Jueves, 24 de febrero de 2005 | Hoy
ADELANTO: EL NUEVO TRABAJO DE BECK
Con sonidos latinos de Los Angeles insertados en Guero, su próximo disco, el autor de Mellow Gold y Odelay describe ese mundo de “chiling rancheros”, “abuelitas with plastic bags” y “daily borrachos” que gritan “¡qué putas!”. En exclusiva, el No cuenta qué piensa alguien acostumbrado a cambiar cuando nadie lo espera o a mantenerse en su camino cuando le dan ganas. “La idea era mantener las cosas lo más desnudas y simples posibles.”
Por Roque Casciero
Hace más de una década, cuando publicó su álbum debut Mellow Gold, Beck instauró una especie de ley de hierro: cada vez que se ponía un disco suyo y se apretaba play, había que estar listos para sorprenderse. Como si se tratara de abrir pequeñas cajas de Pandora (sin la maldad, por supuesto), de los parlantes podía salir un sabroso cut & paste de retazos de cultura pop: hip hop, folk, psicodelia, tropicalismo, R&B lascivo onda Prince, noise rock o melodías tristes à la Nick Drake. Eso fue hasta ahora. Porque en Guero, el nuevo álbum de Beck que aparecerá el 29 de marzo, la sorpresa es... que no hay sorpresa. O, mejor dicho, que el rubio maravilla se dedica a desandar los mismos caminos que había elegido hasta el momento: Qué Onda Guero hace pensar en cómo hubiera quedado Loser en Odelay, el single E-Pro y la robótica berretona de Hell Yes encajarían perfecto en aquel disco, Missing (que al principio se llamaba Brazilica) recuerda a Tropicalia de Mutations, Black Tambourine parece sacada de Midnite Vultures. Si hasta el título Guero (sin la diéresis sobre la u), una palabra bien mexicana para referirse a los blanquitos, recuerda que Odelay era una deformación del latiguillo “órale”.
Muchos indicadores juntos. ¿Será que Beck se quedó sin ideas y empezó a reciclarse a sí mismo? Si se hablara de otro artista, habría que empezar a temer; con él siempre se puede confiar en un nuevo golpe de timón. Pero, mientras tanto, también está la posibilidad de disfrutar de un álbum sin necesidad de decir “oooooohhhhh” a la primera escucha. “Esta vez no había un montón de ideas preconcebidas, más allá de que iba a grabar con los Dust Brothers”, explicó el cantante a la revista Filter. “La idea era meternos en el estudio y mantener las cosas lo más desnudas y simples posibles. Y que saliera lo que fuera, sin juzgarlo ni decir ‘Oh, esto ya lo hicimos antes’ u ‘Oh, esto no es muy cool’.”
Lo que le salió a Beck es un disco que suena tan familiar como una conversación entre viejos amigos. Pero, tratándose de él, eso no significa un bloque monolítico con medio concepto mal cocido sino un puñado de canciones heterogéneas, como un patchwork de géneros e influencias disparatadas. Tanto como Los Angeles, la ciudad que se le hizo carne al cantante: “Algo típico del barrio donde crecí podría ser un local donde funciona una carnicería, pero que también vende casetes y que en el fondo alguien se ocupa de tus impuestos. Hay una cierta mentalidad que simplemente fluye. Es abierta. En buena medida, así es como veo el hecho de hacer música. Hubo un tiempo, quizá cuando era más joven, en el que deseaba que las cosas fueran de una sola manera, algo ‘normal, como lo que se ve en la tele’. Recuerdo haber ido a Londres y haber visto todas esas casas en hilera, con una cierta uniformidad que decía ‘esto es Londres’, ‘esto es Inglaterra’. No hay nada así en Los Angeles. Es simplemente una colisión espectacular, puro azar, y con el tiempo uno se involucra con eso”, reconoce Beck.
