, Harry Truman, que está mirando la revista Life, donde aparece la foto de Gjon Mili: “Soy sólo un hombre que cree en la democracia y ama la tierra de su Cataluña natal y de España, en la que Cataluña está incluida”. Guilhermina estuvo en el concierto final, vio a su viejo maestro y enamorado. Y murió en Oporto diez días después.
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