Domingo, 24 de mayo de 2015 | Hoy
Por Mercedes Halfon
Después de La novela de la poesía, volumen que compilaba su obra poética hasta el momento, Tamara Kamenszain entrega El libro de los divanes. Un nuevo capítulo de esta novela que ha venido escribiendo a lo largo de su vida. Y todas estas palabras –novela, capítulo, poesía, vida– son los sustantivos protagonistas de estos textos, explicitan el modo en que la poesía narra, la propia vida se noveliza, los sueños prefiguran y el diván es el lugar donde esta poeta baraja las cartas de su historia y vuelve a dar. En el bar de afuera del consultorio, las servilletas se abren para que nazcan bocetos de poemas. “¿Cuándo acabará la novela de mi vida para que empiece su realidad?”, es el epígrafe que abre el poemario y condensa las preguntas que se van a disparar.
La familia, el asma, el judaísmo como mito de origen, los viajes, la política, la generación neobarroca, el amor, se recuestan en el lecho del psicoanálisis. Un “discurso fechado” –se parodia Kamenszain– pero no es de otra cosa que de fechas y discursos que se propone hablar. Escribir a partir de su experiencia en divanes es un modo de reescribir su obra y su vida al calor de una mirada sesgada, horizontal. Fue ahí donde una pequeña resolvió su asma y lo reconvirtió en un exceso de inspiración que encontró su compás en el lenguaje poético. Fue también ahí donde el mediterráneo se atravesó para dejar de ser hija y convertirse en madre. Es en ese lugar donde se cuenta un sueño con su compañero de generación Arturo Carrera, porque el pasado impone sus guiños y sus complicidades. “¿Me analizo sin remedio para sentirme joven/ o escribo para remediar mis libros viejos?”, pregunta Kamenszain y la respuesta no importa, son las dos cosas o ninguna porque, se ríe: “Aunque muchos jóvenes se fascinen con nuestra época/ es un hecho que nosotros/ tenemos la cabeza quemada”.
Así es que más que remediar, se trata de volver a barajar los poemas de su vida, hay incluso en El libro de los divanes viejos versos reescritos a la manera de Leónidas Lamborghini, pero más bien a la manera de la misma Tamara asociando libremente, versos recontextualizados y opinados, conversados con los ojos fijos en el techo del consultorio, o con los ojos en la servilleta del bar donde con la cabeza agitada se garabatean pensamientos. Tamara reescribe sus versos y re piensa la situación de escritura de sus libros, como los poemas “Un poco salvaje/ un poco naïf –se parodia– de De este lado del mediterráneo. Textos escritos recién vuelta de Gaspar Campos donde con sus amigos gritaban consignas peronistas que después ella ignoraba en su propia escritura, más preocupada por construir su mito judaico. Y ahora vuelve a enfocar ese momento porque en poesía como en el psicoanálisis “siempre hay otra línea, tiene que haber otra”.
Pero no se trata solamente El libro de los divanes de un ejercicio de evocación. Hay también ideas de peso, cuestionamientos sobre el presente deslizados en pequeños gestos como su negativa a dejar las servilletas y comprarse un cuaderno porque pese a todo la poesía no es un diario íntimo. Así como hay en Kamenszain una labor sostenida con la escritura poética, ha llevado adelante durante las mismas cuatro décadas un trabajo como crítica. Es quizás esta reflexión sostenida sobre la lírica de otras generaciones, otras latitudes, la que pone a su poesía permanentemente en estado de pregunta. Poesía y crítica van interpelándose permanentemente en su escritura, como si fuera a una con experiencias y reflexiones elaboradas en la otra y viceversa.
Psicoanálisis, crítica, poesía, vida: hay contaminaciones de todo tipo, incluso de esa otra parte de la experiencia que tiene que ver con la vida virtual. Facebook, Twitter, las contraseñas de gmail hechas con las iniciales de sus hijos aparecen en el poema en ese sendero que construye la voz de Tamara Kamenszain. De lo íntimo a lo histórico, de lo personal a lo poético, porque la novela de la poesía no se cierra como una sesión de gmail. ¿Y el psicoanálisis? Dejarlo parece mucho más difícil que cerrar su libro como quién guarda sus servilletas garabateadas y sale al aire de la calle para que eso que escribió siga reescribiéndose, siga resonando en la cabeza, esta vez, del lector.
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