La canción Qué Onda Guero funciona como ejemplo perfecto: “Grabé sonidos de la calle en el barrio en el que crecí”, recuerda el cantante. “Hasta entonces, la canción parecía vacía. Hablaba sobre impresiones acerca del barrio, como instantáneas, así que fuimos allí y una de las cosas que apareció en las grabaciones era un tipo gritando del otro lado del parque: ‘Eh, güero, ¿qué onda?’.” Los fragmentos de conversación entran y salen de la canción, a menudo abigarrados: “Allá en la en Pico... Ey, vamos a jugar futbol ahí en el Griffith Park... ¿Qué onda, José?”. Y se hace inevitable imaginar (o recordar) una caminata al rayo del sol por alguna zona latina de Los Angeles, como si fuera el soundtrack de una película que Quentin Tarantino todavía no filmó. Una mezcolanza spanglish con aroma a tacos picantes y quesadillas: “Mondo broncos roll with crowbars/ Chingling rancheros on cheap guitars/ Abuelitas with plastic bags/ Walking to the church with the Spanish candles/ Daily borracho says ‘¡qué putas!’”. En poco menos de cuatro minutos, Beck arma un notable collage de imágenes sonoras, pero sin el sabor metálico del documental, porque la base hip hopera a lo Delinquent Habits y/o Control Machete hace inevitable mover la patita.
Beck anunció que el álbum sería “más agresivo”, pero eso no significa que se haya volcado al death metal ni nada parecido. Claro que casi todos los caminos que podía elegir resultarían “más agresivos” que Sea Changes, su fantástico álbum del 2002, una especie de Blonde on Blonde en el que -¿por primera vez?– mostraba su corazón, justo cuando lo tenía destrozado por la separación de su pareja de muchos años. Como si fuera consciente de que se había expuesto demasiado, enseguida contrató a los Flaming Lips como banda para que le aportaran algo de su locura a las canciones ocres. En abril del año pasado, Beck se casó con la actriz Marissa Ribisi y durante el invierno nació el primer hijo de la pareja, Cosimo Henri. El cambio de humor es evidente en Guero: “Después de grabar el disco anterior, hacer tres giras por Estados Unidos y un par por Europa, tenía que dejar la guitarra acústica”, aseguró el cantante. “Y me metí mucho más con la eléctrica. Este es el primer disco desde Odelay en el que toco la mayoría de los instrumentos. Por eso tardé mucho, tratando de hacerlo bien.” El único invitado estrella del álbum es Jack White, cantante y guitarrista de los White Stripes, que toca el bajo en Go It Alone. Justo Jack, el hombre de la banda sin bajo: un guiño cómplice más de Beck, El Artista Anteriormente Conocido Como El Rey De La Ironía.
A los 34, sin embargo, el único güero del barrio latino ya no carga con esa mueca irónica y posmoderna de la época de Odelay. ¿O será que nunca se lo interpretó bien y que cuando parecía que estaba haciendo una broma el tipo estaba de lo más serio? “Uno de mis criterios al hacer música es que transmita buenas sensaciones”, contragolpea Beck. “Hay cierto valor en eso, en obtener placer de escuchar algo. Hay gente muy rígida con sus opiniones acerca de cuál música es cool y cuál no. ‘Tal y tal banda son cool, esta otra es completamente grasa’. Siempre quise mantenerme al margen de eso y hacer música que se sienta bien, incluso si después consideré que era mala.” Por eso, dice, la mayoría de lo que se escucha en su nuevo disco son primeras tomas: “A veces sigo escribiendo o cambiando letras y, en muchas instancias, los Dust Brothers me dijeron: ‘No, ésas más crudas que hiciste la primera noche eran las mejores’. A mí no me suena del todo correcto o sé que podría hacerlo mejor, pero creo que es importante reconocer cuando algo se siente bien en lugar de cuando es exactamente como debería ser. Porque en eso que suena como sin terminar hay algo que es personal y que te invita a pasar. Cuando algo es demasiado perfecto, puede dejarte afuera”.
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